martes, 21 de abril de 2020

Voy por la página mil y algo --me quedan más de quinientas-- de Los miserables. Son páginas en las que el autor se detiene a discernir sobre el caló. Por una parte se refiere al caló como la lengua de los delincuentes --una nota a pie de página, del traductor, aclara esta equivocación-- y por otra se hace la picha un lío, contradiciéndose a veces, pero son páginas que vale la pena leer. En ellas está lo que debe ser la lengua, cómo debe vivir y comportarse. (Me recuerda lo que decían los chinos antiguos: si nombras a la serpiente y la serpiente no aparece, eres un charlatán,  no vale la pena oírte.)

Me sacudió un párrafo donde habla de la caída de los imperios. Dice lo mismo que yo escribí en una loba que está en Las coplas de Juan Cabrón, lo cual me hace creer un poco más en esa obrita menor de coplas y décimas que no tienen la calidad del Martín Fierro pero sí una semejante rabia, una rabia serena, templada en la lucha feroz con la vida.

Páginas antes de hablar de la caída de los grandes, Hugo nos cuenta cómo nacieron las mejores coplas del caló. En los presos con una cadena al cuello metidos en hoyos cavados en la tierra, con los pies en el barro, con la mierda hasta las rodillas, y comiendo el pan negro que les tiraban desde arriba y procurando dormitar con cuidado para que no los matase la cadena.

Hugo, en una filigrana de las suyas, pone de ejemplo del caló a Villon y cita un verso  que no tiene nada de caló. Sospecho que la inteligencia de superviviente (dicen que los cornudos tienen una mente retorcida) y que era un político, no quiso contar que François Villón estuvo en esa situación, en ese hoyo nauseabundo, de donde nació el poema que dice: mañana sabrá la cuerda lo que pesa mi culo.

Eso sí es caló, diría Hugo. Según Víctor Hugo, caló también sería el habla de la muchacha boliviana en la novela de Juan Royo (una obra maestra) Mejor cuando improvisas.

*

Recordar Mejor cuando improvisas es ir de inmediato a Cucarachas con Chanel. Son dos novelas que juntas bailan un tango alucinante, y hacen sonar una sinfonía en esa ciudad que tengo allá abajo,  triangulada por la ruinas del balneario, la plaza toros y la calle Miraflores.

A lo que iba, tomé esos detalles de Los miserables en la lectura de esta noche (la caída de los imperios y el cuento de dónde el caló alcanzó altas cumbres, que me llevaron a Juan Cabrón) como señales del Azar. Seguí leyendo y aparece  un autor totalmente para mí desconocido. Tal como Victor Hugo lo puso --canalla escritor era lo más suave, pero a la vez con admiración-- me despertó la curiosidad. Sí, nada de vida ejemplar. Fue un soplón de la policía, un mujeriego, un mentiroso, un nocturno. Por lo que vi hasta ahora en google, los surrealistas lo valoraron mucho. Tiene una novela que se llama Anti-Justine, escrita en contra de la Justine de Sade.
Se llevaban mal. Sade dijo de él, para rebajarlo, que escribía a los pies de la imprenta, o sea, que no cuidaba el estilo (lo mismo que se ha dicho de Baroja y de Cervantes en el Quijote).

El estilo excesivamente cuidado se marchita antes que el medianamente descuidado. La mala hierba tiene ese poder.

A quién no nombró Hugo fue a Sade. No se atrevió.

Me acuerdo de un librito donde un francés famoso relacionaba a Ignacio de Loyola. Sade y Fourrier como creadores de ideas que habían construído un semejante edificio. El caso es que Restif de la Bretonne --así se llama el autor de marras-- inspiró (por su pensamiento, no por sus novelas) a Fourrier. Ahora pienso si las novelas de Restif no inspiraron a alguna que escribiese Sade después de Justine. Pienso en Saló o los 120 días de Sodoma. Tengo que investigar eso, cuándo fue Saló a la imprenta.

No en vano la novela de Sade es uno de los sostenes de Agosta escribe. Palarea, en paz descanse, me dijo que esa novela iba a vivir en el tiempo. No tengo nada que oponer, no me importaría que la sacasen del hoyo en el que hoy está. Quizá tendría que revisarla, ahora no tengo ganas.

Voy a hojear algo más sobre Restif de la Bretonne.

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