Por la mañana, Pedro, barman de Bar Castillo, plétórico, sonrisa feliz, camiseta del Real Madrid. El hombre se merecía una alegría. Como el equipo blanco gane la semifinal, el buen Pedro, que baja todas las madrugadas desde Añaza a San Andrés, levitará sobre la barra de mármol. Sólo por ver esa maravilla (y por el novio de mi hija Sibi) deseo que de nuevo gane el Madrid, del judío Mou y el guanche CR. Del partido de ayer me quedó un detalle: el ninguneo de la cámara de tv a Pinto (Valdés hubiese parado el cabezazo de CR, a centro magistral del argentino Di María), borrándolo incluso en las repeticiones. La corrección política pasada por el forro. Eso está bien. Aparte de la risa de un locutor cuando Pinto, mal colocado, no pudo evitar el cabezazo del guanche. Hoy no se hablaba de otra cosa, y se recordaba al Bola, el mítico jugador del San Andrés...
El bar de Manolo, en la plaza, es ahora el templo del verbo hecho carne en Cajonera city. ha suplantado al Castillo. Música wagneriana de la lengua hablada, pero pasada por el tamiz del pueblo, ajena a la ciudadanía, a ese invento artificial, esa entelequia que nuestro nahualt llama el "ciudadano", ese balón vacío de la alquimia de la historia. Regreso al medievo, donde el relativismo era la contundencia de la demostración empírica, y no ese descafeinado posmodernismo que se lleva ya el viento de la Historia. Viento, poética de Zapatero y Chacón, pero también del admirable José Carlos Cataño.
G 21. Doce animales novelistas escribiendo cuentos. Si entre los jamelgos, hay cinco caballos de carrera, la antología valió la pena. Ya llegarán las yeguas. No se apuren. Aquí las mujeres de poder se dedican a los conjuros y las maldiciones, no a oficios de costureras como el de la escritura. Pero lo dicho, contabilizo cinco cuentos por los que merece la pena el libro. Por supuesto, falta J Ramallo, pero eso ocurre en toda antología que se precie. El más sólido de su generación, se queda aparcado. No así en la editorial de Anghel, donde esperamos con deseos de bebedor de ron la aparición de su primera novela.
Buena mañana con Anghel en el pueblo. Doña Berta recibe con desconsuelo, por lo pequeñito, su libro "El valle de los bandidos".
--Ay, con todo lo que yo escribí y mira en qué quedó el libro.
--El buen perfume se guarda en frasco pequeño --le digo, recordando el elogio a la mujer pequeña del arcipreste de Hita, mujer pequeña como doña Berta, con una novelita ejemplar, artesanal y artística, como debe ser.
Y ahora, disculpen mis seguidoras amadas. Toca trabajar, en serio. Ah, ya los primeros pasos de la despedida a Cajonera City. Supongo cada luna, cada movimiento de rama de un laurel, cada trino de pájaro antes de amanecer, cada titular del periódico por la mañana, cada cuento de Quico el último pescador, como la subida de Moisés al monte Sinaí. Adiós.
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