"Camino solo por este campo mío, sin nadie. El único hombre en esta tierra de cobardes".
Este no es mi pueblo, esta no es mi posesión, ni esta es mi casa. Fue mi casa en la infancia, hace milenios, pero ya no lo es. Lo que tengo que hacer aquí es cosa mía, y me inoportuna que un ignorante se haga demiurgo de los hechos. El significado de los hechos los conozco yo, y me los guardo para mí.
Bastante trabajo es borrar la historia personal, como para que un cagatintas venga a escribir en el aire tu historia personal. Allá él.
Me acosté antes de las doce de la noche. La luna baja y el viento sopla. Desperté a la una y veinte de la madrugada. Del sueño no me acuerdo. Sólo sé que alguien hay allí que se empeña en enseñarme a narrar. Y no me cobra.
Salí de casa y me fui al Castillo. La cosa estaba animada. Bromas de peleas. Cristo, Chani, Alberto como una estatua de hielo, mi primo David, que se ha convertido en otra estatua en el Castillo. Iván el gordo a la máquina Tijuana. Sacando dinero. Uno que trabaja en el bar de la cofradía, vacilando con Cristo. Amagos de pelea, en broma. Dieron las dos y media. Jose el barman se puso serio con todo el mundo. Cristo se le enfrentó, pero Jose sabe latín. Cuando cerró puerta y ventanas, llegaron Chani y Fabiola. Y luego Fili.
La aútentica pelea se armó fuera. Uno se metió con Fabiola. Cristo quiso defenderla, pero el otro se enfrentó a Cristo y se Cristo acobardó. Chani, que presumía de palabra, tampoco dijo nada a la hora de la verdad. Fue Fili, quien sin palabras, se puso entre medio de Fabiola y el otro, a punto de arráncarle al cabeza a la paisana del pueblo.
Cuando se fueron los bronquistas, Cristo se metió con Fili por no haber defendido a Fabiola.
--Fue el úncico aquí que la defendió --dije.
--¿Tú que dices, maricona, machango?
--Digo que fue aquí el único que la defendió, el único que se portó como un hombre en esta muralla.
Cristo se fue.
Fili encargó a Chani una oración con Dios. Fue a buscarla. Regresó. Regresó. "Me darás un versículo por lo menos". Me fui. Diego seguía en el banco del humo. Antes me había invitado. Volvió a invitarme.
San Andrés... mereces morir.
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