domingo, 8 de agosto de 2021

 El escrito de María Teresa de Vega hoy en El Perseguidor, sobre la novela de Ana Beltrán, señala dos detalles que en lo que yo escribí pasé por alto. Son importantes en la trama simbólica de la novela. Uno es la leche que a una mujer mayor le surge en los pechos debido al deseo de que su hija vuelva a ser una niña pequeña. El otro es el excremento humano que alguien pone en una de las cajas de tomate, para joder el negocio del cacique, de importación de tomates a Inglaterra. 

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Agustín me había informado de que Pepe Varos estaba muy mal. Hoy Sonia me comunica que ha muerto. Hace unos meses que me envió su último libro. Una poesía que en ese momento leí pero no me detuve en ella. No llegué a habitarla, a vivirla. Me pasó lo mismo con la última novela de Ignacio. El exceso de literatura no me atrae. Las palabras a mi entender deben comportarse como paredes, techos, columnas, puertas que formen un espacio habitable. No que las palabras se coman el espacio. 

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Se está extendiendo la costumbre del pegamento en lugar del cosido en la fabricación de los libros. Eso perjudica manejarlos con soltura. No se pueden abrir del todo y tienes que sujetar las páginas para que no se cierren. Otra incomodidad más que añadir a los tiempos del virus. 

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Día de letargo. Ganas de hacer nada. 

 

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