lunes, 2 de abril de 2018

apuntes (7)

No hay casualidades sino causalidades, decía Sábato. Y vete a saber lo que quería decir. Supongo que quería decir que todo está relacionado, que lo que uno piensa en un determinado momento está vinculado a cosas que oyes o ves a tu alrededor.
Hace unos días me pasó una cosa en la cocina, lo de siempre, se me quemó el cazo. Semillas que tenía hirviendo se quedaron sin agua y comenzaron a arder. Pensaba tomar pequeños sorbos de enguage para poner a tono el cuerpo físico. La hierba del diablo, como el opio, tiene sus peligros. Saber no excederse de cierta dosis es mantener un diálogo luminoso con el alma de la amapola o permitir que el alma de la datura te cure las debilidades del cuerpo sin trastocarte el pensamiento. Pero debió de trastocármelo. Inhalé el humo de las semillas ardiendo. Las semillas estuvieron chisporroteando fuego bastante rato, y emanando humo a borbotones. Salí a la calle, el espíritu de la planta no actuó meramente en lo somático, con la llevadera alegría de saberte con más brío y más ganas de jugar a la pelota. Transformó la conciencia del espacio y de la vida. La calle se hizo una serie de Nguyen en la que había reparado poco hasta el momento. Los cuadros de robots, y hasta comprendí esos cuadros. Ahora he salido del trance de la hierba del diablo, y lo recuerdo como si esos cuadros diesen testimonio de este mundo, vano, mecanizado, idiotizado, donde ya no son los seres humanos los que fabrican máquinas inteligentes. Las máquinas han llegado a un estado de perfección que ya no necesitan que ningún experto las fabrique. Ellas mismas se reproducen, y para entretenerse por una parte, y que les sirve de combustible por otra, son las máquinas robots las que fabrican a los humanos. La danza y la música de los cuadros de esta serie no son una profecía de redención, de regreso al paraíso, de la luz creando la vida y el conocimiento primordial. En esta serie de nuestra pintora hay un vaticinio contrario.
Hoy lo explicaba bien Emilio González Déniz en una entrada en facebook. Hablaba del poder y de la política. Hoy los políticos son robots, no sé si tan idiotas como el escritor de Las Palmas los pinta.  Pero ya no sé si son humanos o robots. Robots cuya misión es acabar con humanos díscolos, con los que estén fuera de control, con el intento de establecer en la tierra seres orgánicos lobotomizados de pasiones y adaptados al medio y su destino como si nada ocurriese, reducidos a una apacible mansedumbre.
Todo esto, y más, ya lo recoge la literatura futurista, pero la imagen, que vale por mil palabras, hasta el momento --que yo sepa-- no lo ha señalado con la esencial claridad que lo ha hecho Nguyen en esta serie de cuadros.