viernes, 29 de julio de 2022

paréntesis 2

El narrador debe ahora de recordar los crímenes anteriores. Matar a la doctora María Guzmán fue sencillo, la estrategia fue lineal y no hubo complicaciones. Más sencillo fue matar a la estudiante de danza Elba Padrón. En este crimen no hubo planes previos, sino que fue improvisado sobre la marcha. El plan para matar a Esther Primavera, similar al de la ejecución de María Guzmán, fue también sencillo y efectivo. Es previsible que solo en el momento del crimen solo hiciese un boceto y, con las excrecencias de los cadáveres (recogidas en pequeños botes de cristal) mezcladas con óleo, el cuadro de una y otra lo hiciese con calma en la azotea de la casa de su padre. Hay que ponerle cuerpo a la víctima. Ahora no se me ocurre ninguno. A lo mejor lo encuentro en algún cuento de Chejov. Basta indicar que la doctora se había dormido leyendo Mercancía viva. Eso basta para justificar el plagio, que quedaría más o menos así:

Abracé a María Guzmán, le besuqueé todos los dedos, que tenían las uñas rosadas y mordisqueadas, y la senté en un sofá con cuero granate. Le crucé las piernas y le coloqué las manos sobre la cabeza. Me senté a su lado y me incliné hacia ella. Era todo ojos. 

Que la investigación policial no haya encontrado pruebas que señalen al asesino, roza lo inverosímil. Mejor será dejarlo así, como una licencia poética; además el asesino, aparte de lo que lee en el periódico, no puede saber nada de cómo ha sido esa investigación policial. Que el criminal haya usado disfraces es una cosa dicha de pasada, pero mejor no entrar en detalles en este aspecto. Sería demasiado folclórico y haría la cosa aún más inverosímil.

El plan para matar a Carmen Elena es más complicado. Es necesario que el narrador se haga con el machete que el cuñado de Ramiro Rivero tiene escondido en alguna parte. La intención es que todo el entramado señale a Ramiro Rivero como si él fuese el asesino. ¿Cómo resuelvo yo esto? Ya veremos. 

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Hoy hubo --29-7-2022-- un crimen en Santa Cruz en plena calle. Parece un crimen pasional. Vi parte de un reportaje que hizo Bolorino en su programa. Me llamó la atención el fervor con que el periodista clamaba contra los asesinos. Lo menos que se podía hacer con ellos era matarlos. Parece que matar a u asesino no es un asesinato. El criminal reprimido despotrica en voz alta contra cualquier asesino que no haya matado a sangre fría. Aún no he encontrado a nadie que desee descuartizar a un asesino que mata a sangre fria. Como si fuese su oficio o su entretenimiento, como el caso, este del entretenimiento, un salvoconducto para no ser odiado. Temido sí, odiado no. Nos mostramos violentos hacia un semejante que refleja lo que no queremos reconocer en nosotros mismos, y que sacamos a flote cuando hay una justificación justiciera. "No es diente por diente ni ojo por ojo --decía Bolorino  más o menos-- sino de meterle al asesino y al pederasta una inyección letal". Tal como está la novela en estos momentos, meterle un personaje así, con el alma histérica, no encaja. Sería solo ruido, ruido innecesario. 

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La primera persona, en este caso con el narrador como personaje central de la acción, tiene unas dificultades que no tiene la tercera persona omnisciente, al modo de Flaubert. La primera persona corre el riesgo de caer en una música torpe si el narrador está demasiado centrado en si mismo. El narrador narcisista. Un pelma. Y además no hay manera de introducir una información importante. Por ejemplo, puede darse el caso de que al narrador, preocupado sobriamente por la posibilidad de ser descubierto, toma ciertas precauciones, pero el tiempo pasa y no nota la mínima presión policial sobre él. Llega un momento en que se convence que el caso de los crímenes de La Laguna están archivados, en un sótano húmedo, alimentando a los ratones. Pues no. La Policía lo tiene controlado totalmente. A una prudencial distancia para que él no sospeche en absoluto de que está siendo vigilado. ¿Por qué no lo detienen? Por un simple error en las pesquisas policiales. Se da por hecho de que el narrador es un eslabón de una cadena criminal. Interesa descubrir a quién obedece el hombre que mató a la doctora, a la danzarina, a la poeta de Las Palma y se dispone ahora a matar a Carmen Elena. En un principio se pensó en TKM, pero eso quedó descartado. El hecho de que TKM el lunes de marras prestase declaración, soltase la lengua como una culebra, y señalase una foto del agresor, cuyo nombre ignoraba, descartó la sospecha de que perteneciera a una cadena masónica, que por ahí iban los tiros de la investigación policial. Un lengüín que denuncia una insignificante agresión a cambio de cobrar daños morales y deterioros físicos, ni por asomo está en una cadena importante. Así que la sospecha, una vez investigados los antecedentes, cayeron sobre Ramiro Rivero. Los informes del caso de la muerte de su padre tenían cabos sueltos que llevaban a callejones oscuros. En estos momentos, todavía la Policía no sabe que el machete del episodio del crimen que acabó con la vida del padre de Ramiro Rivero y de su hermana, existe todavía, escondido en alguna parte.   

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