Animado está el Castillo en la noche de luna menguante. Ravelo de bronca con XXX.
--Me dices otra vez que llamas a la Policía, y te reviento la cabeza.
XXX usa muleta, su piernas apenas lo sostienen, y uno de sus brazos está momio.
--Sal pa fuera, donde no nos vean las cámaras.
XXX se mueve, como un muñeco cuando las pilas están a punto de fenecer, hacia la calle. Mi primo David lo ataja y lo obliga a ir al cuarto de don José.
--A ese lo cojo yo ahí de afuera, donde no están las cámaras y...
--Pero hay testigos. Yo soy testigo --dice Quico, el último pescador.
--Y yo también, gilipollas --dice otro, éste ex pescador--. Vergúenza debía darte el retar a un minusválido.
El minusválido no está conforme en el cuarto de don José, donde las pantallas captan todo lo que sucede en el espacio de la barra.
El pollo me sirve un ron.
--Pollo, no seas rácano, pon un poco más.
--Jesús, yo por mí te ponía el doble, pero están las cámaras...
Dos lesbianas, una fornida, que si te da un piñazo te deja sin dientes, y otra gorda, pero una gorda con mala leche. Las recuerdo de un encontronazo de madrugada, hace meses, con el Chicharro. Esa vez fui yo quien avisó a la Policía. Dos mujeres, haciendo valer su sexo, metiéndose como walkirias con el pobre Chicharro. Y declaré a los polis, de la Nacional, lo que estaba sucediendo en aquella parte de la muralla. Y cuando me retiraba para esta casa de la Plazoleta, la brisa fresca y reconfortante de la mañana, las dos valientes me insultaron: "Hijoputa, ya te tenemos fichado", dijeron.
Pero esta vez en el Castillo como si no hubiera pasado nada. Máximo respeto. Pasaban por mi lado y decían, "perdón, señor". Así debe ser.
Supongo que Ramón, que estuvo hoy en el pueblo y el martes estará en Tijuana, solucionó por fin el antivirus con Orlando. Ya lo contará él.
Mientras tanto espero noticias de nuestro Anghel.
Y lo que no saben los jacobinos es que el poder del Emperador es superior al del Rey, no más que pura buena vida pero poder desvaído. Ahora me ofrecen el imperio, pero antes debo redimir la silla donde se sentaron Juan Royo, Charlín, Javier Hernández y Marcelino Marichal, si es que los viles vasallos no me impiden ir a ocupar mi puesto redentor en la batalla.
--Chito --llama mi padre--. Caliéntame el caldo, pero el de aquí --quiere decir que no el de Julita.
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