sábado, 10 de mayo de 2025

puerto santo, y 3.

 Curiosa coincidencia, en lo que cabe. La situación de Puerto Santo es la misma que hoy tiene Europa, el convencimiento de que será atacada por un enemigo hegemónico. Mágica coincidencia sería que lo que va a suceder en una muy despoblada ciudad, suceda en lo sucesivo en el muy poblado continente, de donde los habitantes no huyen pero procuran tener preparado el kit de supervivencia. 

Cuatro personas sobresalientes en la trama de la novela, se quedan en Puerto Santo. El peninsular con sombrero de copa, el general que entra a mandar en el castillo de San Cristóbal, la alegre Flor y el preocupado Sebastián. Al general lo vemos poco pero sabemos que está allí, en su castillo con las garitas vacías, las almenas desiertas y las barbacanas solitarias. Y en el ayuntamiento, la única vida que queda en su interior son flores marchitas en jarrones malolientes y, suponemos, bichos invertebrados que se alimentan en aguas estancadas. También la Iglesia ha quedado sola; el sacristán y el párroco se han marchado, cargando en el carro los cálices de oro, los candelabros de plata y las botellas de vino. Los que se van, con personajes añadidos, es la otra rama del relato en la que, por ahora, no me voy a posar. Me centro en los que se quedan. Otro es Teófilo, guardián y sepulturero del cementerio, con unas reflexiones y acciones que me recuerdan mucho a otro enterrador, el de Lela, novela corta de Candelaria Quintero. Paralelismos literarios. 

La novela sigue, con nuevas estampas y acontecimientos. He entrado en la primera de las tres partes. Dicho en número de páginas. Ahora me retiro. Mi cabeza quiere descanso, silencio.

No hay comentarios: