miércoles, 22 de abril de 2020

--No, mi niño, tú no eres así como tú dices; tú eres así como yo digo.

Eso más o menos es lo que me dice la amiga que también me dice:

--No, mi niño, yo no soy como tú me dices; yo soy como yo te digo, pero tú no me entiendes, tú no me comprendes.

Me acuerdo de un poema de Villon (cito de memoria, de mala memoria):

Ay, si hubiese yo sido aplicado en la escuela
y hubiese hecho los deberes y adulado a la maestra
en vez de seducirla y llevarla al lego
y fugarme a bañarme desnudo en las charcas del barranco
jugando con los juncos y con los ranas,
hoy sería catedrático y ganaría un sueldo decente
y tendría a mi servicio una cocinera del campo
y no estaría infeliz y muerto de frío
como estoy ahora en esta cárcel
compartiendo con las ratas un pan duro
y con las moscas verdes tres garbanzas con gorgojos.

(Mejor lee el de Villon; el poema no es así, pero tiene un parecido.)

Tiene otro del que también hago ahora otro algo parecido:

Sé lo que es una pera y sé lo que es una manzana,
sé cuándo llueve y cuándo nieva,
sé de la suave rosa y de la agria ortiga,
sé cuándo es de noche y cuándo es de día,
sé por el toque en la puerta
cuándo viene el perrero y cuándo la mujer del perrero,
lo sé todo, geometría, álgebra, astronomía...
Pero no sé quién soy yo.


Menos mal que mi amiga sí lo sabe.

En lo literario, empiezo a sospechar que el marqués de Sade se alimentó en Los 120 días de la novela Las noches revolucionarias, de Restif de la Bretonne. Igual que empiezo a sospechar que el Ulises de Joyce se alimentó también de la misma novela de Restif. En fin, señor Holmes, entérese antes de la fecha de publicación de cada novela. Elemental, querido Watson.

Día hoy de somnolencia profunda. Desde que amaneció hasta las cuatro la tarde, arriba en la cama, como un lirón. Cerré la ventana pero la grisura de la penumbra me molestaba. Anhelaba la suave oscuridad completa. Pero cuando me dormí del todo, como un lirón, desaparecí de mí mismo. Hasta que me despertó la llamada de Nicolás. Bajé la escalera, abrí la puerta y le di la fiambrera. Me la devolvió con dos pedazos de pollo con una salsa exquisita. La dejé en la cocina para más tarde. Subí al súper y traje un par de cosas: estropajos nuevos, una papa pa freír, aguacates, cigarros y vino blanco español, español sencillo y noble, sin aromas de más, animosamente tranquilo.

Luego me volví a acostar. Esta vez abajo, en el sillón. De inmediato como un lirón. Sueño profundo y tranquilo. Abrí los ojos y vi anocheciendo en la ventana. Tuve que hacer un esfuerzo para levantarme. Vamos a ver si el encuentro con Restif va a ser otra dichosa señal. A él lo llamaban el Búho, porque vivía de noche. Noches blancas.

Blanca es ahora la que toca a la puerta. Le abro. Total, estoy cambiando el sueño. Mal hecho pero no me dés consejos, por favor.

En fin, se acabó la escritura por hoy. Ahora a fregar la loza y seguir limpiando el pollo.

Y olvidarme de llevar el pollo al lenguaje inclusivo. 

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