viernes, 26 de agosto de 2022

retales en la despensa

 Que Melitón, temeroso de Dios, me dedicase una especial atención amistosa, lo creía yo debido a su ignorancia de mi maldad, a pesar de sus lecturas de corrido de las cartas de los secretos. Mi entendimiento consideraba que en esas lecturas sólo podía ver vaguedades generalizadas que lo mismo sirven para un barrido que para un fregado. Pero no, la cosa fue más compleja.

Al contrario de maldecir la noche en que fui concebido, me trataba como si yo tuviese una marca --desconocida para mí-- que estaba hecha con fuego procedente del cielo. No supe que esa marca, hipotética, tenía para Melitón un valor que anulaba mi no hipotética maldad. Supe que sabía al pie de la letra todos mis crímenes, como si hubiese sido testigo en primera fila, cuando su madre dejó este mundo y la llevamos a descansar a la vera del cauce del barranco.

*

--Para aprender hay que escuchar, y para escuchar hay que callar -- dijo Hansel, y calló para oír lo que decía Melitón.

--Sí, el entendimiento y la memoria y la imaginación deben callar si se quiere oír lo que dice la lluvia. La muerte es una cirujana que elimina lo que se ha vuelto inútil o dañino. Nos libera de la enfermedad terrestre.

--Voy a mear --dijo Hansel.

--La muerte es la cirugía del hospital cósmico.

--¿Qué libros es ese? --preguntó Ramiro Rivero.

Era un libro sobre el tarot, escrito por un cristiano católico, que Melitón usaba, supongo, para darle un beneficio intelectual a sus visiones mágicas. 

Melitón llevó de sus manos a las manos de Rivero el ejemplar, extremadamente manoseado. El pescador lo abrió como quien tira la red al azar a ver qué pesca. 

--La libertad existe y lleva consigo el riesgo de infierno eterno --leyó.

Hansel regresó. Llevaba con el una hoja destartalada de periódico que el viento de afuera había puesto en sus manos.

--Oigan lo que dice aquí: Una mujer y su bebe, unido a su madre por el cordón umbilical, se ahogaron en el Mediterráneo.

Me entraron arcadas. ¿Por qué no me morí yo también en la palangana de la partera? Salí a vomitar al dique en el mar entre dos barcas amarradas con las proas chocando contra las piedras. El viento dispersó la vomitona como una serpentina. No volví a la caseta.

*

--Qué puede hacer quien fue comida del drafón? Matar modelos si es pintor, matar musas si es poeta o matar calatravas si es aequitecto. Matar a ka doctora fue un bien al resto de la comunidad, sobre todo a la puta del piso de arriba, que la tenía amargada. Matar a la bailarina fue un bien para ella misma. necesita otro curso en el otro barrio antes de venir a este a bailar. ¿Crees que no fue necesaria y beneficiosa la muerte de Calígula. Si no muere Calígula, los judíos se comen al divino emperador.

--y tú como sabes todo eso?

--Yo no lo sé. ,e lo dice quien lo sabe.

--y quién lo sabe

sacó del envoltorio, un cartuchito de papas fritas, una carta.

Una hora después estaba mi cuerpo en la alcoba de la hermana de Ramiro Rivero. Le dije que la amaba y follamos hasta antes de amanecer, antes de que volviera su hermano de pescar toda la noche. Antes de despedirnos hasta otro momento con final feliz, con sabor a café, indagé sobre su amiga Carmen Elena. Mal hecho; nómbrale a otra mujer de buen ver a la mujer con la que tiraste un polvo, y verás en su cara un poema trágico, trágico para mí.  

***

posible término de la novela. El entra en la habitación donde solía dormir, antes de pasar a la cama turca del cuartito de la azotea, y la encuentra esmeradamente hecha, y la luna del armario no gastada por los arañazos del tiempo. El sopor le evita sentir en profundidad la sorpresa. Se acuesta. Su alma le sigue perteneciendo, pero su cuerpo es el de su madre. En la penumbra de la habitación ve con claridad la figura de su padre, pero mucho más joven. La penumbra le impide ver la mirada del hombre, pero sabe sus intenciones. Es el tiempo en que fue concebido y él es el recipiente, su madre, y a la vez lo que germina en su interior, la criatura que la va a matar. Los nueve meses siguientes no importan. Sabe que al cabo va a morir. Y al morir, su conciencia se aloja en su hijo. Eso es todo por hoy. Ahora déjeme. Tengo sueño.

*

Que el personaje del padre esté en el éter tiene un significado secreto. No debe fisicamente visible aparecer en escena hasta el último momento, y si lo hace, es en forma casi de fantasma. 

Ajeno a cualquier significado importante, es la aparición real  o no de Roberto Brezal. el plagiario plagiado. Pero hay un detalle importante que eleva a Brezal sobre el vulgar recurso al plagio (me refiero a cuando el plagio es el mayor valor que puede tener la obra que sufrido gozado el plagio. No es el caso de autores que han hecho, confesándolo  versiones de obras ajenas, traducciones libres,  además la necesidad de recirrir los inevitable motivos de la literatura, que suelen repetirse hasta la saciedad y solo soportamos cuando la repetición provoca esa tan cacareada vuelta de tuerca.

En cuanto a Roberto Brezal y su lubro de temprana juventud, son varios los autores plagiados, además del portugués Torga. Anoche visité un libro que hace algún tiempo me mandó una poeta penisular. Se puede leer perono es nada del otro mundo. Sin embargo, al promer poema le cambié una palabra ("verso" por "puta"), le quité un verso y otros tres los reduje a la mitad y quedó esto, en mi opinión bastante más potable que el original:

Mi cuerpo descansa del insomnio 

y mi alma va hacia el viento.

Creo que mis huellas están escritas

no sé dónde, ni por qué.

Yo no me conozco,

solo sé que soy una puta

vagando,

que navega por los bares,

que baila flamenco,

que sube a un escenario desierto

y se hace gitana y negra.

Que llueve en gotas de azúcar 

y se amasa con raíces.

Que se posa en el polvo

con los recuerdos de anteayer,

que camina por las esquinas

chatas del miedo.

Que empuja la aguja del reloj

que se atascó en el pasado.

Que es relleno en la almohada

de sudores ajenos.

Que quiere amansar

la noche arrogante

de traje negro.

Que quiere ser silencio

en el viento.


Quizá sea este el que recite Melitón en la plaza durante lasfiestas del pueblo. Tiene que ver con la trama, el asunto de las putas modelo. El que viene a continuación en el libro de la poeta peninsular, una vez deshilachado, cortado a la mitad y siguiendo el mismo rumbo que el anterior, quedaría más o menos así:

Aquí convoco a mis clientes,

a los mundos y los tiempos desde que el cliente existiera.

Yo me presto a hacer de pluma, hágase en mí su escritura.

Venid, clientes, y canten el candor de la belleza.

Canten  a la que entre olivos suda aceite

y llora de sed junto a la fuente.

*

Sueño. Venía Wang y Siao a esta casa. Tocaban a la puerta y como no pude abrir enseguida, Siao abrió con la llave antigua. Quise comprobar, con disgustos, que la llave anterior abría la cerradura nueva. Metía una y otra llave pero ninguna era ni la antigua ni la nueva. Desistí como el mono de la nuez verde. Wang traía aparatos de música de regalo, uno grande que enchufó en el patio de abajo y un trasistor que dejó en el patio de arriba. Más por ganas de salir a coger aire los invité a comer por ahí. Eran las tres pero no habían almorzado y aceptaron. Wang fue el que dijo que no había almorzado. Le dije que esperaran diez minutos para darme un baño. Me quité con facilidad la ropa que no tenía puesta en lo real, pero la camiseta no podía quitármela ni quería pedir ayuda para hacerlo. Me iba a dar un mangueraso en el patio de arriba. Tengo que barrer esto, me dije. Una parte del piso llena de cristales rotos, de botella verde oscuro. Tengo que tener cuidado de no pisar el cristal. Me había ya descalzado cuando descubró esos montrurrios de cristalitos verde oscuro. Me desperté momentaniamente y me di cuenta que acostado en el sillón no podía quitarme la camisa. Como despierto vi que no había ninguna visita, volví a dejarme dormir y el sueño continuó. Otra vez a intentar en vano quitarme la camisa. Ni modo. Desperté y en cierto modo me defraudó comprobar que estaba solo en casa. Volví a dormirme. Lo mismo. No podía quitarme la camiseta. Volví a despertarme y esta vez me senté en el sillón y por fin con facilidad pude quitármela.

Ya despierto, mensaje del petaco. Preguntaba si quería algo. Escribí Si. Escribió que nos veíamos en el Komokomo. En diez mi minutos subo, escribí. No me bañé. en la ducha. Arriba no me es posible. No hay cómo ajustar la manguera al grifo que hay en el cuartito. 

lunes, 8 de agosto de 2022

descanso por cambio de bobina

Quien plantea una ecuación

que no puede resolver

es el tonto mayor

de la torre de Babel. 

Mar de nubes oculta la verdad,

olas de fuego destruyen la mentira,

la vida es hija de la muerte,

la muerte madre de la vida.

No quieras saber dónde estás

pues no estás en ningún lado,

eso lo decide un mago

que juega con la mentira

como si fuese verdad.

*

Por qué no vienes a verme

si te estoy esperando?


Porque eres más pesado

que el cuento del cherne,

No te quiero debajo

ni encima te quiero

ni te quiero de lado,

ya harta me tienes

con tanto cortejo,

vete pal carajo

hombre lastimero

que sabe de todo

como aquel conejo

que acertó con galgos

pues tal eran los perros.


Compungido calle arriba

camina el pobre Alejo

al bar de doña Elvira

a beber el vino viejo

que alivia las penas

y nos da consuelo.


¿Qué pasa, hombre triste?

¿no pescaste nada?

¿No le distes el alpiste

a tu enamorada?


Doña Elvira, no me torture

y deje aquí la botella

hasta que del todo me cure

la herida que tengo abierta.


Pues mira a ver si en la brecha

de esa herida tan molesta

sacas algo de dinero

para pagarme la cuenta.


Por eso quiero casarme

con esa mujer tan rica

pero siempre me replica

que vaya para otra parte.


Y esa otra parte es la barra

donde bebes vino gratis,

vete otra vez a rondarla

que el diablo sabe por viejo

lo que no sabe por diablo,

el que insiste e insiste

acaba rompiendo el cántaro,

pero antes de irte

ven adentro a mi cuarto.


¿no tiene usted a Baldomero

para hacerle ese trabajo?


Baldomero ya no sirve

ni para vestir santos.

Después del cuarto vamos

a la cocina, Alejo,

a preparar un veneno

que le he comprado...

qué más da quién lo vendió,

pues bien vendido está.

Vamos a la cocina

y luego se lo damos

con el anís del mono

a ese estropajo,

a ese rastrojo.

vamos los dos de la mano

y te enseño, hermano,

cuál es la llama,

cuál es la rama

que has de quemar

mañana.

*

Hoy roqué el hombre de mi amada,

con la suavidad de la medusa

que anuncia su eléctrico veneno,

con la gracia de la obrera

en el romero en flor libando el néctar,

no miré sus ojos,

túneles negros con penumbra al fondo,

no miré sus labios que esconden

en sonrisa de máscara la tragedia,

no miré su pecho ni oí su corazón

con música de piano de torcidas teclas.

No se veía la luna

en su órbita del cielo

como una farola más sobre la plaza del mercado

iluminando sus rodillas.

Mi amada está lejos, dormida sobre un caballo.

viernes, 5 de agosto de 2022

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 --Acuérdate de aquella mosca que iba posada en la oreja del cochero y se jactaba de ser la conductora del carro... No seas el cernícalo que se vestía con plumas de pavo real... No seas como la rana que se infló y se infló queriendo igualarse al buey y terminó reventada...

--Hansel, ¿eso de dónde lo sacaste? ¿De Iriarte o de Samaniego? --preguntó con desgana Ramiro Rivero.

--De don Arte Niego, amigo.

--¿Hay que reírse? 

--Tú eres más ilustrado que Voltaire, tu novela lo dejó fuera de combate. Muchos decían que le tenías envidia. Él a ti sí que te tenía envidia, se lo comió la envidia.

--Él y yo somos unos pobres diablos. No me fastidies con tus iriartadas, Hansel.

No tenía que haber sacado del bolsillo de atrás el librito de poemas que publicó en la bella juventud Roberto Brezal. Se hizo tema de conversación y, a pesar de su humildad fingida, a Ramiro Rivero le fastidiaba ver ese librito delante de sus ojos, aunque ahora ya estuviese destartalado. En su día, Roberto Brezal acusó a Ramiro Rivero de plagiario. Era por una novela de 90 páginas que publicó Ramiro poco después, de trece capítulos; no había uno donde no hubiese cinco versos aislados de los poemas del librito de Brezal e incluso, en más de tres, cinco estrofas, al pie de la letra, verso libre, prosa competente. El tiro de la denuncia le salió a Roberto Brezal por la culata. Ramiro Rivero, precavido, antes de que la novela caminase hacia la imprenta fue él con varias copias, fotocopias, a la oficina de la Propiedad Intelectual y registró la obra. Roberto Brezal, poeta bohemio en ese entonces, antiburocrático, no había registrado nada en la Propiedad Intelectual. La acusación se le volvió en contra. El abogado de Ramiro demostró que fue Roberto Brezal quien plagió los versos, y Brezal tuvo que pagar daños materiales y daños morales. Pero no fue tanto el abogado del pescador escritor quien inclinó la balanza de la Justicia a su favor. Ramiro, informado --no me pregunte cómo-- de quien iba a ser la juez del juicio, dos meses antes se empleó en cuerpo y alma a seducirla. Si pescaba un pez especial, fresco y coleando se lo llevaba a la jueza y se ofrecía a cocinárselo cómo solo saben cocinar los hombres del mar. A la semana ya no hizo falta pescado fresco. 

Historias. Y esta historia no sé si completarla. Vale, sí. Lo que usted mande. No voy a entrar en millones de detalles porque eso sería otra novela, y no solo de noventa páginas. Cuando la jueza cumplió su función de funcionaria corrupta, ya sólo servía para reclamar a su marino novelista meros y viejas. Una vieja le llevó, roja. El pescado había pasado antes por las manos de la madre de Melitón, en ese entonces con todas sus facultades en pleno rendimiento. Especialmente la de bruja. Ramiro Rivero hizo la vieja a la plancha en el chalet de la jueza. Bueno, no voy a contar el resto de aquella velada romántica. 

--Voy a cagar --dije, y cogí el libro de poemas como queriendo dar a entender que lo usaría para limpiarme el culo. No para aliviar las arcadas que recordar sus plagios le producía en el fondo del alma ese libro a Ramiro Rivero. Ni fue por eso que lo tiré al otro lado del muro blanco más cercano al mar del cementerio marino en desuso. No sé si cayó sobre la tumba de mi madre. Imaginar que se posó sobre la tumba de mi madre me produjo un extraño placer. El libro cayó al otro lado, dentro del cementerio, con una hoja menos, la que había usado para limpiarme el culo, por la parte donde un poema comenzaba ¡Criatura de Adán y Eva! ¡Criatura de la torre de Babel!. Ya no me servía para nada. Con Esther Primavera en el otro barrio, los sms de amor no tenían porvenir. Varias cigarras cantaban en el cementerio alegrando el trabajo de las burguesas hormigas sobre la tumba de mi madre. Imaginé, pensé, creí.

Volví a la caseta con la hoja cagada arrugada dentro del bolsillo de atrás de un pantalón corto de verano. Hansel seguía con fabulas morales y fábulas literarias, inspirado por la gasolina de esa noche. Mejor gasofa trajo Melitón cuando llegó. Y cuando yo llegué sin el libro de Roberto Brezal, creí ver una sonrisa de alivio en los ojos de Ramiro. Como si de repente en su memoria hubiese brotado un loto salvador. 

--Ese hijoputa plagió a Miguel Torga --poeta portugués-- y me acusa de que yo lo plagié a él...

--No cambies de poeta, volvamos a Iriarte y Samaniego -dijo Hansel.

--Tan lejos no está. Oye --dije y rapsodié de memoria lo que llevaba escondido en el bolsillo:


¡Somos nosotros

las cigarras humanas!

Desde los tiempos conocidos de Esopo,

perezosos insectos perseguidos.

Somos los ridículos comparsas

de la fábula burguesa de la hormiga.

Somos nosotros, las cigarras humanas,

Alas sonoras,

Alas que en ciertas horas

Palpitan,

¡Alas que mueren, pero que resucitan

De la sepultura.


-¡Poetas! ¡Azufre para los poetas! --rugió Ramiro Rivero.

--¿Cuál es el arcano de esta noche? --preguntó Hansel.

Melitón barajó. mirando a través de la puerta abierta la luna llena. Noche de no salir a pescar. Para mi desgracia. Ir a follar, simplemente follar, con la hermana de Ramiro Rivero esa noche, descartado.

--Esta noche no hay arcanos. Mi madre acaba de morir. ¿Me acompañas? --me dijo.

Hansel Aurelio y Ramiro Rivero se ofrecieron a acompañarnos hacia la casa de Melitón, con una bombilla encendida afuera, haciendo juego sobre el barranco con la luna. Melitón dijo que no, que sólo yo. Salimos de la caseta, después de tres tiros mortales cada uno, y subimos por la vereda del barranco y vi la luz de la bombilla irradiando con la forma de la madre de Melitón, fantasmal. Entramos.

--Murió feliz gracias a ti. Te lo agradezco. Ayúdame a cambiarle el último pañal.

--No creo que ya le haga falta otro pañal. ¿Tú crees que va a seguir cagándose después de muerta?

Melitón le apretó con fuerza la barriga, lo que era la barriga, pegada a los huesos, y salió de aquel cuerpo una diarrea que me sirvió dos horas después para cubrir del todo el machete sobre el cuadro de los espejos. 

--Ayúdame a enterrarla.

En la vera del barranco, en el ya cavado hoyo profundo. Con un cuidado exquisito colocamos a su madre en el fondo, Cubrimos el hoyo y colocamos piedras pesadas encima para que cuando vinieran las lluvias, la barranquera no removiera la tierra de la tumba, sin cruz, sin más señales que las piedras amontonadas. Yo estaba sudando cuando terminamos el trabajo.

--Tu padre ahora está durmiendo. Vamos a tu casa a ver ese cuadro.

No me pregunte por qué no me sorprendí mientras, primero en su casa y luego en la de mi padre, Melitón no solo sabía lo que había hecho con su madre sino que sabía, como si siempre lo hubiera sabido, que en el macuto pegado a una pared del cuartito de la azotea en la casa de mi padre, como el arpa del poeta romántico, estaba el machete con el que Ramiro Rivero mató a su padre. Lo puse sobre la superficie de espejos. Melitón, que había recogido los últimos detritus, cubrió con ellos la hoja del machete, y con lo del pañal que yo tenía en el macuto, la empuñadura. Vertimos encima pintura plástica y aquello, el machete con la mierda, quedó oculto. Tardó tres días en secar del todo. La pintura. Los dos primeros días estuvieron nublados y le daba poco sol al cuadro pero el tercer día hubo un solajero y un calor que secó y endureció la cordillera de pintura. 

Iba, el cuarto día, a Santa Cruz en la guagua con intención de pasar por Favego y comprar óleos, cuando sonó el móvil y oí la voz de Carmen Elena. Ya casi la había olvidado. Dejé Favego para otro día.

Y cogí un taxi en la parada de la alameda del Duque de Santa Elena. El taxista un coñazo nostálgico. Pelos y señales sobre sus andanzas infantiles. El juego del trompo, el juego del escondite, el juego de los médicos. Me metió todos los juegos por el oído. Cuando auscultaba a su prima por... llegamos a la calle clareada de Carmen Elena. No le di propina al taxista nostálgico. 



miércoles, 3 de agosto de 2022

XXI

 Ni idea de que Melitón sabía cantar y tocar la guitarra. Lo hizo cuando subió a un escenario que habían montado en la plaza de la iglesia para celebrar la fiesta de San Andrés.

... iluminando a Dios

con la vela del Diablo...


Todo el pueblo sorprendido porque ni imaginar que Melitón supiese cantar y tocar la guitarra. Nadie entendía la letra pero todo el mundo abobado, escuchando. La voz de Melitón hablaba con las cuerdas de la guitarra. Siguió.

... que hay voces que atraen

y hay voces que espantan...


Dios, de los ojos de Melitón manaban focos de luz que se clavaban en la oscuridad de los míos. Esa sacudida de luz me entró por los poros y la sentí en la polla, y de la polla pasar a la cabeza, y de la cabeza pasar al corazón. No era una luz enemiga. No había en ella ni venganza ni reproche. Al contrario. Siguió.


... en la grieta que se abre

el néctar de los olvidos...


Nadie entendía la letra pero qué bien cantaba y qué bien tocaba. Era como si se fundiesen en una las cuerdas vocales y las de la guitarra. Yo si entendía la letra. Con los ojos, con el ombligo, con el ojo del culo, con las ventanas de la nariz, con los oídos y con la boca abierta. El gentío en la plaza no pudo contener la emoción y rompió en aplausos, alegremente rabiosos. Melitón Melitón y nadie más. Gritaban. El misticismo de la luz se me fue y bajé del éxtasis, puse los pies en el suelo..   




martes, 2 de agosto de 2022

notas al margen

 El secreto de la verdad y la vida está en un pozo de mierda. Lo que se hacía en las casas cuando no había alcantarillado. Lo que comemos se lo debemos a la mierda que fertiliza la tierra. La mierda literaria estaba en los albañales donde fabricaron los cuentos de las mil y una noche. Con esos cuentos sucedió como con los cuentos infantiles; la bestialidad y la brutalidad como elementos inherentes a la costumbre de las cosas, quedaron afeitadas, acicaladas cada vez más. Perrault aún conserva la antigua esencia, el perfume a mierda, del cuento original. En los hermanos Grim esa mierda ya ha sido convertida en Mercurio.

La mierda es la que nutre el árbol de la vida. Y el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal son los que nutren la literatura. "Bienaventurados los que están en la mierda porque ellos verán el oro". El fruto (la palabra) del árbol de la vida es verdad y belleza. Probar el fruto del árbol de la ciencia es ver la mentira y la fealdad de la que se alimenta el árbol de la vida. Ver eso causa horror. El paraíso se transforma en un infierno. Yavé no los expulsa del sitio donde están, sino de la visión de la verdad y la belleza de ese sitio. Los expulsa del árbol de la vida. Yavé solo teme a Lilith, que es el único ser que lo puede eclipsar, la primera mujer, la que se alejó por su propio deseo del paraíso y se alió con los demonios, los ángeles caídos, los ángeles de la mierda, Tal vez Caín, el hombre que convierte una quijada de burro en arma de matar, fuese hijo de Lilith. El primer inventor de un instrumento de guerra.

La madeja está enrollada pero poco a poco vamos hilando. Donde no veo el hilo es en el fin último del narrador: dejar de ser hombre y convertirse en mujer. ¿Por qué quiere hacerlo?, es la primera pregunta. En una novela retorcida, los motivos tienen que ser retorcidos. En la película Psicosis, los motivos del asesino estaban ligados a la madre muerta, que él veía como si estuviese viva y hablaba con ella y ella con él. En el caso del narrador (no sé si llamar a la novela Hombre sin número y sin nombre, un título que es un eco del título de una novela japonesa antigua: Hombre lascivo y sin fortuna).

Al contrario que el protagonista de Psicosis, el hombre sin nombre no habla con su madre ni la tiene presente, ¿O sí? Pienso que, de un modo misterioso y retorcido, cuando pintó a la doctora María Guzmán y a la estudiante de danza, pintó a su madre. En el cuadro donde la doctora fue la modelo, su madre tiene la edad que ahora tendría de no haber muerto. Una madre muda y sorda como la madre de Melitón. Y la modelo Elba Padrón le hizo pintar a la madre con la edad de entonces, la edad en el último día de su vida, sentada en un taburete de tres patas. En el cuadro la banqueta está sobre las aguas y el reflejo recuerda el famoso cuadro de Ofelia. Creo que debo detenerme más en ese capítulo. Lo que sintió el hombre sin número cuando pintaba uno y otro cuadro. En el primero está el deseo terrenal, babilónico, Las referencias al Pentateuco deben ser constantes en ese crimen, Y el Cantar de los Cantares en el de la estudiante de danza. El éxtasis de la voluntad lo ocupa todo, la inteligencia y la intuición están a su servicio. En el de María Guzmán no hay éxtasis, hay adrenalina. Una adrenalina de rechazo y deseo absoluto a la figura de la madre.      

capítulo en la cuerda floja

Cualquier cosa puede suceder pero mi misión, mi voluntad, era tener distinción social. Ser contratado por grandes damas como pintor de cámara. Aunque nada socialmente destacada, la hermana de Ramiro Rivero hacía comidas destacadas. Nada que ver con la comida que hace mi padre. Ni sé si llamarlo mi padre o mi abuelo. Si soy hijo de su hija, él es mi abuelo. Pueblo pequeño, paredes de cristal. En San Andrés nadie dice que mi padre es mi abuelo. Todo el mundo sabe que preñó a su hija, mi madre. Él desde entonces no ha salido nunca de casa. No quiere ver a la gente. Y la gente no quiere verlo a él.

--No he podido dormir pensando en ti, quiero pintarte, ven...

--No, a tu casa no --dijo la hermana de Ramiro Rivero--. Ven tú.

Teniendo en cuenta que a esa hora Hansel y Ramiro estaban ya faenando en alta mar.

Fui. 

No me dejo hacer ni un boceto. La pinté por dentro. Tuve una corrida catarata, caudalosa. Le comí el coño y saboreé mi propio semen mezclado con sus jugos vaginales. Todo bien menos las prisas posteriores. 

--Vete antes de que llegue mi hermano.

Amanecía y sí, Ramiro Rivero podía aparecer en cualquier momento, cansado de pescar y con ganas de comer.

Ni ella quería que su hermano me viese con ella ni yo quería que Ramiro Rivero la viese conmigo. Estábamos en sintonía estratégica. Acechamos que en la calle no hubiese moros en la costa y salí pitando, con un hambre feroz. En la cocina de la casa de mi padre abrí un caldero y me puse un plato. Por lo menos me quitó el hambre. Y el sabor del coño de la hermana de Ramiro Rivero. Perder ese sabor me quitó la inspiración y dejé de lado el cuadro de los espejos, me tendí en el camastro y cerré los ojos.

lunes, 1 de agosto de 2022

capítulo fallido 3

Dejé el macuto en el cuartito de la azotea, sobre una cama turca que tenía plegada junto a la pared frente a la puerta sin puerta de ese cuartito. Luego lo quité de allí, lo puse en el suelo, y también tubos de óleo y acrílicos y pinceles en cacharros con agua o con aguarrás. Abrí la cama. El colchón estaba seco y viejo. Me tendí encima y contemplé a través de la puerta sin puerta el cuadro con trozos de espejos pegados hacia dentro. Los cristales mostraban a la vista la parte opaca, con una pintura original negra, blanqueada por las cagadas de palomas. Cagadas que hacían juego con la parte de la superficie donde no había cristales, pintada con varias capas de blanco de plomo. Aquello parecía un archipiélago de islas negras con orillas cortantes en un mar blanco, plomizo. Me dormí y si soñé algo no lo sé. Sí que recordé las caprichosas simetrías especulares de la realidad. En la parte oscura de la Luna se escondía la muerte que un machete dio a un padre que violaba a su hija. A la luz del Sol no hacía un mes que el San Andrés un hermano mató a un hermano cuando entró en su casa y lo pilló violando a su madre. Esta vez no hubo abogado competente ni ocultación de pruebas. El muchacho que mató a su hermano está en la cárcel, a espera de juicio, con todo en su contra. Y la madre en un asilo, trastornada la cabeza, sin voluntad ni memoria. El mismo asilo donde yace hace tiempo la madre de Ramiro Rivero y de la hermana de Ramiro Rivero. 

Cuando salía de casa, mi padre estaba viendo la televisión, sin sonido; esa era su costumbre. La casa de la madre que fue violada está enfrente de la casa de mi padre. Ahora está vacía, cerradas ventanas y puertas. Seguí caminando. Cambié el impulso de bajar al bar Castillo y me metí en el barranco. Por encima del puente, caminando diez minutos, está la casa de Melitón. Por una ventana vi a su madre, durmiendo con una radio encendida. Un noticiero. Las noticias del mundo. Lo mismo que las noticias del pueblo pero con una mayor importancia mediática. No es lo mismo descubrir que un jeque le tiende una trampa a un periodista para matarlo que descubrir a un pintor que mata a sus modelos para pintarlas. Es verdad que si me descubren y me detienen, voy a tener quince días de importancia mediática, pero no es lo mismo un pintor del montón, con una fama muy limitada, que un jeque. Sin apartarme de la ventana, llamé a Melitón. Apareció, apagó la radio y cerró la ventana. No me abrió la puerta. Cuando Melitón se cierra en banda, es inútil insistir. Insistí dos días después. Esta vez me abrió la puerta e indicó que fuese yo quien le cambiase el pañal a su madre. Estuve a punto de pedirle que me regalase el pañal cagado, pero a tanto no me atreví. Si quería un pañal cagado de la madre de Melitón, tendría que robarlo. Con nocturnidad. Cuando Melitón estuviese abajo en el pueblo y no en su casa. Así fue. Una noche festiva, Melitón nos invitó a Hansel, a Ramiro Rivero y a mí a catar una crema recién llegada, oculta en una caja de música aún sin abrir. Fuimos a la caseta en el dique de Las Teresitas. Yo solo estuve el tiempo justo de esnifar dos rayas oblicuas y ver qué tres cartas salían a una pregunta que le hice a Melitón. Asomaron El Loco, La Justicia y El Mundo. 

--Tienes una espada y una balanza en las manos. No pienses. Oye el ladrido de los perros.

--Vale, voy a oír el ladrido de los perros.

Ellos todavía tenían para largo en la caseta. Una botella de ron casi  llena, la caja de música casi llena y llenas sus bocas de un animado palique. A Ramiro Rivero lo que le preocupaba de que su hermana se hubiese separado de su esposo es que ahora era más cuesta arriba saber dónde su cuñado tenía escondido el machete. Que hablara de su hermana, cómo le había cambiado el humor después de largar al marido, me dieron ganas de ir a verla. Pero no me dejé arrastrar por el deseo. Subí la muralla hasta el puente y desde aquí fui derecho por una vereda rente al barranco, en espiral ascendente, hasta la casa de Melitón. La ventana estaba entreabierta. La radio sonaba. La madre estaba despierta. La saludé y por la misma ventana entré en su cuarto. Se dejó hacer. Metí el pañal cagado en una bolsa de plástico, le terminé de limpiar el culo y ella con una mano me cogió del pelo y me llevó el hocico hacia el coño. Una paradoja esa viejita, parecía un vegetal seco de cualquier expresión, seco de palabras, seco de movimientos, pero tuvo la hice sonreír. Le besé la frente y le dije que no dijera nada a su hijo. Una tontería. La madre de Melitón ha dejado de hablar y hace ya mucho tiempo que también está sorda. Los grillos de afuera se pusieron de acuerdo para cantar todos juntos, quizá celebrando una lluvia suave que se oía repicar en el techo de la guarida de Melitón. Ganas tuve de tenderme al lado de su madre, y cantarle una canción de cuna al ritmo de los grillos en contrapunto con la lluvia tranquila, apacible, encantadora. No hay que tentar a la suerte. La tapé para que no tuviera frío y volví al pueblo por la misma vereda. No había otra. Llevé el pañal dentro de la bolsa al cuarto de la azotea de la casa de mi padre. Lo metí en el macuto. Cuando bajé abajo, mi padre estaba durmiendo y con su móvil llamé a la hermana de Ramiro Rivero. La desperté. Su contrariedad de que el móvil la despertara desapareció cuando oyó mi voz.

--Ya era hora --dijo.


  

paréntesis 3

 Ahora veo al narrador llevando el machete, metido en un macuto de lona, a la casa del padre. Al cuartito de la azotea. No sabe dónde esconderlo. Si dejar el macuto a la vista, como la carta robada del cuento de Poe, o esconderlo. ¿Dónde puede esconderlo? Se le enciende una bombilla. Ya sabe. Una idea brillante, de artista duchampino reinterpretando el papel de la novia en el gran vidrio. ¿Qué sé yo del gran vidrio de Duchamp? Creo que lo suficiente como para no meterme en camisas. El azar culminó esa obra. Las líneas de roturas concluyeron el cuadro. Añaden un cuarto elemento. A la máquina de hacer chocolate --abajo a la izquierda--, a los nueve solteros --abajo en el recuadro a la derecha-- y a la novia, se añade ese golpe que provoca la rotura del velo de la novia, de la nube, y deja pasar a un décimo soltero. 

En algún fragmento de la novela tiene que salir Melitón hablando de arte. Decir que hay 22 cuadros célebres en la Historia Universal del Arte que corresponden a los arcanos mayores del tarot. El Gran Vidrio sería La Torre. De Casa Dios, si no recuerdo mal, Melitón dijo que era una polla tiesa preñando el cielo, que los dos hombrecitos de abajo son lo huevos, bailando alegres y pegados al culo. La tierra preña al cielo. En fin, Melitón y sus interpretaciones con las que secretamente intento dibujar el proceso de cómo el narrador se hace mujer. Cosa complicada. Complicado hacerlo sencillo, visible y comprensible. Como quien ve 2+2 y piensa 4. Lo desconocido que no podemos conocer, solo podemos verlo en lo conocido. 

Lo conocido hasta ahora es lo que conoce el narrador. Por lo pronto ya conoce el machete que necesita el cuñado de Ramiro Rivero para empalmar su polla chica. Meter a la hermana de Ramiro como personaje visible, enreda la trama. Y la desarrolla. Cuando el narrador está en la finca del cuñado, en una vendimia, allí están la hermana de Ramiro y Carmen Elena. Se conocen. ¿De qué y qué puede tener que ver eso con la presencia del machete? Bueno, muchas preguntas. Por lo pronto el narrador baja a  buscar pintura plástica, un bote de cinco kilos; sube, saca del macuto el machete, pone el cuadro con trozos de espejos sobre el piso de la azotea. Raspa con el machete las cagadas secas de aves que cagan volando, limpia el filo del machete con una camisa vieja y lo posa en el cuadro, con la empuñadura en la zona de la máquina de hacer chocolate y el filo de arriba tocando al décimo soltero, el que rompe el velo de la novia. Con un cacharro --en otra escena, aún por narrar-- va cubriendo el machete con pintura plástica, blanca. El objeto queda sepultado. Cuando la pintura está seca, sólida, colorea con óleos la tumba del machete.

Si la novela estuviese escrita en tercera persona, con un narrador no visible, ahora podríamos ver a Hansel y a Ramiro Rivero intentando pescar un pez espada en el mar de Los Roques. La relación entre la espada y el machete es obvia. La diferencia es que la espada es un arma de guerra y el machete una herramienta de trabajo. Que la espada se convierta en herramienta, es difícil de imaginar. Es una imagen fuera de onda una espada cortando caña. No la es la de un machete convertido en arma de guerra. Y en arma de amor --que también es inherente a la espada--. En la mano izquierda del cuñado de Ramiro Rivero, es evidente que era un arma de amor, afrodisiaca. Así aparece por primera vez, cuando Ramiro Rivero está matando a su padre que está amando a su hermana. 

Con el tiempo, el narrador íntima a fondo con Carmen Elena, que le hace el cuento de la verdad. La hermana de Ramiro en aquel momento de su infancia estaba en el cielo y quería ser preñada por su padre, y el tonto de su hermano, con la estúpida disculpa de hacer justicia, tuvo que aparecer, matar al padre y joderla a ella. Joderla porque no la jodió. En el cuento de Carmen Elena, la hermana de Rivero primero siente rabia y luego un deseo incontrolado por que su hermano la tienda sobre el cadáver del padre y la viole y concluya lo que su padre estaba haciendo, que la viole y la preñe.

Un hijo entre hermanos puede salir tonto, pero ser hijo del padre de tu madre es una maldición --piensa el narrador. Su caso es inverso pero tiene las mismas consecuencias. Por primera vez sabemos que su madre era la madre de su padre. El caso es que a partir del cuento de Carmen Elena, por primera vez siente buen amor. Se enamora de la hermana de Ramiro. Un rasgo del buen amor es que hace bueno al que lo siente. Ya no siente ni deseos de pintar sino de unirse a la hermana de Ramiro Rivero. Aparta los trastos de pintar para otro lado y solo deja, adherido al techo, lo que él llama la tumba del machete, y abre una cama turca de cara al techo. Él ya es bueno, un hombre de buen corazón, pero el diablo sigue insistiendo. Sólo puede estar con ella plenamente en ese cuarto de la azotea.   

No sé. Esa parte, si llego, me temo que no va a ser así, ni parecida.

capítulo fallido 2

 En el amanecer Melitón me despertó. Desperté con una respetable hambre. Por fortuna estaban abriendo un sitio de despachar desayunos, con pan de leña recién parido de un horno eléctrico. 

--¿Qué hiciste en la ermita?

--Me dijo que te dijera que solo se puede estar en una órbita. Hay muchas órbitas pero solo se puede abarcar una.

--¿Qué quiere decir eso?

--No sé, tú sabrás.

--Yo solo sé que no sé nada.

--Pues eso, eso es lo que tienes que saber.

Cogimos la primera guagua que salía para San Andrés, Melitón adormilado todo el viaje y yo medio dormido. Llegamos. Él se esfumó para su casa a cambiarle el pañal a su madre, y a mí se me ocurrió la idea de --con cualquier disculpa-- hacerle una visita a la hermana de Ramiro Rivero. A esa hora el hermano estaba con Hansel pescando por los Roques y el marido solía salir del hogar siempre a la misma hora, Todavía faltaban cinco minutos. No pasó un minuto que lo vi salir, con el temperamento alterado y subirse a su cochazo y arrancarlo con estreñida violencia. Dudé si sería oportuno visitarla en ese momento. Al carajo. Me acerqué y toqué a la puerta. Nada más abrir me gritó...

--Hijo de puta, saca ya de una puta vez de mi cuar... Ah --bajó la voz--. Disculpa, pensé que era ese hijoputa... bueno, perdona... ¿qué quieres?

¿Qué quería? No se me había ocurrido ninguna disculpa que fuese verosímil.

 --Nada.

--De eso tengo de sobra, y también puedo invitarte a un café.

Estupendo.

No hizo falta tirarle de la lengua. Habló por los codos.

En resumen, ya no podía ver ni un día más a Ambrosio Hernández, su marido, casados por la Iglesia y por lo civil. Me dijo que Ambrosio no solo la tiene diminuta sino que no se le pone tiesa si no tiene esa cosa en la mano, esa maldita cosa. Me dejó reflexionando sobre el adjetivo calificativo adherido al miembro viril del notable abogado. Diminuta y pequeña, si no estoy equivocado, son sinónimos. No indagué hasta dónde llega la sinonimia. Se impuso la curiosidad de saber que era lo que ponía al falo de Ambrosio Hernández de diminuto flácido a diminuto empalmado. Su forma de nombrarlo, "esa cosa" no parecía referirse a una pastilla azul de viagra o amarilla de cialis.  

--¿Esa cosa? ¿qué cosa?

--Necesito una normal, por lo menos normal, en un hombre normal. ¿Tú la tienes normal?

Por lo pronto decidí no volver a preguntarle qué cosa era esa maldita cosa que Ambrosio Hernández necesitaba tener en la mano. Supuse que en la izquierda. Ese hombre es zurdo. 

--Creo que sí.

Lo comprobó y agradeció a los dioses estar follando con un hombre normal. 

--¿Otro café?

--¿Otro polvo?

Otro café, otro polvo y el descubrimiento de la cosa maldita. Por este orden. Volví a preguntar:

--¿Qué cosa?

Entendió a la primera a qué me estaba refiriendo. Me dijo que abriera un cajón. Allí dentro estaba el machete cya desaparición preocupaba a su hermano. No hizo falta que me informase de que ese machete fue con el que su hermano mató a su padre. Me hice el nuevo.

--¿Y esto?

--Eso es lo que necesita ese hijo de puta tener en la mano. Por favor, llévate eso de aquí a donde no lo vean mis ojos. No puedo soportarlo más.

Le hice el favor. Me llenó de besos cuando le dije que sí, agradecida.