El grifo de chorro moruno que instaló el albañil en el baño me ayuda a desalojar lo que queda dentro. Queda uno más aliviado, y permite también uno de los métodos curativos de un recordado médico boliviano: rociar los huevos con agua fría y avivar la circulación de la sangre. El calor de la primavera, poco a poco creciente, también ayuda a no darlo todo por perdido en cuanto a las pulsiones eróticas. Lástima que la mujer que tengo más cerca, dos días a la semana, esté casada y sea temerosa de Dios. A su marido no puedo llamarlo prójimo porque no lo conozco, pero seducirla para hacerla pecar me lo pide el cuerpo pero no el alma. Mi alma no quiere perjudicar a nadie, suele suceder cuando sabes que la ley de la vida va quedando atrás y te envuelve la ley del acabamiento.
Hojeo un viejo número de Taramela. No termino de leer un largo trabajo sobre la literatura oral. Mucho humo posmoderno. Nada de una literatura oral ligada a la religión yoruba, madre de numerosos relatos. Literatura, aunque el materialista diga lo contrario, que está también en la Biblia, en el Corán y en los patakíes de Nigeria. Los que quedaron en África y los que viajaron a Cuba y Brasil. La santería y el candomblé.
Con los amigos poca relación física. Algunos mensajes de Juan, asombrado por lo mucho que hay en su novela aquí comentada que él ya tenía en el olvido. Pepe pendiente de una visita que será cuando Dios quiera. A Marcelino lo llamo pero comprendo que ahora no está para coger el teléfono. El que tampoco lo coge, pero por otros motivos, es Berto. En fin, en lo alto del árbol canta la loca cuando le toca. Pequeña locura, en mi caso, es a veces tanto aislamiento, pero habrá que adaptarse. A la fuerza ahorcan.
Escribo lo anterior y, sorpresa, llama Ramón. Está en Santa Cruz. Subimos a una arepera de La Cuesta. Entretenida conversación. Un drama y varias comedias. Día soleado.
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