lunes, 1 de agosto de 2022

capítulo fallido 2

 En el amanecer Melitón me despertó. Desperté con una respetable hambre. Por fortuna estaban abriendo un sitio de despachar desayunos, con pan de leña recién parido de un horno eléctrico. 

--¿Qué hiciste en la ermita?

--Me dijo que te dijera que solo se puede estar en una órbita. Hay muchas órbitas pero solo se puede abarcar una.

--¿Qué quiere decir eso?

--No sé, tú sabrás.

--Yo solo sé que no sé nada.

--Pues eso, eso es lo que tienes que saber.

Cogimos la primera guagua que salía para San Andrés, Melitón adormilado todo el viaje y yo medio dormido. Llegamos. Él se esfumó para su casa a cambiarle el pañal a su madre, y a mí se me ocurrió la idea de --con cualquier disculpa-- hacerle una visita a la hermana de Ramiro Rivero. A esa hora el hermano estaba con Hansel pescando por los Roques y el marido solía salir del hogar siempre a la misma hora, Todavía faltaban cinco minutos. No pasó un minuto que lo vi salir, con el temperamento alterado y subirse a su cochazo y arrancarlo con estreñida violencia. Dudé si sería oportuno visitarla en ese momento. Al carajo. Me acerqué y toqué a la puerta. Nada más abrir me gritó...

--Hijo de puta, saca ya de una puta vez de mi cuar... Ah --bajó la voz--. Disculpa, pensé que era ese hijoputa... bueno, perdona... ¿qué quieres?

¿Qué quería? No se me había ocurrido ninguna disculpa que fuese verosímil.

 --Nada.

--De eso tengo de sobra, y también puedo invitarte a un café.

Estupendo.

No hizo falta tirarle de la lengua. Habló por los codos.

En resumen, ya no podía ver ni un día más a Ambrosio Hernández, su marido, casados por la Iglesia y por lo civil. Me dijo que Ambrosio no solo la tiene diminuta sino que no se le pone tiesa si no tiene esa cosa en la mano, esa maldita cosa. Me dejó reflexionando sobre el adjetivo calificativo adherido al miembro viril del notable abogado. Diminuta y pequeña, si no estoy equivocado, son sinónimos. No indagué hasta dónde llega la sinonimia. Se impuso la curiosidad de saber que era lo que ponía al falo de Ambrosio Hernández de diminuto flácido a diminuto empalmado. Su forma de nombrarlo, "esa cosa" no parecía referirse a una pastilla azul de viagra o amarilla de cialis.  

--¿Esa cosa? ¿qué cosa?

--Necesito una normal, por lo menos normal, en un hombre normal. ¿Tú la tienes normal?

Por lo pronto decidí no volver a preguntarle qué cosa era esa maldita cosa que Ambrosio Hernández necesitaba tener en la mano. Supuse que en la izquierda. Ese hombre es zurdo. 

--Creo que sí.

Lo comprobó y agradeció a los dioses estar follando con un hombre normal. 

--¿Otro café?

--¿Otro polvo?

Otro café, otro polvo y el descubrimiento de la cosa maldita. Por este orden. Volví a preguntar:

--¿Qué cosa?

Entendió a la primera a qué me estaba refiriendo. Me dijo que abriera un cajón. Allí dentro estaba el machete cya desaparición preocupaba a su hermano. No hizo falta que me informase de que ese machete fue con el que su hermano mató a su padre. Me hice el nuevo.

--¿Y esto?

--Eso es lo que necesita ese hijo de puta tener en la mano. Por favor, llévate eso de aquí a donde no lo vean mis ojos. No puedo soportarlo más.

Le hice el favor. Me llenó de besos cuando le dije que sí, agradecida.

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