Una vez un "alumno" me preguntó, cuando mi limitado númem conducía un curso de ficción narrativa, cómo se podía convertir una tragedia en una comedia. "Tu escribes la tragedia sobre esta mesa --le dije-- y cuando la termines, te pones debajo de la mesa (me puse debajo de la mesa) y la reescribes". No se puede estar de continuo debajo de la mesa, convirtiendo el drama --"tragedia" es palabra más seria-- en comedia, colocando una máscara liviana sobre una realidad adversa, supongo que para enfrentarla sin ponerse a llorar. La mezquindad de la tribu --en un incansable acoso y derribo, con el fin de no perder un territorio que no deseo defender, a pesar de consejos aliados-- obliga a ponerse serio. La dama de la limpieza justifica su esporádica colaboración en la historia agotándose con un compulsivo quehacer, enfermizo, donde el oprobio daría lugar a un gramo de piedad si no añadiera comentarios descalificadores cada vez que vuelvo la espalda. Añadiría un gramo de piedad, porque la veo convertida en la voluntad de su amo, sin alma que la sustente. El amo, por su parte, ser abyecto al que no le puedes sin peligro tampoco dar la espalda, con un desprecio hacia el oficio de uno que lo lleva, incluso celebrando sus logros, a robarme valiosas herramientas que mi economía, por ahora, no me permite reponer. El resto de la tribu es el guapo en la película de aquellos pobres seres de los que se permite burlarse. "La parada de los montruos", creo que se titulaba. Y el etalle definitivo del drama, el que pone la guinda de hiel, el que realmente obliga a sentarse otra vez en la silla y salir de debajo de la mesa, prudencia es no contarlo por ahora.
Y hoy, día de San Valentín. Otro templo más ocupado por los mercaderes. Mejor mañana, martes. primero en Tijuana, con José María el Rubio, seguramente, y más tarde en el Ateneo de La Laguna, con "José Rivero Vivas, un mundo literario rotundo". Por mi parte, creo que esta vez no hablaré de aceite de ricino ni de zanahorias estofadas. Dos episodios, uno ficticio y otro real, me evocan los primeros compases de este libro de José María Lizundia, como menos una obra magistral en teoría literaria.
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