domingo, 31 de julio de 2022

capítulo fallido

 Melitón una vez al año subía a Taganana caminando a ver a Yemayá, en la ermita de la Virgen de Regla. Este año me dejó acompañarlo. Carretera arriba carretera arriba carretera arriba hasta el túnel. Descansamos antes de entrar en el túnel, y nos metimos gasolina y nos metimos en el túnel. Salimos del túnel y empezamos a bajar a bajar a bajar y llegamos a Taganana. Durante el viaje, o la peregrinación, me contó todo el colorín azul que ilustra la leyenda de Yemayá. Divinidad de la fertilidad de la mitología yoruba. Es hija de Olokun, la divinidad de los mares.

--Es la madre de todos los Orishás. Es la madre universal. La madre del Mundo.

--Calla.

No calló. Salimos del túnel y seguía hablando. A ciencia cierta, yo no podía saber si estaba dando rienda suelta a su saber enciclopédico o me estaba transmitiendo de manera criptica algo que él quería que yo supiera y que yo en absoluto quería saber. Los sintagmas madre del mundo y madre del mar me revolvían las tripas. Hice de tripas corazón y quise suponer que su perorata era meramente enciclopédica, sin motivos personales. Siguió hablando cuando salimos del túnel y empezamos a bajar.  Allá abajo algo lejos el mar con manchas de verde claro, y cerca riscos y riscos que parecían animales que están esperando su hora.

--Ella ama a los hombres y los protege, Pero cuando desea a alguno, lo hace su esposo y lo mata llevándolo al fondo del mar.

Dijo que cuando se enfada esteriliza a las hembras y enloquece a los hombres. 

--Pero es ella la que te mantiene la cabeza en su sitio, si no la haces enfadar.

Después del solajero llegó la noche y una luna ovalada refrescó la tierra. Yo no subí a la ermita a ver a Yemayá. Me quedé abajo. Mirando la nada de la noche. 

No quise subir porque no quise ver a una madre fértil. Quien fabrica la existencia, o el sueño de existir, comete un error. La insistencia de Melitón en que la diosa era madre de las aguas, me quitó las ganas de verla. Tengo fobia a las madres, a esas mujeres que son madres, por lo menos hasta que dejan de serlo, cuando ya son estériles y usan pañales y se vuelven niñas a las que hay que cuidar. Por lo pronto yo procuré cuidarme del frío un poco incómodo que la noche derramaba sobre la tierra. Como fuimos caminando de día y con sol, bastante fuerte a la salida del túnel, no había llevado nada de abrigo. A Melitón eso no le hace falta, haga frío o calor siempre anda en manga de camisa. Lo abrigan y lo guarecen los mitos. ¿Qué le estaría contando a Yemayá, o ella a él? Me guarecí a imaginarlo en una grieta, con forma de cueva, en la ladera de la montaña a la entrada del pueblo. Allí estaba yo azocado y entretenía los oídos oyendo el viento afuera. Dejé de concentrarme en la música cuando recordé que tampoco había llevado un bocadillo o algo para matar el hambre. Y el hambre, las ganas de comer, tampoco me dejaba dormitar. ¿Por qué no bajaba ya de un puta vez Melitón? El cabrón me había engañado contándome la milonga de que en Taganana vivía una tía viuda que tenía una finca, gallinas, algunos cochinos y una barrica de madera de roble llena de vino reservado. Leche machanga, pensé. Trola absoluta, pensé. El sueño por fin venció al hambre y seguramente soñé con un cochino asado y con la barrica de roble.  

viernes, 29 de julio de 2022

paréntesis 2

El narrador debe ahora de recordar los crímenes anteriores. Matar a la doctora María Guzmán fue sencillo, la estrategia fue lineal y no hubo complicaciones. Más sencillo fue matar a la estudiante de danza Elba Padrón. En este crimen no hubo planes previos, sino que fue improvisado sobre la marcha. El plan para matar a Esther Primavera, similar al de la ejecución de María Guzmán, fue también sencillo y efectivo. Es previsible que solo en el momento del crimen solo hiciese un boceto y, con las excrecencias de los cadáveres (recogidas en pequeños botes de cristal) mezcladas con óleo, el cuadro de una y otra lo hiciese con calma en la azotea de la casa de su padre. Hay que ponerle cuerpo a la víctima. Ahora no se me ocurre ninguno. A lo mejor lo encuentro en algún cuento de Chejov. Basta indicar que la doctora se había dormido leyendo Mercancía viva. Eso basta para justificar el plagio, que quedaría más o menos así:

Abracé a María Guzmán, le besuqueé todos los dedos, que tenían las uñas rosadas y mordisqueadas, y la senté en un sofá con cuero granate. Le crucé las piernas y le coloqué las manos sobre la cabeza. Me senté a su lado y me incliné hacia ella. Era todo ojos. 

Que la investigación policial no haya encontrado pruebas que señalen al asesino, roza lo inverosímil. Mejor será dejarlo así, como una licencia poética; además el asesino, aparte de lo que lee en el periódico, no puede saber nada de cómo ha sido esa investigación policial. Que el criminal haya usado disfraces es una cosa dicha de pasada, pero mejor no entrar en detalles en este aspecto. Sería demasiado folclórico y haría la cosa aún más inverosímil.

El plan para matar a Carmen Elena es más complicado. Es necesario que el narrador se haga con el machete que el cuñado de Ramiro Rivero tiene escondido en alguna parte. La intención es que todo el entramado señale a Ramiro Rivero como si él fuese el asesino. ¿Cómo resuelvo yo esto? Ya veremos. 

*

Hoy hubo --29-7-2022-- un crimen en Santa Cruz en plena calle. Parece un crimen pasional. Vi parte de un reportaje que hizo Bolorino en su programa. Me llamó la atención el fervor con que el periodista clamaba contra los asesinos. Lo menos que se podía hacer con ellos era matarlos. Parece que matar a u asesino no es un asesinato. El criminal reprimido despotrica en voz alta contra cualquier asesino que no haya matado a sangre fría. Aún no he encontrado a nadie que desee descuartizar a un asesino que mata a sangre fria. Como si fuese su oficio o su entretenimiento, como el caso, este del entretenimiento, un salvoconducto para no ser odiado. Temido sí, odiado no. Nos mostramos violentos hacia un semejante que refleja lo que no queremos reconocer en nosotros mismos, y que sacamos a flote cuando hay una justificación justiciera. "No es diente por diente ni ojo por ojo --decía Bolorino  más o menos-- sino de meterle al asesino y al pederasta una inyección letal". Tal como está la novela en estos momentos, meterle un personaje así, con el alma histérica, no encaja. Sería solo ruido, ruido innecesario. 

*

La primera persona, en este caso con el narrador como personaje central de la acción, tiene unas dificultades que no tiene la tercera persona omnisciente, al modo de Flaubert. La primera persona corre el riesgo de caer en una música torpe si el narrador está demasiado centrado en si mismo. El narrador narcisista. Un pelma. Y además no hay manera de introducir una información importante. Por ejemplo, puede darse el caso de que al narrador, preocupado sobriamente por la posibilidad de ser descubierto, toma ciertas precauciones, pero el tiempo pasa y no nota la mínima presión policial sobre él. Llega un momento en que se convence que el caso de los crímenes de La Laguna están archivados, en un sótano húmedo, alimentando a los ratones. Pues no. La Policía lo tiene controlado totalmente. A una prudencial distancia para que él no sospeche en absoluto de que está siendo vigilado. ¿Por qué no lo detienen? Por un simple error en las pesquisas policiales. Se da por hecho de que el narrador es un eslabón de una cadena criminal. Interesa descubrir a quién obedece el hombre que mató a la doctora, a la danzarina, a la poeta de Las Palma y se dispone ahora a matar a Carmen Elena. En un principio se pensó en TKM, pero eso quedó descartado. El hecho de que TKM el lunes de marras prestase declaración, soltase la lengua como una culebra, y señalase una foto del agresor, cuyo nombre ignoraba, descartó la sospecha de que perteneciera a una cadena masónica, que por ahí iban los tiros de la investigación policial. Un lengüín que denuncia una insignificante agresión a cambio de cobrar daños morales y deterioros físicos, ni por asomo está en una cadena importante. Así que la sospecha, una vez investigados los antecedentes, cayeron sobre Ramiro Rivero. Los informes del caso de la muerte de su padre tenían cabos sueltos que llevaban a callejones oscuros. En estos momentos, todavía la Policía no sabe que el machete del episodio del crimen que acabó con la vida del padre de Ramiro Rivero y de su hermana, existe todavía, escondido en alguna parte.   

jueves, 28 de julio de 2022

XX

 Hansel se puso a jugar a la máquina del dinero y perdió cincuenta euros, metió veinte más y también los perdió. Se le puso cara de `perdedor. 

--Anímate --dijo Jonás--. Imagina que estuviste en casa La Húngara con Bárbara la francesa. Un polvo estupendo. 

--Puta máquina --rugió Hansel, ajeno a Jonás. 

De madrugada llegó el periódico. Ya habían encontrado a Esther Primavera durmiendo eternamente. La noticia ocupaba un rinconcito apenas visible. Era una doña nadie. La podía haber matado cualquiera y la policía no pierde el tiempo con cualquiera. No sé. Pensaba que la policía no pierde el tiempo, y en ese momento, cuando Hansel le pedía prestados veinte euros a Jonás, para seguir probando suerte, una furgona nazi de la Unipol se metió en zona peatonal, entre el castillo y el banco bajo el laurel de indias, paró en seco frente a la puerta del bar Castillo, entraron un pelotón de agentes, registraron el bar y encontraron bajo el mostrador por la parte de dentro una bolsa con medio kilo de coca. Le dijeron a Jonás que cerrase el bar inmediatamente, lo esposaron y lo metieron en la furgo, en la parte de atrás. A Hansel y a mí nos registraron a fondo pero no encontraron nada delictivo, ni una china ni medio pollo. 

--Vosotros iros a vuestras casas --nos dijo uno de los agentes, el mandamás de aquella tropa, el sargento, con voz de yo ordeno y ustedes obedecen sí o sí. Hansel, a pesar de su amargura de perdedor, puso cara de obedecer y yo también. 

El medio pollo lo tenía Hansel en la caseta del dique de Las Teresitas. Allí fuimos. El resplandor de la luna llena envolvía a Melitón, sentado por fuera de la caseta. Hansel abrió la puerta y entramos y el medio pollo no tardó en desaparecer sin que ninguno abriésemos la boca. El rumor de la luna sobre el mar no admitía interrupciones verbales. Con cara de haber visto a Dios, como un místico que levita en las alturas, apareció Ramiro Rivero.

--Este sí que parece haber estado con Bárbara en casa La Húngara --interrumpió Hansel el rumor de la luna sobre el mar.

Yo me fijé con especial atención en la barra de hierro cerca del techo de la caseta, atravesándola de este a oeste. Supe entonces que en este lugar mataría a Carmen Elena. La imaginé colgada boca abajo en esa barra de hierro. 

Melitón ayudó a que esa imagen fuese casi real en ese momento. La coca que Melitón puso sobre la mesa, de fuente desconocida para nosotros, era crema en estado puro. Sus efectos fueron algo así como cuando Dante sintió la cercanía de Beatriz. 

--Háblanos del Colgado, Melitón --dije.

No se hizo de rogar.

--El arcano de la fe... Ni lo quiere el cielo ni lo quiere la tierra... solo el amor puede moverlo... 

XIX

 Un viaje a Las Palmas siempre viene bien, un cambio de isla airea el cerebro y desentumece los músculos. Ducho en el arte del acecho, aceché los momentos en que Esther Primavera estaba sola en su habitáculo, que era todos los momentos. Si en su soledad soñaba una visita, el sueño se cumplió. Cuando me abrió la puerta de su piso la vi. Una horrenda figura. Ojos de no parar de llorar. Hedor de no haberse bañado en mil años. Dientes verdes no tenía. No tenía dientes. Así y todo la llevé a su lecho, le quité la sucia bata de felpa, le lamí los pezones, quizá con la esperanza de que soltase una gota de leche. Lo último es tener esperanza de algo. Lo único que me llegaba a la boca era un sudor espeso. Ella, sin embargo, soñaba que los príncipes existen. Vi sus sueños. Le dije tú eres todos los reinos y yo soy todos los príncipes, y la desperté. Se le agitó el corazón. Despertó del todo. Antes de volver al sueño. Al sueño eterno. Ahí la dejé. Me fui con un botito de cristal lleno con su sudor. Cuando volví a Santa Cruz pasé por Favego, compré un lienzo y en la azotea de la casa de mi padre vertí el sudor sobre el lienzo. Llamé por el móvil a Carmen Elena.

--Ya pillé el lienzo de lino para pintarte de cuerpo entero. Necesito semen de Ramiro. Vuelve a follar con él y me guardas el semen en un condón.

--Será en un minicondón. Eso está hecho.

Bajé al bar Castillo, eran la tres de la madrugada, y le pregunté a Hansel dónde estaba Ramiro Rivero. Me informó de que había recibido un sms de Carmen Elena, ven pronto te echo de menos te necesito, y ya seguramente estaba en Santa Cruz entrando en el establo de Dulcinea. Invité a Hansel a un cacharro. Desde la ventana del bar Castillo, el castillo roto parecía el coño descalabrado y oscuro de Esther Primavera.