jueves, 14 de enero de 2021

 --Toma, esto de parte de Jely --me trae Nicolás un tiesto con margaritas--. Es que una vez hablando contigo, ¿te acuerdas?, le dijiste que te gustaban las margaritas.

--Sí, me dijiste que te gustaban las margaritas y los girasoles --me dice Jely más tarde.

No me acuerdo, pero el regalo me emociona. Últimamente me estoy emocionando más de la cuenta. Busco el símbolo de la flor: "Quien te regala margaritas te está diciendo que tienes que volver a la edad de la inocencia, es símbolo de amor puro". 

Luego salió el Papa a la conversación. Él fue testigo parcial de la bronca que tuve con el Papa hace ya tiempo. Le había prestado dinero. Pasó el tiempo y no me lo devolvió. Pasó el tiempo y tocó a la puerta de mi casa para pedirme otra vez veinte euros. Le dije que no.

--¿Qué te pasa, tío? Tírate el moco, ¿no te fías de mí?

--No, ya no.

Y levantó el puño, dentro de mi casa, amenazándome con pegarme una trompada. Lo miré con ira y le dije que no permitía amenazas y menos dentro de mi casa, y le abrí al puerta para que saliera. Salió pero siguió insistiendo. Yo le hablaba en voz alta y me dijo que bajara la voz, y Nicolás dice que se fue gracias a que él encendió la luz de la habitación de arriba. No sé qué luz porque era de día, pero si él lo dice. Lastima que mi amigo y vecino no sepa contar mejor los cuentos. Los tiene interesante pero se repite y los cuenta mal, con pesadez y con el sonido de la mentira. O exagera sus aventuras o se las inventa. No es un narrador como Nano el segurita, que sabe contarlos y no se toca la cara cuando hace los cuentos. También me gusta escuchar a Miguel el de los perros (cuando habla de su perro me recuerda a Pepe cuando escribía con la voz del suyo lo que le pasaba en la vida; a veces tengo la sospecha de que los mejores escritores de Canarias crían margaritas en campos de cochinos, si no  no comprendo como autores como Juan Royo o JRamallo no están viajando por el mundo...).

Yo no sé si es por suerte o porque tengo olfato de serpiente, siempre me ha ocurrido que mis mejores amigos, allí donde he estado, han sido escritores importantes. Ejemplos, en Asturias Roger Wolfe y su oponente entonces: José Luis García Martín. En el País Vasco, Karmelo Iribarren. Y aquí ahora Juan, Pepe y Marcelino, además de Belén y Candelaria. Esta mujer me agradece lo que estoy haciendo por ella, que es muy poco, porque no me necesita. Más le agradezco yo que ella cuente conmigo. Y Pamela Álvarez se está espabilando (como si hubiese construido una valiosa cernidera) de una manera soberbia. No me resisto a copiar aquí uno de sus últimos relatos en fb:

... y me vi en la cafetería al asesino de la cerda. Aquel que sin conocernos nos invitó, a mi marido y a mí, a la matanza del pobre animal.

No nos saludó. Está el hombre resentido con nuestra espantada. Tenía unas copas de más a esas horas de la mañana. Me fijé que me miraba atravesado. Me subí más la mascarilla. El cortado me bajó por el  gaznate como fuego puro.

Entre la mujer forzuda y el "mata cochina" la cafetería tenía una pinta de oeste americano tremenda. Solo faltaban los indios.

Alguien se tiró un pedo.

Pensé: se va a armar la gorda. Pero no, el pedo divirtió a la Gorda.

Olores mezclados de Chanel número 5 y restos de grasa de cochino, porque intuí que el pedo provenía de las tripas del asesino.

Sonreía.

Un post anterior donde habla de la Gorda y otro donde habla de la invitación a la matanza completan el cuento, pero para darme pisto voy a copiar lo que escribió sobre el vídeo de Pepe, que tuvo la cortesía de compartir en su muro:

Escritor, poeta y pintor

Mal augurio cuando un conocido sube la trayectoria profesional en un vídeo o su paso por la tierra.

Me recuerda las medallas al mérito "tal" porque se tiene una pata en el cielo y otra en el infierno.

Todavía con un destino incierto.

Hoy o en un plazo corto con medalla al cuello, por si llega la negra astuta sin avisar avisando.

En un tren con muchos vagones donde se van sentando amigos, enemigos y otros observadores.

Esta tarde me senté en el último vagón del tren con destino a Santa Cruz.

Iban muchos conocidos de Jesús el maquinista. Me acordé de llevar una libreta y un boli e ir anotando los que se bajaban en marcha y los que se quedaban hablando. Decían cosas como que Borges volvía a resucitar en manos del maquinista. Lo reescribe. Me gusta la vida de los poemas nuevos.

El tren se para.

Lo vemos bajar a echar una meada detrás de los matorrales.

Decide que no le apetece seguir la ruta.

--¡Todos fuera, coño! Necesito pintar la espera.

Nadie se inmuta.

Todos aguardan a que los vengan a recoger a lo largo de la mañana. Nadie conoce a nadie, Todo es muy incierto.

Puedo decir que solo conozco a José  (así me llama en la novela que construye)  con el que bailaré un tango a media luz en la otra ruta de la muerte.

Historias no faltan. Subo con Z a la ciudadela junto al barranco del Llanto. Luego paramos en donde llaman el mirador, explanada sobre el barranco Santos y frente a la montaña de Barrio Nuevo, y después pasa por mi casa. Tres horas estuvo y no me cansó ni un minuto. Su móvil es una colección de epopeyas, y su voz, baja, como si  contase secretos, me hace un cuadro a lo Brueghel el Viejo, con el añadido de que oigo las voces (femeninas) de los personajes en su móvil. La gitana de María Jiménez, la portuguesa, la ex mujer (que lo engañó con su mejor amigo o su mejor amigo que lo engañó  con su mujer), la colombiana que lo llama porque está triste (y él no va) para que vaya a consolarla o enfadada (qué distintos tonos su voz en una materia o en otra) porque ya va a cortar (no corta nunca) con el mejor amigo de Z, su novio. 

Voy a  Ibra a buscar cigarros. En la escalinata, a la entrada del bar, discuten el Chema y Miguel el de los perros.

--No es lo mismo decirte que estás mintiendo a decirte que eres un mentiroso --el Chema.

--Aquí si te dicen que estás mintiendo te están llamando mentiroso.

Llega Lilit con su amiga, piden, sonríen, hablan, y bajan a dar cuenta de lo pedido a la chapa de metal que cubre el enredado de cables de la luz del edificio. El cuadro de Lilih sentada sobre el metal abajo, entre las cabezas de Miguel y Marcos, recién llegado con hambre feroz, los dos arriba, es magnífico.

Diálogos de noche de verano más que de invierno. 

Y se acercan las diez, la hora del toque de queda.

--Ibra, tráeme el muerto --dice Marcos, pidiendo la cuenta. Un eufemismo. 

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