viernes, 15 de enero de 2021

historias del barrio

 Yo no soy millonario porque dios no quiere que me eche a perder, porque nací malo por naturaleza pero la sociedad me obliga a ser bueno, o por lo menos aparentarlo. Los pobres no nos podemos permitir la maldad sino con cuentagotas. Pepe en el vídeo dijo que la obra de la colección Letras Arias --que incluye dos autores: él y yo-- yo homenajeaba a los poetas que me habían servido de mina, de fuente, de manantial. En el caso de Borges por supuesto, y en el de Góngora y en el de Quevedo y poco más. Pero en otros casos, de obras de poetastros, el homenaje no existe. Existe una fría teoría que funcionó en algunos casos: un texto horrible esconde otro valioso, cualquier texto. Por muy pésimo que sea. La filosofía es sencilla y de sobra conocida: no hay basura que no se pueda restaurar. Es más, un país que sepa gestionar la basura se enriquece; y el que no, se empobrece.

Puedo seguir el discurso pero lo que me sacó de estar enguruñado en el sillón fue las historias del barrio que me contó ayer, con documentos sonoros como argumentos de autoridad, el amigo Z. El hombre está frito por conquistar a la gitana de María Jiménez, pero ésta sólo le da amistad y nada más. Aunque fuera fea, que no lo es, linda voz tenía. La que más se me quedó en la cabeza, sin embargo, fue la que está casada con un millonario y tiene de novio (en otro tiempo dirían querido) al Cabeza. 

--¿Tú qué le das? Tú no le das lo que le doy yo. Yo le doy tres platos al día --decía ella con voz de aquí estoy yo, refiriéndose al Cabeza.

Tres platos al día son tres polvos. Uno por la mañana, otro al mediodía y otro por la tarde. Así está el Cabeza, cada vez más amarillo. Así va ahora menos por Ibrahim.

El contraste de la voz anterior con la voz de súplica era notable.

--Estoy amargada. Por favor, ven a verme. Necesito hablar contigo.

--¿Tú que crees que quiere, Jesús? --me pregunta Z. 

--Hablar contigo.

--Lo que quiere es que le tire un polvo, pero yo no le hago a un amigo lo que un amigo me hizo a mí.

Me cuenta que tiene un altar de brujería con un montón de santos.

--Como te coja un pelo te va a hechizar, y no te escapas.

--Menos mal que soy calvo.

Una historia da paso a otra. Me cuenta que la ex mujer, con la que sigue teniendo trato, se dedica a pelar. En esto apareció el Topín, hermano de la novia del Puñaladas. 

--A mí me peló ayer y mira como me dejó. 

Si señor, lo dejó muy bien. Z, que dice que parezco más viejo con esta barba y estos pelos, me dice que si quiero la avisa para que venga a mi casa a pelarme. Me parece bien y digo que sí.

El Topín aparece y se apunta a la tertulia y me pregunta si follo con la que viene los viernes a ordenar un poco esta casa.

--No, esa mujer no va por ese camino.

--Yo conozco a una que después de limpiar, por diez euros más te chupa la polla.

Es otro y lo mando a la mierda, pero el Topín, que me cae bien, tiene una voz donde la mayor barrabasada suena inocente.

Z me dice que si quiero una viagra. Le digo que no. Total, no la voy a usar. 

En un momento anterior, en una de las fotos que me da a mirar, aparece con otra gente y el Puñaladas en el kiosco de Las Gaviotas. Este hombre me miraba mal porque yo saludaba a su novia y no a él. Ahora me mira cordial y a veces hablamos y todo. Me intriga el nombrete. 

--Él dice que  porque le ofreció a uno una puñalada, pero yo creo que es por los tranques que da. O sea. puñaladas en sentido figurado. Ese día en Las Gaviotas, me cuenta Z, se acercó al del kiosco y le dijo que él era policía secreta, para que le rebajara las cervezas. Es un hombre mal encarado, alto, fuerte. Lo imaginaba peleón. --Qué va, es un cagado.

En esto aparece calle abajo, noche con las farolas apagadas, la ex mujer de Z, que yo no conocía ni por asomo.

Bueno, se me acaban las palabras de hoy y ya largué lo que tenía en la cabeza.

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