Nada, me pongo a escribir porque son las cinco de la mañana, y tres minutos, y no me duermo ni a la de tres. Todo porque ayer me mandan un wasap, bien escrito, con todas las comas en su sitio. Me dice que quiere hacerme una entrevista. No estoy yo para entrevistas, pero sigo leyendo. Dice que es para un libro que no se va a publicar. Empiezo a interesarme. Sigo leyendo, dice que no me va a pedir dinero. Estupendo. Ahora solo falta que me diga que es una entrevista donde no me va a preguntar nada, pero no me cae esa breva. Seguro que me hace preguntas. ¿Podré contestar con monosílabos? Es una mujer la entrevistadora. Acepto. No le pregunto si va a ser de madrugada y solos los dos. No todo se puede saber.
Y tampoco duermo porque tengo hambre. Y no creo que Juan me llame a estas horas para invitarme a comer. Tengo en remojo un pescado salado, pero tiene más espinas que carne. Si me pongo a sacar lo que se puede comer, a lo mejor me corto un dedo. Y si me corto y sangro, me llevan al hospital otra vez o me muero. Si me llevan al hospital volvería a ver a la doctora que me cogió simpatía porque le regalé el Barrio Chino y a cada momento se sentaba a un lado de la cama y me preguntaba cosas del libro. Menos preguntona era una ayudante de enfermería que me ayudaba a bañarme por la mañana y yo le decía piropos. Luego cuando me visitaba en el cuarto me decía que yo era el mejor enfermo que había tenido nunca y me pedía que le repitiera lo que le había dicho en el baño. Y yo la mandaba al carajo porque, me daban pastillas para dormir, lo menos ganas que tenía era repetir piropos.
La médico actual de cabecera me dice que no tome pastillas para dormir. No sé yo. Llevo dos noches haciéndole caso pero ya son las cinco y veinticuatro, y hoy a mediodía viene Elen. Quiero que me coja bañado. Por lo menos eso. ¿Dónde tengo la pastilla de dormir?
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