Yo voy a hacer un programa
con Javier y con Charlín
y traeré de invitada
sin pensarlo a Julia Gil
canta nuestro Anghel, que a veces es celestial y a veces infernal... un anunciado programa que será un hito en la historia de la radio. Si mi hermana no le calienta las orejas a mi padre ese día, con su mezquindad y falsedad, no me perderé esa emisión. Con ron Matusalén, o con Marcelino bebiendo Carlos I.
La copla me recuerda que tengo que hablar de Javier, que es un capítulo importante, no ya en la literatura canalla de nuestras islas y parte del extranjero, sino en nustra Tijuana, que hoy sonó con la música mal grabada de Chubasco en el Ghetto y la resaca del penúltimo de los quince minutos.
Mi hermana, comiéndole las orejas a mi padre:
--Ese lo que tiene que hacer es ir a beber ron con los amigos.
Me encorajinó y le canté las cuarenta. No le dije lo que diría del hijo o del marido si los tuviera entre ceja y ceja como me tiene a mí. En fin, hermana se dice de la que salió por el mismo agujero que uno, pero hermandad es otra cosa, y cada cual tendrá lo que merece, como los pueblos con sus gobernantes.
A pesar de que no quedamos contentos con el repertorio de hoy, una oyente especial me manda un sms al móvil:
"Aupa, buen programa".
Bueno, creo que así como el odio crea bebedores de ron, el amor ve jardines donde hay sólo matorrales. Ya me enteraré de la crítica, más objetiva, de los oyentes Marcelino y Chani, mientras Antonio Curbelo recibe los mensajes de medio mundo hablando de nosotros. Ya nos dirá también. Y lo dicho, me falta para terminar este cuento, hablar de Javier Hernández, y de camino de otros que se embarcaron y ya no están. Mientras, el Faro nos ilumina. Chica guapa la farera.
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