domingo, 5 de abril de 2020

Un doctor peruano --lo vi en fb-- prescribe una semana de gárgaras de sal, porque el virus donde primero se aloja es en la garganta. Y la sal refuerza el ph alcalino, medio donde el virus no puede sobrevivir. El modo de hacerlo es recoger un poco de sal en la lengua, dejar que la saliva lo disuelva, sin tragarla, mover la salmuera por la boca y por la garganta especialmente, y luego escupirla.

No tragarla es importante. Esto lo añado yo. Por experiencia. Un día de pibe me harté de pipas masticando las cáscaras, embadurnadas de sal, y cuando bajé de la guagua --iba en guagua-- la fatiga --la tensión-- fue inaguantable. Mi padre me llevó a la casa socorro. Allí con una inyección me dejaron bien.

Lo de que sea un médico peruano me trajo a la memoria un librito de un colega y compatriota de este médico --cara parecida a la de Paco Ignacio Taibo II--, un tratado de curación por medio del agua. Cuando estoy malo y con voluntad de hacerlo, recurro a uno de sus métodos. El baño de agua fría. Consiste en que entres con el cuerpo caliente en la ducha, y empieces a ducharte por el pie izquierdo, de abajo arriba, desde la planta del pie hasta las ingles; luego haces lo mismo con el derecho. A continuación las nalgas, la espalda, la barriga, el pecho, y los hombros. La cabeza no mojarla en absoluto. Luego te secas bien y te abrigas lo suficiente para que el cuerpo no pierda el calor.

La teoría del doctor es que la enfermedad la origina la demasiada calentura del interior del cuerpo, y de esa manera se elimina el exceso de fuego interior.

Yo médico no quiero ser, pero curandero si me hubiese gustado haber sido. Un curandero serio, no charlatán. Con la intuición sumisa al saber. En la novela picaresca Gil Blas hay un párrafo que nunca he olvidado. Dice que cura mejor un médico que sabe cuatro cosas que uno que tiene todo un conocimiento portentoso del arte de la medicina. Esto es algo parecido a lo que dijo Poe sobre el juego de damas. Dijo que requería más inteligencia y más astucia que el juego del ajedrez. No lo sé. No puedo decir nada. Yo sé jugar a las damas pero no al ajedrez. Y mi juego empezaba a ser seriamente pensado cuando la mitad de las fichas habían desaparecido del tablero. Cuanto más espacio más claridad. Hasta entonces jugaba  sólo con la intuición. La inteligencia intervenía cuando el campo se aclaraba.

El aloe sigue recibiendo la visita diaria de unas veinte abejas. Ahora, sin rata que los vigile, los lagartos se dejan ver varios juntos. La falta de rabo de algunos es lo que intriga a Nicolás. Su pitanguero pequeño ha dado dos pitangas. Están rojas y grandes. Mañana las cosecha.

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