jueves, 30 de abril de 2020

chochos

Lo que son las cosas. Cada vez estoy más convencido de una vieja intuición que me acompaña. Cuando tienes un problema que se puede resolver, el Azar, la Ley Cósmica o quién sea eso que desconocemos, te da la solución.

Hace una semana leí un artículo de Millás (no soy muy aficionado a este autor pero me dio por leerlo). Tenía un problema con el ordenador, su herramienta de trabajo, y llamó a su médico para preguntarle. Al final la médico le dijo que le acoplara otro teclado. Pues a los dos días, sin querer derramo la taza de café.

--Mierda, ahora tengo que hacer otra cafetera.

Total, que limpié la mesa pero no tuve la picardía de mirar debajo del portátil. Se averió el teclado. Al día siguiente levanté el aparato, y encharcado de café por debajo. Me acordé del artículo leído y le acoplé otro teclado. Mano de santo, por lo que veo.

Iba a dejarlo como estaba, para dejar el vicio de escribir este más o menos diario, pero ya he descubierto que no soy un guerrero sino un pinche pendejo. Más que literatura, esto hace la función de psiquiatra. Lo que me preocupa --o parte de lo que me preocupa--, lo que pienso o lo que me ocurre lo vierto aquí y santas pascuas.

Ayer una señora del club, argentina, me mandó un wasap. Un vídeo sobre mujeres de Estado que están haciendo las cosas mucho mejor que los hombres. Lo que me llamó la atención fue el mensaje aparte, una frase que en el vídeo no asomaba ni por asomo:

"Chochos al poder".

Como estoy salido y a buena hambre no hay pan duro, y además la señora argentina vive aquí en La Maldad, le contesté "un chocho es lo que yo necesito".

"¿Qué es un chocho?". me preguntó. Hay que joderse --pensé--, escribe ella la palabra y luego me pregunta qué significa. Esta mujer se está haciendo la boba, pensé. Miré el mensaje de nuevo, y vi que pensé mal. El mensaje adjunto, además del vídeo, era reenviado.

"Chocho aquí es lo que en Argentina se llama concha".

Se mostró asustada. Me escribió que a ella no le gustaban las palabras feas. Le dije, por decir algo, que la palabra no es fea si se le da un uso apropiado. En fin, que para ella era fea y bla bla bla y "déjémolo". Pues lo dejé. Pero no con gusto. Así que me fui al wasap del grupo e improvisé:

Nada que hacer,
hoy ni viento ni lluvia,
y un leve asombro
hace nido en la incertidumbre.
Las palabras bellas
son pompas vacías
y las palabras feas
asustan a las mentes
pensantes.
Nada, estoy perdido
en un bosque sin perlas.
No me busques, solo
me alimentan
las feas intenciones.

(En vez de "bosque sin perlas". hubiera estado mejor "en un mar sin conchas", pero como soy medio retrasado, hasta la maldad me llega tarde.)

Total, que ya en el grupo, a la luz pública, me dice: "se ve que te gusta la poesía y dices las más bonitas... y además eres pintor, ¿qué más eres?" Vaya por dios. Le contesto que también soy lector y que ahora --mentira-- estoy leyendo el cuento del conde Lucanor cuando se quejaba de que sólo tenía chochos (altramuces) para comer y se sentía un desgraciado. En el momento no se me ocurrió añadir que con un solo chocho yo estaría contento. En fin, a seguir con hambre. Es el destino. 

domingo, 26 de abril de 2020

¿Puede una persona que se hace una idea de otra persona, esclavizarla? Un padre que presume --el ejemplo es burdo-- de que su hijo es buen cristiano y va a misa todos los domingos. Lo está condenando. Puede que su hijo hasta ese momento vaya a misa, por razones no espurias, porque le nace; pero a partir de entonces se sentirá obligado a ir a misa, aparentar para que su padre siga teniendo una buena opinión sobre él. Hasta que le llegue la edad de matar al padre y acostarse con la madre.

Pero también es posible esclavizar con el pensamiento, con la mirada. El maldiojo puede que tenga mucho de leyenda, pero una mala mirada perturba al más santo. Incluso el pensamiento secreto, donde no hay gestos ni señales que delaten al pensador.

El otro día, bajando la escalera a la sala, me acordé de un individuo, muy famoso, que en otro tiempo me perjudicó. A veces olvido que nada tiene importancia, y que nadie merecemos la pena. Total, que recordando a ese sujeto me entró la rabia y deseé que enfermase (mala cosa, esta clase de deseos deberían evitarse, por egoísmo, porque son como tiros por la culata).

Enciendo el ordenador y la primera noticia que vi fue que tal individuo estaba ingresado grave en un hospital, Casi como King-Un, el líder norcoreano.

Algo debí de heredar de mi bisabuelo el brujo de Güímar. Si no, no me lo explico.

Anoche por ejemplo en la cama me dio por componer unas décimas para mandar al club de lectura, ya que tanto celebran --Adela, María Victoria y África-- tener un poeta en el grupo.

(Empieza a crecer la luna
--eso dice el almanaque--,
prisionero en esta cárcel
no tengo cielo: tu hermosura
ni piso la hierba menuda
que me lleve a tu ventana,
a llamarte a que salgas
a pasar por esta vida,
a decirnos buenos días
y contarnos alilayas.

Qué mujer tan bella.
Si yo no fuese un canalla
en esta isla de batallas,
le diría que mi estrella
anda en pos de ella
cuando soy buena persona
--aprendí de Chambelonas
a componer los poemas--.

Cuando siento cerca a África,
entonces palabras hueras
a la penumbra se alejan
y me nacen esas cánticas
que escribía Alfonso el Sabio.
En ti es bello mi canto
pues en tu ser se refleja
y lo demás se me aleja
si me acerco a tus labios.)

Bastante flojas y falsamente románticas. No las puse en el wasap. Pero resulta que en el siguiente mensaje del grupo, un compañero mandó un vídeo con unas décimas cubanas, cantadas. Sobre el covid 19, muy buenas. En fin, otra coincidencia. Menos mal que me contuve.

sábado, 25 de abril de 2020

Pescadera, pescadera,
te voy a dar un consejo,
con las manos del pescado
no te rasques el conejo.

Esta copla de arriba
la cantaba Venanceo
en la calle Miraflores
y la oían los trileros

y Bárbara la francesa
me metía en su cuarto,
y Fefa celosa afuera
me esperaba con un canto

qué buena su puntería,
me rompía la cabeza
y luego me la curaba
con delicada destreza.

A quien yo más quería
era a Carmen la palmera
y cuando se lo decía
me pedía mil pesetas.

Yo aprendí poesía
con los Machado en clase,
y en la calle con Venanceo
aprendía el tajaraste.

En fin, empiezo a comprender a José Hernández cuando dijo que aún no había terminado una estrofa, y ya la siguiente le venía en camino. Entre este blog y el muro en fb, no paro. Y además me ha dado por copliar también en el wasap del club de lectura. Con tiento, son señoras asustadizas y tengo que andarme con ojo avizor. Los límites del lenguaje, que decía aquel. El caso es que me aplauden y me celebran. ¿Qué bien? No, qué mal. No me gustan las alabanzas, ni darlas ni recibirlas. Las coplas que les mando tienen picardía, pero aún no me atrevo con las que nacen de la puta la madre. Las que me dictaba Venanceo en la puerta del colegio, como aquel soneto --dónde estará-- dedicado a los pelos del coño de la hija de Franco. Eran los años sesenta.

De los libros que ya no tengo, lamento ahora uno de cantares de mal decir que hizo Alfonso X el Sabio (lo editó Júcar), y otro --no recuerdo el editor-- de fábulas inmorales de Samaniego. Este Samaniego para el club de lectura --esto es una metáfora-- escribía fábulas morales, compitiendo con Iriarte--  pero en privado se le zafaba la lengua y no la atajaba.

Tengo que estudiar una cosa que tengo en la cabeza. En tiempo de penurias, surge una literatura deslenguada, y en tiempo de vacas gordas, una literatura delicada. Bueno, está por estudiar. Lo que si puedo decir es que las palabras, como las monedas, tienen dos caras. El significado de la cara visible lo indican los diccionarios, y el de la cara oculta, los poetas. Ese merito tienen.

Y yo tengo el mérito de que ya me está pesando el encierro. Dios nos guarde.

viernes, 24 de abril de 2020

Restif de la Bretonne

En Amazón hay unas pocas novelas traducidas al español. Como si nada. No sé pedir nada por internet.

Algunos autores importantes de su tiempo valoraron la obra de Restif. Entre ellos Ghoethe. Un autor que con su Fausto se alejó del romanticismo y entró en la literatura del Infierno. Como Restif. Ahora empiezo a pensar que Victor Hugo, en contrapunto, también le debe mucho a nuestro autor.

"Si en Sade priman el gusto por la laceración y la sodomía, en Restif priman la pedofilia, el incesto y el fetiche con los pies", escribe un comentarista literario. En Los miserables el fetichismo de los pies es evidente (en los encuentros en el jardín de Mario y Cossete; sólo que aquí en puro amor y no en depravado bestialismo sexual).

El mismo comentarista relaciona la Lolita de Vladimir Nabokov con una de las novelas de Restif: Sára o la última aventura de un hombre de cuarenta años

Sería toda esta una enorme influencia la de este autor hoy casi desconocido.

Recuérdese también la posible influencia sobre Joyce.

miércoles, 22 de abril de 2020

--No, mi niño, tú no eres así como tú dices; tú eres así como yo digo.

Eso más o menos es lo que me dice la amiga que también me dice:

--No, mi niño, yo no soy como tú me dices; yo soy como yo te digo, pero tú no me entiendes, tú no me comprendes.

Me acuerdo de un poema de Villon (cito de memoria, de mala memoria):

Ay, si hubiese yo sido aplicado en la escuela
y hubiese hecho los deberes y adulado a la maestra
en vez de seducirla y llevarla al lego
y fugarme a bañarme desnudo en las charcas del barranco
jugando con los juncos y con los ranas,
hoy sería catedrático y ganaría un sueldo decente
y tendría a mi servicio una cocinera del campo
y no estaría infeliz y muerto de frío
como estoy ahora en esta cárcel
compartiendo con las ratas un pan duro
y con las moscas verdes tres garbanzas con gorgojos.

(Mejor lee el de Villon; el poema no es así, pero tiene un parecido.)

Tiene otro del que también hago ahora otro algo parecido:

Sé lo que es una pera y sé lo que es una manzana,
sé cuándo llueve y cuándo nieva,
sé de la suave rosa y de la agria ortiga,
sé cuándo es de noche y cuándo es de día,
sé por el toque en la puerta
cuándo viene el perrero y cuándo la mujer del perrero,
lo sé todo, geometría, álgebra, astronomía...
Pero no sé quién soy yo.


Menos mal que mi amiga sí lo sabe.

En lo literario, empiezo a sospechar que el marqués de Sade se alimentó en Los 120 días de la novela Las noches revolucionarias, de Restif de la Bretonne. Igual que empiezo a sospechar que el Ulises de Joyce se alimentó también de la misma novela de Restif. En fin, señor Holmes, entérese antes de la fecha de publicación de cada novela. Elemental, querido Watson.

Día hoy de somnolencia profunda. Desde que amaneció hasta las cuatro la tarde, arriba en la cama, como un lirón. Cerré la ventana pero la grisura de la penumbra me molestaba. Anhelaba la suave oscuridad completa. Pero cuando me dormí del todo, como un lirón, desaparecí de mí mismo. Hasta que me despertó la llamada de Nicolás. Bajé la escalera, abrí la puerta y le di la fiambrera. Me la devolvió con dos pedazos de pollo con una salsa exquisita. La dejé en la cocina para más tarde. Subí al súper y traje un par de cosas: estropajos nuevos, una papa pa freír, aguacates, cigarros y vino blanco español, español sencillo y noble, sin aromas de más, animosamente tranquilo.

Luego me volví a acostar. Esta vez abajo, en el sillón. De inmediato como un lirón. Sueño profundo y tranquilo. Abrí los ojos y vi anocheciendo en la ventana. Tuve que hacer un esfuerzo para levantarme. Vamos a ver si el encuentro con Restif va a ser otra dichosa señal. A él lo llamaban el Búho, porque vivía de noche. Noches blancas.

Blanca es ahora la que toca a la puerta. Le abro. Total, estoy cambiando el sueño. Mal hecho pero no me dés consejos, por favor.

En fin, se acabó la escritura por hoy. Ahora a fregar la loza y seguir limpiando el pollo.

Y olvidarme de llevar el pollo al lenguaje inclusivo. 

martes, 21 de abril de 2020

Voy por la página mil y algo --me quedan más de quinientas-- de Los miserables. Son páginas en las que el autor se detiene a discernir sobre el caló. Por una parte se refiere al caló como la lengua de los delincuentes --una nota a pie de página, del traductor, aclara esta equivocación-- y por otra se hace la picha un lío, contradiciéndose a veces, pero son páginas que vale la pena leer. En ellas está lo que debe ser la lengua, cómo debe vivir y comportarse. (Me recuerda lo que decían los chinos antiguos: si nombras a la serpiente y la serpiente no aparece, eres un charlatán,  no vale la pena oírte.)

Me sacudió un párrafo donde habla de la caída de los imperios. Dice lo mismo que yo escribí en una loba que está en Las coplas de Juan Cabrón, lo cual me hace creer un poco más en esa obrita menor de coplas y décimas que no tienen la calidad del Martín Fierro pero sí una semejante rabia, una rabia serena, templada en la lucha feroz con la vida.

Páginas antes de hablar de la caída de los grandes, Hugo nos cuenta cómo nacieron las mejores coplas del caló. En los presos con una cadena al cuello metidos en hoyos cavados en la tierra, con los pies en el barro, con la mierda hasta las rodillas, y comiendo el pan negro que les tiraban desde arriba y procurando dormitar con cuidado para que no los matase la cadena.

Hugo, en una filigrana de las suyas, pone de ejemplo del caló a Villon y cita un verso  que no tiene nada de caló. Sospecho que la inteligencia de superviviente (dicen que los cornudos tienen una mente retorcida) y que era un político, no quiso contar que François Villón estuvo en esa situación, en ese hoyo nauseabundo, de donde nació el poema que dice: mañana sabrá la cuerda lo que pesa mi culo.

Eso sí es caló, diría Hugo. Según Víctor Hugo, caló también sería el habla de la muchacha boliviana en la novela de Juan Royo (una obra maestra) Mejor cuando improvisas.

*

Recordar Mejor cuando improvisas es ir de inmediato a Cucarachas con Chanel. Son dos novelas que juntas bailan un tango alucinante, y hacen sonar una sinfonía en esa ciudad que tengo allá abajo,  triangulada por la ruinas del balneario, la plaza toros y la calle Miraflores.

A lo que iba, tomé esos detalles de Los miserables en la lectura de esta noche (la caída de los imperios y el cuento de dónde el caló alcanzó altas cumbres, que me llevaron a Juan Cabrón) como señales del Azar. Seguí leyendo y aparece  un autor totalmente para mí desconocido. Tal como Victor Hugo lo puso --canalla escritor era lo más suave, pero a la vez con admiración-- me despertó la curiosidad. Sí, nada de vida ejemplar. Fue un soplón de la policía, un mujeriego, un mentiroso, un nocturno. Por lo que vi hasta ahora en google, los surrealistas lo valoraron mucho. Tiene una novela que se llama Anti-Justine, escrita en contra de la Justine de Sade.
Se llevaban mal. Sade dijo de él, para rebajarlo, que escribía a los pies de la imprenta, o sea, que no cuidaba el estilo (lo mismo que se ha dicho de Baroja y de Cervantes en el Quijote).

El estilo excesivamente cuidado se marchita antes que el medianamente descuidado. La mala hierba tiene ese poder.

A quién no nombró Hugo fue a Sade. No se atrevió.

Me acuerdo de un librito donde un francés famoso relacionaba a Ignacio de Loyola. Sade y Fourrier como creadores de ideas que habían construído un semejante edificio. El caso es que Restif de la Bretonne --así se llama el autor de marras-- inspiró (por su pensamiento, no por sus novelas) a Fourrier. Ahora pienso si las novelas de Restif no inspiraron a alguna que escribiese Sade después de Justine. Pienso en Saló o los 120 días de Sodoma. Tengo que investigar eso, cuándo fue Saló a la imprenta.

No en vano la novela de Sade es uno de los sostenes de Agosta escribe. Palarea, en paz descanse, me dijo que esa novela iba a vivir en el tiempo. No tengo nada que oponer, no me importaría que la sacasen del hoyo en el que hoy está. Quizá tendría que revisarla, ahora no tengo ganas.

Voy a hojear algo más sobre Restif de la Bretonne.
La máquina del tiempo existe. Es la memoria. No la memoria simple, sino la intensa, aquella que te traslada a un momento dado, a un espacio, a algo que viviste, totalmente. Si te dejas llevar por la intensidad, pierdes incluso la conciencia del presente y estás de nuevo en lo recordado, oyendo las mismas voces y sintiendo lo mismo. La memoria perfecta te haría revivir la escena en todos los sentidos, despojada de cualquier pensamiento posterior, de la transformación que ha causado el tiempo y que ahora te hace sentir equivocado o acertado aquello que hiciste. Don Juan Matus decía que para borrar la historia personal tenías que construir un cajón donde meterte, en posición vertical, con un saliente donde te puedas sentar y una puerta para cerrarlo (algo parecido a un confesionario). Allí dentro ibas recordando toda tu vida, ayudado por una serie de procedimientos donde la respiración era importante. Cada recuerdo, grato o ingrato, lo expulsabas con un soplo final, como si escupieras el aire. Quien borra la historia personal, borra la importancia personal y el poder se te acerca. El poder ver más allá de las apariencias, ver primero que nada que lo que uno hace no tiene ninguna importancia, pero actúas como si la tuviera.

En la fantasía como en la memoria debe de ocurrir algo parecido.

A María de Charco del Pino le dio por inventar un personaje inspirado en mí, y lo llama José. Y escribió que si José fuese carpintero le encargaría un mueble a la medida (no me dijo cuál) pero una vez saliese por la puerta, lo hubiese olvidado. No sé si mi amiga me permitirá que fabrique algunos rasgos de este José el carpintero. Un tipo que de joven era guapo con complejo de feo y ahora de viejo es feo con complejo de nada. Y vamos a ponerlo que ejerce su oficio más por vocación que por interés económico. Y le damos una vuelta de tuerca: su bisabuelo, que fue el jefe de las brujas en el valle de Güímar, le enseñó desde el otro mundo el oficio de carpintero. Lo ejerce como un modo de conocimiento del mundo y de los hombres. Es decir, el mueble debe ser una prolongación, física y psicológica, de quien se lo ha pedido.

María aún no le ha dicho qué mueble quiere. En lo abstracto no se puede trabajar, pero sí pensar en el trabajo que vás a hacer. Escoger la madera y las herramientas. Para escoger la madera hace falta conocer a la persona, la textura de las partes de su cuerpo, la espesura de su sudor y de su saliva, y el sabor. Y conocer la tierra donde va a vivir ese mueble.

Mi fantasía ya no llega a más. Ni siquiera sé los rudimentos básicos del oficio de José. En fin, a lo mejor lo sueño esta noche. Voy a acostarme.

lunes, 20 de abril de 2020

Extraño sueño hoy, echado en el sillón, El sueño eran escrituras y escrituras, como si estuviese hojeando fb, e incluso cuando salían escenas eran ajenas a mí, las veía como si estuvieran en pantalla; a veces me metía dentro pero no participaba en la acción, era un incorpóreo testigo, un observador sin cuerpo. No me acuerdo ahora de ninguna escena, de los personajes que había ni de lo que leí.

Me desperté algo mejor el cuerpo. Nicolás me ofreció un plato de comida, ningunas ganas de comer. Mañana, le dije.Bajé a la farmacia. Averiado pero podía moverme. La farmacéutica ya me tenía preparado el medicamento. Bajé en guagua y subí en taxi. Un patrullero de la policía paso por mi lado y siguió de largo. Rambla casi vacía.

El humito por la tarde me dejó sumido en una profunda tristeza. Tenía que haberle hecho caso a mi padre e ir a la FP en vez de a la Universidad. Tener un oficio de mi gusto. Albañil o carpintero. Si descubro la máquina del tiempo y regreso a la adolescencia, eligo mejor. Y otras cosas. Pero ya escribí mucho.

jueves, 16 de abril de 2020

Cuando desperté a las cuatro de la mañana, bajé la escalera y encendí el ordenador.

En fb, en el muro Descubriendo a Picasso, una foto del pintor: "Pablo Picasso ante un cristal", dibujando la silueta de un toro.

Me acordé de una foto que puso HH donde está ... Sentí mal fario con esa foto, y el comentario me dieron ganas de escupir, se me revolvieron las tripas. Ahora que empezaba a sentir que no estoy contra nadie, que los demás, en lo agradable o desagradable, son proyecciones de uno mismo, y es tonto vivir enfadado con nadie. Pero hay algo que aún no está resuelto.

Por eso quizá la primera de las tres preguntas, de la única que me acuerdo. Aunque en el sueño no había celos, sino simplemente conocer la verdad. La verdad os hará libres.

Siempre me he burlado un poco de esa sentencia. En un juicio, la verdad puede llevarte a la cárcel.

La realidad es que pienso en ... Todo lo demás son maneras de pasar la vida con cierta alegría para el cuerpo y el alma. De hecho, lo más que echo de menos en esta reclusión, es que doña Celenia también está recluida. No sale de su casa ni loca.

El empedrado del extraño almacén me lleva a los días de la infancia. Las calles de San Andrés.

Los sueños son señales en la niebla. Pronto amanecerá. Quizá baje a la farmacia a recoger las medicinas.

miércoles, 15 de abril de 2020

Se fue Rubem Fonseca. Se fue un amigo al que nunca conocí. O sí lo conocí. Corregí las galeradas de sus primeros libros que se editaron en España. Leer aquello fue descubrir otro mundo. Otro mundo narrativo. Una forma de contar. Narrar bien no es sólo tener un buen estilo --dijo Chejov-- sino saber pensar. En una semana negra convencí a Taibo de que lo invitara. Estuvo en Gijón. Se negó a hacer cualquier declaración. Lo que tengo que decir es lo que escribo, dijo. No hay más que añadir. Se limitó a firmar ejemplares de sus libros, publicados por Júcar. Tiempos pasados.

Comparto un cuento en fb. No es el que prefiero, pero era el único que encontré en youtube. Luego del cuento de Fonseca, la lectura de El túnel. Tampoco me es indiferente esta novela. En Barrio Chino es una constante en el telón de fondo. El asunto que explica la presencia de El túnel en Barrio Chino, es acordes de ópera bufa. Empiezo a pensar que lo mejor que tiene el barrio chino es su admirable superficialidad, rota en los últimos capítulos. Espero que no me pase como en El libro del cuervo, que debí haberle dado el the end cuando llegaron, a los operarios del periódico --los personajes de la novela--, las furgonetas prometidas.  Todo lo demás --lo señaló Eduardo García Rojas-- desmerece la obra. En fin, si alguna vez se edita de nuevo, espero que se tenga en cuenta esto que digo aquí.

Me llama Chani.

--¿No has visto los ovnis? Están mandando al cielo... Nos van a controlar como corderos, nos van a convertir en rebaño de ovejas...

No le digo que ya lo somos porque me llama yo recién levantado y hasta el primer café no conecto con el mundo.

Hoy fui a la farmacia. Alguna gente en la calle. Ninguna presencia policial. Tengo que volver. No lo tenían todo. No pedí bromuro, amigo. No había recibido tu mensaje. La próxima vez pregunto si lo tienen. Opio ya sé que no voy a pedir. ¿Para qué?

martes, 14 de abril de 2020

Otra vez Franco, otra vez la república, otra vez la mierda seca. Luego se quejan de que los otros perros muerden a los que se comportan como pulgas. ¿Qué necesidad tienen de salvar así sus culos? Los héroes ya no existen o están en cualquier lado (verso de un poeta de Las Palmas), y los asesinos también están en cualquier lado. Más que por la responsabilidad política, van a tener que responder por la responsabilidad criminal. No se remedia un mal poniendo paños calientes o sacando trapos sucios. En lo político, están nutriendo el pimentón de Vox y no se dan cuenta; en el más piadoso de los casos están dando palos de ciego.

En lo cotidiano, aquí en la calle hoy no hubo aplausos, o yo no me enteré, que también es posible.

Escribo un poema animal al grupo de lectura. Empiezo: "Contertulia...". Cobarde que soy. Puse contertulia en lugar del nombre de la contertulia en quien pensaba. Otras celebraron los versos. La secreta destinataria no dijo nada. Como me caliente le mando uno a ella directamente a su móvil. Uno que acierte sin paliativos a que me pida hacer el delito de ir de noche a su casa. Sí, puede pararme la policía. ¿Qué le digo? Tengo que pensarlo, en su momento. ¿Qué poema podría escribirle? Un soneto, demasiado largo. ¿Un romance de catorce versos? No estaría mal si me saliera uno dictado por una calandria y respondido por un ruiseñor. Una copla sería perfecto. Una copla ajena, así no peco de atrevido.

Mañana si me preparo, debería ir a la farmacia. Y aparte de la medicina, pedir un tranquilizante somático. ¿Cuál era el que ponían en el cuartel en las comidas?


jueves, 9 de abril de 2020

sueño de ayer

Avenida del tranvía, esquina con una calle más estrecha. Entramos M y yo. Una mujer vieja acostada. M le hace carantoñas. Yo después estoy en su coche. En la parte de atrás. Una señora que pasa por la calle abre el espejo retrovisor de la parte del conductor.
--¿Por qué no lo llevas tú? --me dice.
--No, que lo lleve Marcelino.
Los tres emprendemos viaje. Cuando me doy cuenta estamos en San Andrés.
Yo suponía que subíamos a La Laguna, a casa de esa mujer. Le recrimino a M que en mi casa no puede ser, allí están mis padres. Hay una valla en la calle San José. Mi madre barre la calle. La saludo. Abre la valla y entro con ella en la venta de Francisca. Dentro, en la trastienda hay una mujer rubia, de pelo largo y liso, que creo que es Marysol. Nos abrazamos. Fuertemente, sensualmente.
Vamos al salón de la casa de mis padres. Hablamos, nos entendemos bien. Mi madre hace un café.
Cuando salimos afuera, en un coche, en la parte de atrás, la espera el marido.
Cuando ella sube al coche, la llamo Marisol y resulta que no es.
--Yo soy de este pueblo, ¿no me conoces?
La anterior cordialidad se amarga.

No sé qué ocurrió que bajo con rabia al marido del coche y lo troceo con un machete. Queda convertido en un pedazo pequeño de carne. Le voy dando patadas, rabioso, como si llevara una pelota, hasta la muralla. De la última patada lo lanzo a la parte del barranco. Nadie ve en eso un crimen. Sólo yo, pero dejo de preocuparme porque la policía no va a saber quién fue el asesino. Es como si todo el pueblo hubiese decidido ser cómplice del delito. Vuelvo a la casa de mi madre.
La señora anterior me manda una pequeña escena al móvil. No la recuerdo. En esas imágenes es más joven, más bella, más atractiva, pero como si siguiera siendo lo que fue. No me interesa.

*
El sueño lo escribí nada más despertar. Hay lagunas que ahora podría narrar con más claridad, pero no importa. El peso del sueño está también en cómo lo escribes.

Cada día estoy más en sintonía con quienes piensan que los personajes de un sueño son emanaciones de uno mismo. Marcelino soy yo que me conduzco al sitio equivocado. (Puse mi casa, pero en el sueño no era mi casa sino la casa de mis padres. Yo vivía donde ahora, en la Maldad. La señora que vimos M y yo en su casa en S/C, por debajo de la plaza La Paz, haciendo esquina, y que era vieja y decrépita y que luego apareció rejuvenecida, no sé en qué aspecto puedo ser yo. La que confundí con Marysol, me recuerda a una muchacha, de rasgos árabes, que conocí en la Universidad de Oviedo,
con la que pudo haber sido y no fue porque me cortó que yo estaba casado y no me atreví a decírselo. Me prestó un libro de Italiano, no se lo devolví. Me lleva ahora a situaciones similares: mujeres que me desearon y yo no me atreví a dar el paso. Una amiga de mi mujer. Yo raspaba,descamisado, una capa de cemento en el piso que habíamos comprado mi mujer y yo. Ella, la amiga, sentada junto a la puerta de ese cuarto, el dormitorio principal, viéndome trabajar. Otra fue la profesora de literatura en el instituto, a la que le hice un poema; al día siguiente de darle los versos me llamó aparte para decirme que no podía corresponder a mi amor porque ella estaba casada, y luego me dijo que la ayudara a llevar los libros, un par de libros, al departamento, cuando ya las clases habían terminado y el instituto estaba vacío. (En Barrio Chino fabrico historias inventadas con el instituto como escenario; esa historia real hubiera encajado mejor.) Y falta la principal. La muchacha a la que dejé una triste mañana con los bolsillos llenos de blues... La primera mujer que amé y la segunda que conocí.
Mi madre en el sueño (como fue en la realidad, hasta el día que me desengañó; otro episodio de la historia personal) es la parte mía que evita el sacrificio y busca la comodidad.
El hombre al que maté y tiré convertido en pelota de carne es la parte de mí que más me ofende. No recuerdo qué me hizo o qué me dijo para que yo lo agrediese y lo matase; tal vez en otro sueño lo sepa.

domingo, 5 de abril de 2020

Un doctor peruano --lo vi en fb-- prescribe una semana de gárgaras de sal, porque el virus donde primero se aloja es en la garganta. Y la sal refuerza el ph alcalino, medio donde el virus no puede sobrevivir. El modo de hacerlo es recoger un poco de sal en la lengua, dejar que la saliva lo disuelva, sin tragarla, mover la salmuera por la boca y por la garganta especialmente, y luego escupirla.

No tragarla es importante. Esto lo añado yo. Por experiencia. Un día de pibe me harté de pipas masticando las cáscaras, embadurnadas de sal, y cuando bajé de la guagua --iba en guagua-- la fatiga --la tensión-- fue inaguantable. Mi padre me llevó a la casa socorro. Allí con una inyección me dejaron bien.

Lo de que sea un médico peruano me trajo a la memoria un librito de un colega y compatriota de este médico --cara parecida a la de Paco Ignacio Taibo II--, un tratado de curación por medio del agua. Cuando estoy malo y con voluntad de hacerlo, recurro a uno de sus métodos. El baño de agua fría. Consiste en que entres con el cuerpo caliente en la ducha, y empieces a ducharte por el pie izquierdo, de abajo arriba, desde la planta del pie hasta las ingles; luego haces lo mismo con el derecho. A continuación las nalgas, la espalda, la barriga, el pecho, y los hombros. La cabeza no mojarla en absoluto. Luego te secas bien y te abrigas lo suficiente para que el cuerpo no pierda el calor.

La teoría del doctor es que la enfermedad la origina la demasiada calentura del interior del cuerpo, y de esa manera se elimina el exceso de fuego interior.

Yo médico no quiero ser, pero curandero si me hubiese gustado haber sido. Un curandero serio, no charlatán. Con la intuición sumisa al saber. En la novela picaresca Gil Blas hay un párrafo que nunca he olvidado. Dice que cura mejor un médico que sabe cuatro cosas que uno que tiene todo un conocimiento portentoso del arte de la medicina. Esto es algo parecido a lo que dijo Poe sobre el juego de damas. Dijo que requería más inteligencia y más astucia que el juego del ajedrez. No lo sé. No puedo decir nada. Yo sé jugar a las damas pero no al ajedrez. Y mi juego empezaba a ser seriamente pensado cuando la mitad de las fichas habían desaparecido del tablero. Cuanto más espacio más claridad. Hasta entonces jugaba  sólo con la intuición. La inteligencia intervenía cuando el campo se aclaraba.

El aloe sigue recibiendo la visita diaria de unas veinte abejas. Ahora, sin rata que los vigile, los lagartos se dejan ver varios juntos. La falta de rabo de algunos es lo que intriga a Nicolás. Su pitanguero pequeño ha dado dos pitangas. Están rojas y grandes. Mañana las cosecha.

sábado, 4 de abril de 2020

Entre los catastrofista que ven en esto un dominio político --una deriva hacia la dictadura-- y los que ven una oportunidad de recapacitar y entrar en mejor relación con la naturaleza, estoy en tierra de nadie. Sí recuerdo algunas cosas que se hicieron en nombre de la ciencia --hoy la ciencia es usada como en otros tiempos la religión--: el ataque a la medicina holística y a la acupuntura. En fin, los charlatanes de la ciencia son como los policías de balcón, que se entretienen vigilando a quien pasa por la calle. El panóptico perfecto. El ciudadano vigilando al ciudadano. Esto siempre ha sido así. Pero si la desconfianza se hace rutina, mal vamos. O bien. Nunca se sabe. Uno de los filósofos que me ha dado por leer o escuchar, critica el afán acomodaticio, que lleva a la flojedad, que ha marcado el mundo de hoy en Europa, por poner un solo ejemplo. Esto se está rompiendo: el sexo fácil, usado como quien cambia cromos, o el dinero ganado sin esfuerzos  (en ciertas capas sociales, no en todas).
Bueno, no estoy ahora para filosofar.

Es de madrugada. Estoy despierto porque dormí por la tarde un sueño profundo.

Hoy (o ayer, mejor dicho) Quico me recordó que no me gustaban los elogios. La verdad es que no. Prefiero los insultos. El insulto, si lo oyes con serenidad, puede hablarte de ti mismo. El insultador, pienso, se delata y conoces a la persona por los insultos que genera, pero también hay algo --o más que algo-- en el insulto que también habla de ti. En esto creo que soy estoico.

El elogio en cambio, aparte de que sea justo o no, te ata a sus premisas. Si te dicen que eres inteligente o buen escritor, te están obligando a ser, por decreto, inteligente o buen escritor. Una jodienda.

En fin. Madrugada. Luna llenando. Voy a sacar la basura.