martes, 21 de abril de 2020

La máquina del tiempo existe. Es la memoria. No la memoria simple, sino la intensa, aquella que te traslada a un momento dado, a un espacio, a algo que viviste, totalmente. Si te dejas llevar por la intensidad, pierdes incluso la conciencia del presente y estás de nuevo en lo recordado, oyendo las mismas voces y sintiendo lo mismo. La memoria perfecta te haría revivir la escena en todos los sentidos, despojada de cualquier pensamiento posterior, de la transformación que ha causado el tiempo y que ahora te hace sentir equivocado o acertado aquello que hiciste. Don Juan Matus decía que para borrar la historia personal tenías que construir un cajón donde meterte, en posición vertical, con un saliente donde te puedas sentar y una puerta para cerrarlo (algo parecido a un confesionario). Allí dentro ibas recordando toda tu vida, ayudado por una serie de procedimientos donde la respiración era importante. Cada recuerdo, grato o ingrato, lo expulsabas con un soplo final, como si escupieras el aire. Quien borra la historia personal, borra la importancia personal y el poder se te acerca. El poder ver más allá de las apariencias, ver primero que nada que lo que uno hace no tiene ninguna importancia, pero actúas como si la tuviera.

En la fantasía como en la memoria debe de ocurrir algo parecido.

A María de Charco del Pino le dio por inventar un personaje inspirado en mí, y lo llama José. Y escribió que si José fuese carpintero le encargaría un mueble a la medida (no me dijo cuál) pero una vez saliese por la puerta, lo hubiese olvidado. No sé si mi amiga me permitirá que fabrique algunos rasgos de este José el carpintero. Un tipo que de joven era guapo con complejo de feo y ahora de viejo es feo con complejo de nada. Y vamos a ponerlo que ejerce su oficio más por vocación que por interés económico. Y le damos una vuelta de tuerca: su bisabuelo, que fue el jefe de las brujas en el valle de Güímar, le enseñó desde el otro mundo el oficio de carpintero. Lo ejerce como un modo de conocimiento del mundo y de los hombres. Es decir, el mueble debe ser una prolongación, física y psicológica, de quien se lo ha pedido.

María aún no le ha dicho qué mueble quiere. En lo abstracto no se puede trabajar, pero sí pensar en el trabajo que vás a hacer. Escoger la madera y las herramientas. Para escoger la madera hace falta conocer a la persona, la textura de las partes de su cuerpo, la espesura de su sudor y de su saliva, y el sabor. Y conocer la tierra donde va a vivir ese mueble.

Mi fantasía ya no llega a más. Ni siquiera sé los rudimentos básicos del oficio de José. En fin, a lo mejor lo sueño esta noche. Voy a acostarme.

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