No, no parece que esté muy bien de la cabeza. Ya perdí los nervios el otro día y eso no me gusta. Mala señal. Cuando no estás bien de la cabeza, una mínima provocación enciende la mecha de la leche de pantera, en realidad un brebaje compuesto con leche condensada, ginebra y polvora, y que deja la cabeza, según dicen, con la sensación violenta de que te vas a comer el mundo. Mala cosa.
Pero no soy yo el único. La rubia rabiosa está últimamente aún más violenta. Sin venir a cuento, le cortó la cara a Rayko el otro día. Y se compró un coche, que dicen que conduce sin carnet. No lo creo. Pero sí eso que dicen de que va por el pueblo con el roda a toda pastilla.
Y también a mi amiga M se le fue la bola. Hace días que está ingresada en el siquiátrico. Quien también está ingresado, en el hospital, es Orlando. Unos en la cárcel, otros en el hospital. Poco a poco. Y la Ley de Costas presionando para desmantelar los barcos de pesca que aún siguen faenando.
Y todo el día, en horas laborables, mañana y tarde, el piii, piii, piii de la escabadora que trabaja en donde antes estaba el parque jurásico. Y esta mañana en el periódico leí que el presidente del Cabildo piensa promocionar la energía eólica. Recuerdo una charla de Vázquez Figueroa en una de las ferias del libro en el García Sanabria. Decía que esa energía era deficiente, y que la que generaban no estaba siendo aprovechada... y que, con el asunto de los molinos eólicos, estaban forrándose vendiendo humo. Yo no lo sé. Pero sí sé el grado de locura crepuscular al que pueden conducir a una persona que habite una zona poblada con esos molinos. Durante unos meses viví en el norte de España rodeado de esos gigantes fantasmales. Llegó un momento en que ya no lo soporté ni un día más.
El caso es que cuando salí del Castillo y subía por la muralla, de cara contra el viento, me sucedió algo insólito. Todavía lo estoy digeriendo. Necesito hablarlo con alguien. Supongo que la oyente está ya allí, a la sombra de la palmera.
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