miércoles, 15 de abril de 2020

Se fue Rubem Fonseca. Se fue un amigo al que nunca conocí. O sí lo conocí. Corregí las galeradas de sus primeros libros que se editaron en España. Leer aquello fue descubrir otro mundo. Otro mundo narrativo. Una forma de contar. Narrar bien no es sólo tener un buen estilo --dijo Chejov-- sino saber pensar. En una semana negra convencí a Taibo de que lo invitara. Estuvo en Gijón. Se negó a hacer cualquier declaración. Lo que tengo que decir es lo que escribo, dijo. No hay más que añadir. Se limitó a firmar ejemplares de sus libros, publicados por Júcar. Tiempos pasados.

Comparto un cuento en fb. No es el que prefiero, pero era el único que encontré en youtube. Luego del cuento de Fonseca, la lectura de El túnel. Tampoco me es indiferente esta novela. En Barrio Chino es una constante en el telón de fondo. El asunto que explica la presencia de El túnel en Barrio Chino, es acordes de ópera bufa. Empiezo a pensar que lo mejor que tiene el barrio chino es su admirable superficialidad, rota en los últimos capítulos. Espero que no me pase como en El libro del cuervo, que debí haberle dado el the end cuando llegaron, a los operarios del periódico --los personajes de la novela--, las furgonetas prometidas.  Todo lo demás --lo señaló Eduardo García Rojas-- desmerece la obra. En fin, si alguna vez se edita de nuevo, espero que se tenga en cuenta esto que digo aquí.

Me llama Chani.

--¿No has visto los ovnis? Están mandando al cielo... Nos van a controlar como corderos, nos van a convertir en rebaño de ovejas...

No le digo que ya lo somos porque me llama yo recién levantado y hasta el primer café no conecto con el mundo.

Hoy fui a la farmacia. Alguna gente en la calle. Ninguna presencia policial. Tengo que volver. No lo tenían todo. No pedí bromuro, amigo. No había recibido tu mensaje. La próxima vez pregunto si lo tienen. Opio ya sé que no voy a pedir. ¿Para qué?

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