jueves, 9 de abril de 2020

sueño de ayer

Avenida del tranvía, esquina con una calle más estrecha. Entramos M y yo. Una mujer vieja acostada. M le hace carantoñas. Yo después estoy en su coche. En la parte de atrás. Una señora que pasa por la calle abre el espejo retrovisor de la parte del conductor.
--¿Por qué no lo llevas tú? --me dice.
--No, que lo lleve Marcelino.
Los tres emprendemos viaje. Cuando me doy cuenta estamos en San Andrés.
Yo suponía que subíamos a La Laguna, a casa de esa mujer. Le recrimino a M que en mi casa no puede ser, allí están mis padres. Hay una valla en la calle San José. Mi madre barre la calle. La saludo. Abre la valla y entro con ella en la venta de Francisca. Dentro, en la trastienda hay una mujer rubia, de pelo largo y liso, que creo que es Marysol. Nos abrazamos. Fuertemente, sensualmente.
Vamos al salón de la casa de mis padres. Hablamos, nos entendemos bien. Mi madre hace un café.
Cuando salimos afuera, en un coche, en la parte de atrás, la espera el marido.
Cuando ella sube al coche, la llamo Marisol y resulta que no es.
--Yo soy de este pueblo, ¿no me conoces?
La anterior cordialidad se amarga.

No sé qué ocurrió que bajo con rabia al marido del coche y lo troceo con un machete. Queda convertido en un pedazo pequeño de carne. Le voy dando patadas, rabioso, como si llevara una pelota, hasta la muralla. De la última patada lo lanzo a la parte del barranco. Nadie ve en eso un crimen. Sólo yo, pero dejo de preocuparme porque la policía no va a saber quién fue el asesino. Es como si todo el pueblo hubiese decidido ser cómplice del delito. Vuelvo a la casa de mi madre.
La señora anterior me manda una pequeña escena al móvil. No la recuerdo. En esas imágenes es más joven, más bella, más atractiva, pero como si siguiera siendo lo que fue. No me interesa.

*
El sueño lo escribí nada más despertar. Hay lagunas que ahora podría narrar con más claridad, pero no importa. El peso del sueño está también en cómo lo escribes.

Cada día estoy más en sintonía con quienes piensan que los personajes de un sueño son emanaciones de uno mismo. Marcelino soy yo que me conduzco al sitio equivocado. (Puse mi casa, pero en el sueño no era mi casa sino la casa de mis padres. Yo vivía donde ahora, en la Maldad. La señora que vimos M y yo en su casa en S/C, por debajo de la plaza La Paz, haciendo esquina, y que era vieja y decrépita y que luego apareció rejuvenecida, no sé en qué aspecto puedo ser yo. La que confundí con Marysol, me recuerda a una muchacha, de rasgos árabes, que conocí en la Universidad de Oviedo,
con la que pudo haber sido y no fue porque me cortó que yo estaba casado y no me atreví a decírselo. Me prestó un libro de Italiano, no se lo devolví. Me lleva ahora a situaciones similares: mujeres que me desearon y yo no me atreví a dar el paso. Una amiga de mi mujer. Yo raspaba,descamisado, una capa de cemento en el piso que habíamos comprado mi mujer y yo. Ella, la amiga, sentada junto a la puerta de ese cuarto, el dormitorio principal, viéndome trabajar. Otra fue la profesora de literatura en el instituto, a la que le hice un poema; al día siguiente de darle los versos me llamó aparte para decirme que no podía corresponder a mi amor porque ella estaba casada, y luego me dijo que la ayudara a llevar los libros, un par de libros, al departamento, cuando ya las clases habían terminado y el instituto estaba vacío. (En Barrio Chino fabrico historias inventadas con el instituto como escenario; esa historia real hubiera encajado mejor.) Y falta la principal. La muchacha a la que dejé una triste mañana con los bolsillos llenos de blues... La primera mujer que amé y la segunda que conocí.
Mi madre en el sueño (como fue en la realidad, hasta el día que me desengañó; otro episodio de la historia personal) es la parte mía que evita el sacrificio y busca la comodidad.
El hombre al que maté y tiré convertido en pelota de carne es la parte de mí que más me ofende. No recuerdo qué me hizo o qué me dijo para que yo lo agrediese y lo matase; tal vez en otro sueño lo sepa.

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