martes, 10 de agosto de 2021

 Guagua, tranvía y Residencia Nuestra Señora de la Candelaria. Me dijeron que la cita para la médico especialista la tenía que pedir en el 012. El 012, después de 20 llamadas sin contesta, por fin me comunica que la cita para la médico especialista tengo que pedirla en el hospital. Se lo cuento a la de la ventanilla y a regañadientes me da la cita. Todo solucionado. Día fructífero. Afuera, en la caseta de la Once, doy un billete premiado con las dos últimas cifras. El hombre que está dentro lo pasa por la máquina y me dice que me ha tocado 3 euros (el 3 me persigue). Le digo que son 6.

--Ah sí, son las dos últimas cifras. No me di cuenta.

¿No le dijo la máquina el importe exacto? En fin, como dijo un padre al hijo después de robarle las asaduras --para matar el hambre-- a la madre recién muerta: --Corre, hijo, corre, que en esta vida todo son trampas.

Y tanto. Voy hasta el Tahití. Ganas de un plato de arvejas compuestas. Cerrado por vacaciones. El que no está cerrado es el Dieciocho. No hay comida de caldero. Pido un solomillo. Diría que al cochino lo embalsamaron antes de meterlo en la cocina. Sabe a cartón reseco. Las papas fritas están mejor. Algo es algo.

Mientras esperaba pensé en la G (por eso de Gerardo el cacique de la agricultura y Gustavo (Bueno) el cacique de la cultura. Es una letra camaleónica. A Según donde esté tiene un sonido u otro. 3 sonidos distintos. Tres fonemas diferentes.  Me recuerda que don Gerardo (por gracia del Amor, ese dios caprichoso) pasa de ser un hijoputa sin más a ser un hijoputa arrepentido. En su caso no le vale el dicho más vale tarde que nunca. Julia ni así lo perdona. Tanto es el amor que le tiene al hijo (don Diego) como odio al padre (don Gerardo). 

Me dice una amiga que soy su amigo porque soy un caballero. No le digo que no soy un forajido porque ya no tengo fuerza ni logística para serlo. Tendré que conformarme con ser un caballero. Qué remedio. 

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