martes, 28 de octubre de 2014

Novela XIX (1)

Qué curioso. Anoche soñé que me visitaba un fraile, que lo que necesitaba este mundo eran plegarias, que escribiera plegarias, sobre todo a la Virgen, y hoy me encuentro con una en el blog Zo.0. "Virgen del Condumio". Que también es la de Candelaria, la Negra de los templarios, la que se llevó el mar o no sé quién. Pero lo que importa es el espíritu, la imagen puede variar. Aunque no sea nuestra madre, conviene rezar por la cosecha, por una buena cosecha. 
Se fue el fraile y llegó Quevedo. Tanto lee uno al autor que finalmente aparece el hombre. En este caso, autor y hombre están pegados. No tiene cura el oficio de Poeta. Me dice que me incorpore, me hace abrir un cuaderno, me dicta, y yo como soy un alma angélica, un pollaboba, obedezco.

Disparate y locura
es estar enamorado,
la razón deja a oscuras
quien cae en ese pecado.

Yo quiero negra tarjeta
y sacar dinero blanco
del cajero del banco.
Me dicen que soy un jeta
y yo respondo "arritranco".

Es un mundo esquizofrénico
el que esta tómbola ha dado,
caen de bruces los santos
podridos sus ecuménicos
púlpitos tan venerados.

--¿Esto va de largo? ¿Le piensa vender la letra a Pepe Benavente?
--Lo que quiero es escribir rap, como tu amigo ***; rap del bueno, con carácter, con ética...
--Vale, siga dictando.
--No, déjalo ahí. La desmejora, si poca, es mejoría. Me voy. Hoy sale Cristina Tavío en el periódico. Tengo que hacerle un soneto.

Se va Quevedo y llega un Juan. El capellán de Bearn (Mallorca) durante la segunda parte del siglo XIX. Es un personaje de ficción. De la novela Bearn o la sala de las muñecas.  Autor: Lorenzo Villalonga. 
Yo no conocía ni autor ni novela. La encontré el otro día en La Granja. La publicaron en el 69. Abrí al azar, leí, me interesó y me llevé el libro. El XIX siglo me persigue. ¿Qué grial tengo yo perdido allí? 
Lo de la sala de las muñecas me recordó la novela de Kawabata. La casa de las bellas durmientes:
Un burdel de vírgenes a las que les dan un somnífero y duermen toda la noche. Nunca sabe ninguna qué cliente ha estado en la cama. El viejo *** puede hacer con la joven dormida todo lo que quiera, menos penetrarla. Ahí está el límite del servicio. La virgen debe seguir siendo virgen. Y el hombre, pegarse un tiro cuando amanece. No me acuerdo del desenlace. 
En la novela del mallorquín también hay una joven, pero estaba bien despierta cuando su tío Antonio (protagonista de la novela) se la llevó a París. 
Se me ha pasado comentar la otra novela que dije, la portuguesa, más arraigada porque el autor también vivió el siglo que escribió: Eça de Queiroz, La ilustre casa de Ramires.

Es curioso, la novelas a veces dejan detrás algo así como el rastro de un sueño, un sueño clave, significativo. En fin, aquí fue el siglo de Cabeza de Perro, de Secundino Delgado y Nicolás Estévanez, el siglo de Secretos de Cuba...



domingo, 26 de octubre de 2014

premios

Me dice una amiga que le parece raro no haber encontrado aquí una felicitación a Javier Hernández por su Premio. Los premios que me gustan son los que me dan a mí, y sólo he recibido uno, cuando eran jovencito, pelo largo, ideas cortas, imaginaciones desbocadas, y me alegró el Premio porque me dieron cinco mil pesetas, y la chica más guapa se fijó en mí. La más guapa y la más fea. La más fea me pidió las cinco mil porque las necesitaba (seguramente para chocolate). Ella con familia de alcurnia, de perras, con linaje, y yo hijastro del pueblo, sin más linaje que yo sepa que un bisabuelo jefe de las brujas de Güímar y otro bisabuelo que no reconoció el fruto que preñó en mi bisabuela, de buena familia --según me han contado--, repudiada por la puta familia y abandonada por un cobarde ilustre. Dios lo haya perdonado.
La chica guapa fue una delicia. Me enamoré y, lo de siempre, la abandoné. La ley del destino. Abandonas o te abandonan. La otra, la fea, no me devolvió el dinero nunca. Me pagó poniéndole cuernos al marido. Estaba acostumbrada.
En fin, felicité a Alexis Ravelo por otro Premio y se me distanció un amigo (en el sentido estricto de la palabra). Ya no felicito a nadie, y sí a mí me dan uno, gordo en emolumentos, que me lo merezco, que nadie me felicite y que ninguna (salvo las que yo sé) me pidan el dinero del Premio.

Ilusiones de un iluso. Llevo veinte años pintando, soñando que un día viene a visitarme, implorante, la marquesa Tornamisa y me lleva a exponer en su palacio de Madrid. Por eso no tengo prisa en exponer aquí. Mi pintura, por lo menos algunos cuadros, merecen un palacio, o una casa de putas de alto standing. Dicen que el sabio empieza por lo más sencillo. Exponer donde puedas. Ya expuse en Gijón tres veces. En dos colectivas, con mi amigo entonces Alberto Ámez (que creo que no soportaba mi vena pictórica; el pintor era él, con título de Bellas Artes, señores), y una individual en el café Mimara (de gratos recuerdos) y vendí tres cuadros. Uno era un tuning sobre un cartel publicitario. Convertí el cartel en una danza macabra de carnaval. Orfeo negro. Lo compró una clienta desconocida. Al final de la exposición se lo llevó. Quedé en ir por su casa a cobrarlo. Cobré a la primera. Me pagó las diez mil pelas (era el precio) y me invitó a fumar hachís muy bueno. Sensualismo puro sentados los dos en un sofá. La mujer, con el tiempo, se volvió loca. Pienso que el cuadro no tuvo la culpa, ni la tarde con ella en el sofá tampoco. La recuerdo con afecto.

Aquí, en Tenerife, hicimos una colectiva en el bar que el Brujo tenía en La Laguna. No fue ninguna señora a la inauguración. En fin, más historias pero se me acaban las líneas.
Lo que me interesa ahora de Javier es su novela en sí. Sobre Antonio Bermejo, o mejor dicho, sobre la obra perdida de Antonio Bermejo. Es curioso, una novela que habla de otra novela que se perdió después de ser premiada. Rocambolesca paradoja. 
Antonio Bermejo no me es nada indiferente. Ni como escritor ni como hombre. Antes de saber que era escritor, lo conocí porque acudía mucho a hablar con Antoñito, el vecino frente a entonces mi casa, maricón elegante, una gran persona. En uno de los recuerdos está disfrazado de mujer. Bellísima. 
Dios tenga en su gloria a los dos Antonios. Ahora lo que importa es la memoria. La memoria es lo que vive. Y esto es, en parte, el arte de la novela. 
Espero las de Javier y Juan Royo.
Las novelas son, si valen la pena, las dignas de felicitación. El hombre es engañoso, el más deplorable animal.  

viernes, 24 de octubre de 2014

Encuentro con M y T

El pasado miércoles, M*** me regaló la primera edición de Antes de amanecer (Isaac de Vega). En realidad segunda edición; la primera se desvaneció en un incendio. La leí hace más de treinta años. Es una de las pocas novelas que ha vivido conmigo, o yo con ella. 
M*** dice que El cafetín (última publicada de Isaac) no es buena. No estoy de acuerdo.
--Quizá tiene exceso de "como"... --digo, recordando una observación de R***.
--Le hizo falta un corrector.
Aún así, es obra completa. Refleja la vida, en sus sombras movedizas, con una claridad que hiere el alma.

Hablamos también de otros autores, otras obras. Divisa de las hojas. Ella también la ha leído. Para mí, lo primordial en esta novela es la pasión sexual, a veces amorosamente revestida, en el sentido que Schopenhauer le da al amor: un engaño de la especie sobre el individuo. La civilización, lo social, lleva al individuo a bodas de conveniencia. La naturaleza, en cambio, arrastra a la hembra hacia el macho dominante. En Divisa de las hojas, el modo cómo la novela nos hace ver o sentir la pasión sexual, a veces disfrazada de amor, la eleva sobre sus defectos. M*** me pregunta si me acuerdo de un personaje filósofo que yo había olvidado. Uno que le da importancia suprema al valor pitagórico del número.
Es curioso, cuando bajaba a verla, recordaba un sueño donde aparecía un 6 relacionado con una persona, y luego otro 6 con otra, y luego puntos suspensivos (...). Faltaba un 6 para completar el número del Diablo. 
La imagen de lo fatídico, contra lo que sería lógico pensar, no siempre señala desgracias sino todo lo contrario. Es decir, 999, la cifra que contiene el nombre de Dios. 
Es la ley de las correspondencias. Una imagen sombría lleva a una realidad luminosa. Y al revés.
Toda ley, para evitar su agotamiento, necesita periodos de descanso, curas de sueño. 

--Tengo la nueva novela de Juan Royo --dice M***
Hablamos de Juan. Notable novelista. Estamos de acuerdo. Aunque Fulgor del barranco tiene un fallo grave: el moro anarco sexual no folla con la señora cristiana. Yo prefiero Puerto Santo. Es una aportación importante al humor, humor ácido, continuación (no sé si el autor es consciente) de la República bananera, de Alonso Quesada y un amigo periodista. 

--Tiene 88 páginas. 
88 es un número que sale en Telarañas (propio primer intento de novela), relacionado con Cataluña y con un crimen. 

Me despido alegre de M*** y voy a buscar a Tornillo Flojo. 
--¿Qué tal, Tornillo flojo?
Se enfada. Una dama le puso el nombre. Lo tiene martirizado, no sé si la dama o el nombre. Y encima no lo dejo caminar porque lo tengo atado a la mesa de una terraza. Un sitio con Aldea. Sabor a pueblo. ("Pueblo", es una cosa que ya no existe, es una palabra anacrónica, ya más vacía que la política anti oro negro de los ecologistas de table, coche y tabla de surf con motor fuera borda. En fin.)
--¿Tú qué? ¿cuándo te vas a curar esa puta pata?
--Déjame ver el partido... Sí, animal, ya sé que eres un presa canario, gomero además, así que no te portes como un caniche bobón... Mira el partido.

James galopa... así, así, así juega el Madrid. 


El gato Lucas también se mete con mi pata, pero lo hace para que le limpie el cagadero o le dé de comer. El perro Tornillo es más atravesado. No sé por qué lo hace.

martes, 21 de octubre de 2014

Miedo

Nunca había vivido solo. Siempre viví entre bullicio de gente. Tres primeros años en las Cuevitas, Los trabucos, cuando la cocina era un pequeña cueva con dos piedras que sostenían el caldero y leña debajo. Abajo, a dos pasos, la playa y el mar con sus frutos. La infancia en San Andrés, con colegio en Somosierra. La juventud, en el barrio Salamanca, con colegio en la zona de Miraflores y, luego, el instituto... La madurez (después del cuartel)  en la Península, dos años en Barcelona y después en Asturias. La edad del mono la vine a cumplir en Tenerife. ¿Quién no regresa al primer amor? No he vuelto a verla. Encontré a otras. C***, que con buen juicio , después del deslumbramiento artístico, conoció al no artista y le dio el pasaporte; E***, que ganó el juicio y si la veo, bebo vino otra vez en la misma copa. (No olvido pero no me atan las infamias del pasado. Si me ataran, ya me hubiese pegado un tiro. Al contrario, quien ayer me insultaba, si hoy me saluda, lo saludo. Quien ofende es porque le has abonado el terreno.) Y dejo aquí la lista de los romances éfimeros. Lo demás es presente, y con el presente no se juega. Es lo que he estado haciendo en este blog: narrar el presente con alguna intromisión fantástica (también la imaginación busca salidas). Narrar el presente con mezcla de estilos ajenos; verbigracia, Diógenes el griego cínico, Quevedo o Andrés Chaves. He procurado huir de eso que llaman "estilo propio". El estilo propio es una impropiedad, una intromisión vanidosa o sentimental del autor en la obra (como le ocurrió a Eça de Queiroz en La ilustre casa de Ramires; ya diré, en otra entrada, diosmediante). No me interesan los estilos propios. N*** descubrió que "mi arcano" es la carta sin nombre. La continua transformación. La vida nace de la muerte. Quien no mata, no vive. Y el proceso es continuo. El tiempo no se detiene.
Mi naturaleza me llevó a la Poesía. Pero quise ser narrador. Con la Poesía puedes llegar a alturas y profundidades insólitas (si no eres un poeta fingidor o simplemente un poetastro con postines), pero es la ficción narrativa la que te da una idea más cabal de ti mismo y del mundo. Tenía tacto para percibir, pero casi ninguno para comprender.
Me costó dominar un montón de detalles. Las comas, la ortografía, la sintaxis, la semántica... Me esforcé años y años en aprender todo eso. Yo era bueno para los números, pero no para las letras.
La poesía, la más primitiva expresión verbal, está al alcance de cualquiera. La alfombra poética está ahí. Sólo tienes que ser tonto, subirte y dejarte llevar. Lo demás, dependió de la droga que me metiese en el cuerpo. La marihuana: reflexiva. El LSD: visiones futurista. Hierba del diablo mezclada con alcohol: surrealismo telúrico, etc. De los poemas de juventud, algunos conservan cierto vigor y sinceridad. A veces me acuerdo de versos sueltos, pero de poema "entero" sólo me acuerdo de uno.

El enamorado de la estanquera
escoge cinco minutos de silencio
en su día de locura
y se acerca quedo a mirar
el rostro apetecido.

Ahora no me acuerdo cómo sigue.
Quizá debió quedar ahí. Lo que sigue marcó, o previó, mi destino como hombre. Los poetas no fabrican en balde (salvo los fingidores y los intrusos, que incluso a veces aciertan).
Quizá es que lo que sigue es lo que me avergüenza, por eso lo olvido. 
De pronto, lo recuerdo:

La imbuida, ajena a la visita,
es devorada por sueños cansinos.
El visitante compra y huye
de un fantasma ingerminado.

Delicada manera de retratar la propia cobardía. El hombre que huye. El hombre cobarde.

Siempre, cuando niño,
evitaba mirar la Montaña
porque le tenía miedo,
y entre sombras ondulantes
soñaba ser un valiente
pero a la hora de la verdad
huía de la temible montaña.

De joven invoqué a la Muerte,
inexperto artista,
y la santa Muerte
juventud me dio
para salir corriendo
como conejo asustado.

Ahora que regresa,
no con sus conjuros y consejos,
sino señalando el antiguo miedo
en este Miedo horrible,
me dice la Santa:
Hombre, ya eres viejo
y no puedes salir corriendo.

domingo, 19 de octubre de 2014

en medio de la tormenta

Leo una novela portuguesa del siglo XIX. Poco a poco va adquiriendo uno alguna idea sobre aquel tiempo. El roce hace el cariño. La casa de los Ramires, se titula. El personaje principal tiene un algo del don Victor, esposo de la Regenta. Pero mientras don Víctor está pintado por una naturaleza noble, que desocncha el celoso Magistral, el Ramires de la novela de Queirós es un prefacio del hombre moderno. Adapta su palabra a sus conveniencias. Poco importa el odio ancestral que le tiene a Cavalleiro, el donjuán (pero más entero como hombre que el don Álvaro de La Regenta), se vuelve cariño cuando el poderoso caballero le ofrece al hidalgo ser diputado. Ya importa poco que el pérfido Cavalleiro quiera tirarse a la hermana del hidalgo, casada con un medio zoquete (Barrolo). En fin, no sé si viajar ya al siglo XIX y quedarme allí. Este xxi no es mi siglo. Aquí no tengo dónde jugar, ni en la defensa ni en el ataque ni en el medio. Este siglo me supera. Tiro la toalla. 

No soporto que me digan lo que me tiene que gustar o no. Prefiero caminar solo. Así he ido perdiendo amigos. Pero ya no me puedo permitir más lujos de ese tipo. No me queda más remedio que conservar los que tengo (más o menos), aunque se quieran tirar a mi hermana, y en cuanto a amigas, tarde viene la noche.

Paulino Rivero sigue con sus astracanadas. El hombre que iba a Madrid a denunciar el peligro soberanista que hay en las islas (poco, la verdad, aquí no valemos sino para sufrir viendo perder al Tenerife), ahora se vuelve soberanista; eso sí, que mamá España no nos quite al Ejercito español. Banderita, tú eres roja, tú eres gualda...
Roger, de El Día,  hoy escribe de cómo Franco ordenaba a la Guardia Civil que hiciese la vista gorda con el contrabando. Seguía las enseñanzas --esto no lo dice Roger-- de un padre de la patria estadounidense, que fue presidente de la gran nación: "El gobernante que no sabe que leyes debe dejar en el congelador, arruinará el país". 
Hay una pintada en una pared del barrio del rocío que no se sabe si dice "Franco ha muerto" o "Franco ha vuelto". La actualidad lo reivindica. Ahora por lo bagini. Pero oigo a demasiada gente suplicar la llegada de otro Franco.
El petróleo puede esperar, Paulino. No te precipites. O como decía Orlado Cova paz descanse: No te precipotes. 

martes, 14 de octubre de 2014

Poema anterior en un ojo dorado

El amor es lo que me gustaría
hacer contigo,
locutora de la tele,
este domingo por la tarde.

El amor es lo que me gustaría
hacer contigo,
policía de uniforme,
compañera de patrulla.

El amor es lo que me gustaría
hacer contigo,
maga vestida
en la romería
con un perrito.

El amor es lo que me gustaría
hacer con la estudiante
que choca en el tranvía
y se le caen los libros
y se olvida de los libros.

El amor es una automovilista
que pisa a fondo
y yo soy el copiloto.

Amor es la pintora primitiva
que me dice ven, manchemos
de blanco el fondo de la cueva.

El amor es un ejemplar único
de Colección Animal.

El amor es seguirte hasta la iglesia
y no casarnos.

El amor es cuatro letras
y quince páginas.

El amor es una abogada
de oficio
aliándose con el representante
de la ley,
que soy yo.

El amor es un atasco
con palomitas en el cine.

El amor es un teléfono.

El amor es preguntar por un teléfono
y que tú respondas
al otro lado de la frontera.

El amor es verte
y esconderte.

El amor corre
como el habla
en un cuento oriental.

El amor es un músico
callado.

El amor es verte
a una hora por la Rambla,
sentir tus muslos
y ponerme a llorar.

lunes, 13 de octubre de 2014

un viejo poema de Roger Wolfe*

ODIO

Me faltan algunos odios todavía.
Estoy seguro de que existen.

(Céline)


El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el locutor deportivo
de la radio del vecino
esos domingos por la tarde.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el macaco de uniforme
que sentencia --arma
al cinto-- que el semáforo
no estaba en ámbar, sino en rojo.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con la gente que choca contigo
por la calle
cuando vas cargado
con las bolsas de la compra
o un bidón de queroseno
para una estufa
que en cualquier caso
no funciona.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con los automovilistas
cuando pisas un paso de peatones
y aceleran.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el neandertal en cuyas manos
alguien ha puesto
ese taladro de percusión.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
cuando le dejas un libro a alguien
y te lo devuelve en edición fascicular.

El odio es una edición crítica
de Góngora.

El odio son las campanas
de la iglesia
en mañanas de resaca.

El odio es la familia. 

El odio es un cajero
que se niega a darte más billetes
por imposibilidad transitoria
de comunicación con la central.

El odio es una abogada
de oficio
aliándose con el representante
de la ley
a las ocho de la mañana
en una comisaría
mientras sufres un ataque
de hipotermia.

El odio es una úlcera
en un atasco.

El odio son las palomitas
en el cine.

El odio es un cenicero
atestado de cáscaras de pipa.

El odio es un teléfono.

El odio es preguntar por un teléfono
y que te digan que no hay.

El odio es una visita
no solicitada.

El odio es un flautista
aficionado. 

El odio
en estado puro
es retroactivo
personal
e intrasferible.

El odio es que un estúpido
no entienda
tu incomprensión,
tu estupidez.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con este poema
si tu pluma
valiera
su pistola. 
 

domingo, 12 de octubre de 2014

divagaciones en San Andrés

Ayer Clara me llevó a San Andrés, refunfuñando pero me llevó. A veces necesito comunicarme con los laureles de la Muralla. Crecieron conmigo. Muchos días y noches sus ramas me acogieron. Hasta que cumplí los veinte años, mi devoción era posarme en las ramas de los árboles. Lo de andarme por las ramas vino después. 
Clara se interesa por los proyectos que tengo entre manos. Ahora he decidido meterme de nuevo a empresario. Empresario por amor al arte. No dejar morir una criatura que en cierto modo engendré y que ayudé a crecer. La eduqué en la moral del buen negocio. Adquirir lo más valioso al más bajo precio. Ahora ya no pienso ni en precios ni en valores, sino en que la nave siga navegando. De lo que se trata es de lograr el objetivo con el mínimo esfuerzo. Me estoy volviendo un gandul. 
Clara me pregunta por los amigos, los más o menos amigos. Ramón en el Sur estudiando recovecos de Arico y fabricando la portada de la próxima novela de Charlín. Marcelino entre el Banco de España y el Ayuntamiento, con viajes al norte y a La Gomera, y de vez en cuando alguna subida a La Maldad. (Ayer terminaron en la plaza de Ibrahím los festejos a San Gerardo, con una Beñasmén en octubre, con la presencia, camisas azules, del presidente del Cabildo y del Alcalde); José y Chani... Bueno, y las amigas. Trini también desaparecida, Carmen más visible, no sé si por mí o por el gato Lucas, que se me enfada porque no lo dejo salir a la calle y tengo que llamarlo al orden. Donde manda patrona, obedece el marinero. Sita hace tiempo que no la veo. Etc.
Le entra curiosidad por mi obra inédita. Le hablo de las que puedo ahora sacar a la luz. Al final me he dedicado a terminar Vertical blues. Sé el trabajo que le queda a esa novela, trabajo mecánico, pero tengo que ponerme. Otras, El gigoló y el diario del viaje a República Dominicana pueden esperar. Le hablo de otra obra, más secreta, inspirada en el realismo punto cero de JRamallo, llevado al fondo. El fondo a la izquierda. El fondo son los nombres propios. El nombre es la palanca que mueve el mundo. Esta no la publicaría en estos momentos. Necesita la intervención de por lo menos dos amigos: El viejo José y mi amada Carmen.
Menos mal que Clara no es celosa. Y los laureles de la Muralla disiparon su enfado.
--¿Siempre fuiste de bares? --pregunta.
Los bares en mi vida, podría ser otra novela. Pero el novelar se tiene que acabar. Basta con lo que hay. Con las criticonas del pueblo, cuando yo era niño, aprendí las coordenadas de una apreciable novela. Lo que interesaba a esas mujeres, es lo que pide una obra que se precie. Eran entrevistadoras finas. Una entrevista me gustaría hacerle a Anghel. No sé si podrá ser.El hombre tendría que ponerse a tiro y someterse a las preguntas de Clara y mías, si cuadra. No sé si es mucho cuadrar. El sabio comienza por la más simple. Lo más simple es no hacer nada.








viernes, 10 de octubre de 2014

filósofos y otros garbanzos

"... (Nietzche) describe a Séneca como el torero de la virtud; a Rousseau como el peregrino que retorna a la naturaleza en estado natural impuro; a Schiller como el trompetero moral de Säckingen"; a Dante como la hiena que hace poesía en los sepulcros; de Kant dice que es el cant (la gazmoñería) como carácter inteligible; de Liszt afirma que es maestro en la escuela de la facilidad para correr (detrás de las mujeres); y a George Sand la despacha diciendo que es la lactea ubertas, la vaca lechera con un estilo bello". Leo. No añade que él, Nietzsche, es como el niño que ha salido de ver una película del oeste y va a buscar la pistola de mixto para dipararles a chinos y judíos. En fin, de otros filósofos habla el jocoso libro, pero la filosofía con cuentagotas. Es indigesta. 

Al final Marcelino me llevó a...
Me recibió la ayudante del brujo, una preciosa y bella chica que me adentró en su cubil. Marcelino se quedó afuera, en la sala, leyendo una entrevista a Manolo Artiles. La chica me pregunta la fecha de nacimiento, y me hace la carta astral.
--Luna en Escorpio, en oposición a Saturno. Aquí está el quid de tu problema.
(No sé qué problema. La apatía sexual tiene sus ventajas, dejas de correr detrás de las mujeres.) 
Luego me hace pasar a una habitación del fondo de la casa, donde está el brujo, haciendo rezados y hechizos...

En fin, fantasías. La realidad es que Marcelino me lleva a un fisioterapeuta, y solo la estampa de la ayudante es cierta. Y lo de Manolo Artiles. Lo demás es fantasía.
El realismo punto cero no admite fantasías.
Pero no las puedo evitar. El otro día vi, con los ojos de la imaginación, claro, a un malvado armado con un cuchillo metiéndose en una casa, reduciendo a los padres de un niño y preguntando al niño:
--¿A quién quieres que mate? ¿a papá o a mamá?
No tengo la continuación del cuento.

--Si te van a matar, ¿quién prefieres ser? ¿el toro o el perro?
No lo sé. Lo del toro es telúrico, lo del perro es asunto de Estado. En los dos sitios vivimos. En el Estado y en las afueras del Estado. 
Bah, filosofías. 
La mayor desventaja de la apatía sexual, es que la capacidad creativa también se desvanece, La vida parece más gris.
Y Paulino con el petróleo.
Dice Marcelino que eso le ha salvado la carrera política. No lo entiendo. Y eso que, como animal, Paulino me cae bien. Una vez me lo crucé, cuando yo regresaba de la calle Miraflores y él iba; se le tropezó un pie con otro y casi se cae al suelo. No se cayó. Sentí que lo hubiese socorrido. 
Lo del petróleo y las plataformas oxidadas --esas no pasan la ITV-- es otra cosa. Asunto de Estado. 

Mejor sigo traduciendo a Ello, poeta griego. Letras Arias, Colección Animal. Ejemplar único...

Acércate
a los besos,
manzana
de lámpara
convertida en Marioneta.

La voz rota
enturbia el aire,

los ojos
portadores de malicia.

Ojos abiertos.

No hay luz.

Siente el cuello,
la carne suda.
Ciega el amor,
color negro.

Sangran los labios,
grita la sangre.
Canta el látigo
en la oscuridad.

miércoles, 8 de octubre de 2014

con Juan

Cuando iba a casa de Marcelino el otro día, me encontré con T. Hacía tiempo no la veía. Fuimos alguna vez al TEA juntos, a ver películas aburridas. La que no fue nada aburrida fue la del último fin de semana, dándole vida a cuadros de Hopper. Juan Royo también la vio. Lo vi ayer, a Juan. Me convidó al restaurante japonés... cómo se llama? Manjares exquisitos. Camarera guapa pero con problemas existenciales. Una pena. Una camarera más alegre ayuda a hacer la digestión. Pero la gracia si no la tienes, es mejor no fingirla. 
Juan me informó de costuras de la película que a mí se me habían pasado por alto. La mujer estaba en París porque iba a un happening de unos famosos que estuvieron por La Laguna, cuenta Juan, en los años setenta. Yo no estuve, él sí.
También comentamos los entresijos de Bellas Artes. No comparte mi sentir sobre Dulce Xerach. Lo mío debe de ser por el nombre, que tiene gravedad, me recuerda a Chaxiraxi, nuestra madre del Sol, que hoy nos ilumina poco pero bueno, ahí estuvo. A Dulce, cuando era política y tenía un blog, le escribí para rescartar las cuevitas de la ya desaparecida playa de Los Trabucos que fueron viviendas en medio del siglo pasado, y que hoy no las ocupa nadie, sino algún jediondillo que va a dejar allí su basura. De esa zona que era de la playa Los Trabucos, quedan testimonios vivibles: la batería en la curva de la montaña del ojo, de donde, otros tiempos, salió una bala perdida que se posó en el culo de Chita, paz descanse, la mujer pequeña que me cuidó... Por la carretera vieja, no sé si incumpliendo ordenanzas, caminé varias veces hace tiempo. Ir por allí es regresar a otro mundo. En fin, a lo mejor me paso a recordárselo a la dulce Xerach. Nunca es tarde. Y de camino, si al viejo José le parece, le hablo de la Colección Animal. No es moco de pavo esa colección. 
Marcelino cuando se pone obtuso no sabe de qué pie cojea. El otro día, a cuenta de una entrevista a la novelista Mercedes Abad sobre la valía del plagio, confundió Letras Arias, que fabricamos el viejo José y el joven Jesús, con una forma de plagio. Letras Arias es transformación. Llegamos a donde llegó Li-Po pero por otros caminos.  Somos poetas y sabemos lo que hacemos. 
Y no desprecio el plagio. El plagio benigno de La Celestina o El Quijote, y hasta Quevedo, que el nota tanto meterse con Góngora, por sospechoso de judío, y mamaba como un camello. También está el plagio maligno: tú amigo escribe una obra de puta madre, matas a tu amigo, le robas la obra y la publicas como tuya. Esta clase de plagio es heroico, no pasa todos los días.

Aparte de repasar los contornos sociales, le pregunto a Juan sobre su novela en ciernes. Le falta un capítulo. Da un giro copernicano en relación con su obra anterior.
--Es una novela de amor.
--Eso es lo que necesitamos.
En los postres, mensaje de T.

Juan me bota en La Maldad. Bajo del vehículo a la base del triángulo vegetal por encima del campo de fútbol. La noche en los altos es de una melancolía atroz, pero mi amigo me había dado ánimos. Me hacía falta.  

lunes, 6 de octubre de 2014

Estoy enamorado de ti... bueno, bueno, piensa lo que escribes, no metas la pata...
Céntrate... Lo malo de estar en casa Marcelino, es que está también Marcelino. No me deja concentrarme. Vimos ahora el blog de JRamallo, y me salta con una fantasmogoría filosófica que me supera. Bueno, él es profesor de Filosofía. Derecho tiene a indagar en lo profundo. Como Platón. Vi anoche la película del TEA. Me gustó un huevo. Una película rara, como Divisa de las hojas, que según se mueve el metraje te va gustando más. 
Cuadros de Hopper en vivo. Magnífica película. Sin embargo, hay un cuadro que no sé si lo pintó Hopper.  La protagonista lee el mito de la caverna, de Platón, y lo deja a la mitad. Se acuesta en la cama. El falso por la cintura. Sus nalgas, muslos y pies son soberbios. Una maravilla. 
--Jesús, te pongo un poquito de cerveza?
--No, no voy a mezclar, Marcelino.
Sigo. 
La mujer se duerme con las nalgas al aire. El maromo se sienta en la cama. Sigue leyendo el mito de la caverna. "Y cuando uno se los prisioneros escapa, y sale de la cueva, no ve el Sol". El maromo no ve el culo de la mujer. El Sol de los tiempos. 
En fin, bajé a poner aquí otras notas escritas a lápiz. 

Pero otro día. Ahora no tengo ganas. Me llama el aire de esta ciudad. Es hermosa. Es una ciudad que aún puede ser acogedora. Que el alcalde Bermúdez hable conmigo. Le informáré.
Por lo demás, fiestas de San Gerardo en la plaza del Mercado, Donde el bar de Ibrahim.
Tiene su magia.
Magia realismo punto cero. No puedo ir a Las Palmas por la cojera... bueno, no sé si estoy hablando de más.
Al buen callar lo llaman Chito.  

sábado, 4 de octubre de 2014

más cosas

Hay obras esporádicas que me gustan. En el momento que la gozo. Pero una vez cierro el libro, rara vez vuelvo a visitarlo. Incluso me olvido de lo que contaba. Y hay otras obras que no son esporádicas, sino que enamoran. Viven con uno o regresan cada cierto tiempo y te alegra verlas. El santo bebedor es una. Inolvidable novela. En semejante intensidad que el cuento de Antonio Bermejo "La fiesta" o "El artista del hambre", de Kafka. En Kafka y Bermejo, la renuncia es ajena a la voluntad. El alimento repugna. Los dos personajes han perdido el hambre. El santo bebedor no ha perdido el hambre, ni la sed. No gasta el dinero que tiene. El dinero de una promesa a un paisano. Ese dinero es sagrado. No es suyo. Un dinero que viaja desde un sitio miserable a un sitio humilde. Hay una gran diferencia entre la miseria y la humildad. Sólo un santo puede conocerla. La Iglesia debía adoptar al Santo Bebedor. El autor también lo fue. Como antonio Bermejo. Bebedores. Y quizá santos. 
El caso es que hay otras obras a las que cuesta entrar. Entro en el libro y me pierdo, no sé por dónde voy, no sé por dónde me llevan. Y además a trompicones. Son libros que abusan de uno. Tienen una voluntad sádica. 
Con Divisa de las hojas me ocurre que, cuando más perdido estoy, qué es esto qué estilo de cartas escribe este Jesús (un personaje), me hallo de pronto con un latigazo que me despierta y me dan ganas de cobijar. 
Dejo Divisas sobre Secretos de Cuba y apago la lámpara. Volví a soñar con ***. Ella hacía cosas en el patio cuando yo entré. Estaba desnuda de cintura para arriba, con una faldita, estilo hawaiano. Pechos según las medidas de Rubem Fonseca. Se ruborizó al verme. Yo hice como si me importase lo mismo que estuviese medio desnuda, desnuda entera o vestida. Se tranquilizó. Siguió con lo que estaba haciendo y yo me puse a hacer otras cosas. Hasta que coincidimos sobre un mismo mosaico, junto a una silla. Nos metimos mano. Qué delicia de mujer. 
Estábamos en los prefacios del juego cuando lo interrumpió una extraña persona que entró de repente en el patio. Como Pedro por su casa. Me devano la memoria intentando ver quién era. Nada. 
Este sueño me recordó cuando yo tenía entre cuatro y seis años de edad. Entonces el pueblo era una prolongación de la casa. Y tenía sentido lo de las blancas casitas. 
En la plazoleta, al aire libre, una pintora pintaba un cuadro. La modelo era una niña sentada en una silla y con una cesta de sardinas sobre los muslos. Me encantó la niña, me encantó la pintora y me encantó el cuadro. Era de técnica puntillista. Todos los colores que yo había vivido estaban en el cuadro.
Otro día, no sé si de tarde o mañana --de noche no era--, yo estaba sentado a la mesa comedor de la casa que, seguramente, la pintora tenía alquilada. En la misma plazoleta. No recuerdo nuestra conversación. Se abrió de repente la puerta de la calle. Una comadre entró seria, tensa, me gritó qué haces aquí Chito, me levantó de la silla, me pegó dos nalgadas y me obligó a volver a la calle. Dios la perdone. Mi perdón ni falta le hace. 
No vi más a la pintora. Pero también borré de mis ojos a esa odiosa y puta... La ignoré. No la vi más. 

Lo que no sé si veré es otro número de una revista. Espero noticias y ver si vale la pena.

Sigo leyendo la novela de María Teresa. 
El principio me recuerda a Marcelino. Vive la misma disyuntiva. Ya vendió el buque. ¿Qué podrá hacer ahora? Quedarse aquí esperando una plaza de profesor o irse a La Gomera a encalar una pared.
Lo vi ayer viernes. En la presentación de un libro de Cristo Marrero, que va de un taxista. Curiosidad tenía Marcelino. La portada no está mal. Javier Hernández un rosario de preguntas, que el autor Cristo contestaba mirando para Javier, y no se le oía y las repuestas parecían oraciones. 
El libro parece interesente. 
--Mucha filosofía. demasiada.
Ni Pepe Marrero ni Marcelino ni yo compramos un ejemplar. Gastamos unas birras con una chica. Planeamos el asalto a un banco y recordamos cómo son las estrellas cuando los hombres viven en el mar. Recuerdos de antiguas jodiendas en esta ciudad donde mi antigua admirada Dulce Xerach será la bella en Bellas Artes. A lo mejor la acecho, a la pata coja, a ver si coincidimos en el mismo mosaico.  

miércoles, 1 de octubre de 2014

dos novelas (1)

De Divisas de las hojas (ya comentaré) a Secretos de Cuba, posado en las noches, cuando apago la luz de la Lámpara, sobre El fulgor del barranco. El azar también tiene su lógica, su filosofía, su criterio de razón. El mismo azar que pone sobre la mesa de Morgantani, en el patio, una entrevista en "El Perseguidor" (Diario de Avisos) a Ignacio Gaspar. Sin desperdicios. Ignacio tiene una obra grande, rotunda; y otra más experimental. Aparte de escritor, es un guerrero.
 Hablaré otro día más detenido de la novela de María Teresa de Vega y de la entrevista a Ignacio. Secretos de Cuba es genial. Es una obra que la lees según está escrita, y la lees según no está escrita. El que narra la historia, el viejo Gonzalga, que se la cuenta a otro que la escribe, da pie a otros registros. Entre los episodios cruzados que tienen lugar en la Habana, aún española, Gonzalga cuenta su vida en Cuba. Quiere quedar bien, a pesar de los remordimientos que le produce la muerte de Mercedes (una enamorada espiritual que necesita la cercanía física del amado). En cuanto Gonzalga escapa de amor tan acaparador, la chica no lo soporta y se deja morir. Antes de tan triste suicidio, a ese, joven entonces, enamorado de Sor Milagros, no le desagradan los contactos con Mercedes en una casa de campo ni, luego, con doña Antonieta, la anfitriona, una mujer de treinta años casada con un viejo de sesenta: don Fermín. Este Fermín es un laja con alcurnia. Es de la crema social. Se disfraza de santurrón para dar imagen de beato. Es a la vez el mayor criminal del hampa. El jefe de la casa del Crimen. Donde el incauto que se va a pelar cae por una trampilla sobre una mesa con clavos y, si no muere en el actor, el bueno de Pablo, esclavo procedente de Etiopía, le da el machetazo de gracia y destripa el cadáver. Separa la carne aprovechable para hacer dulces, pasteles, riquísimo los pasteles de carne humana, y el resto no sé si lo recicla. 
Ese don Fermín tiene de socio servicial, en el tomo II, a Luis, el hijo de Angel Garcçia (Cabeza de Perro), un individuo aún más malvado que su padre. Las muertes que les da a don Fermín y al otro socio (uno que empezó a enriquecerse recogiendo colillas para hacer rapé; nada que ver con el maestro de Puerto Santo, que hace lo mismo, buscar colillas). La muerte de don Fermín no se la desea casi nadie ni a su enemigo. La de Prudencio, el colillero, es más simpática. La crueldad hace reir. En el caso de don Fermín, nada de risa la crueldad. Una crueldad la del joven Luis que se amansa en la contemplación de la niña que ayuda al negro. Ocho años de ayuda. Cuando la niña toma formas de mujer, Luis, el hijo del pirata, la empieza a mirar con buenos ojos. Finalmente, la niña, cuando ya tiene dieciséis años, acostumbrada a usar el cuchillo con su amigo el negro Pablo, acaba con Luis. Como se acaba con los mezquinos, miserables e hijos de puta. Sin demora. Aquí te clavo el cuchillo y aquí te dejo muerto.
Mientras tanto, Angel García está en prisión en Tenerife, donde construye una maqueta de bergantín que el libro dice que está en una iglesia de Santa Cruz dedicada a la Virgen del Carmen. Son pocas las páginas que el autor le dedica en esta parte de la obra al célebre pirata de Tenerife. El relato de su muerte, fusilado en Paso Alto, difiere del cuento que yo oía en la infancia. En la novela sor Milagros no asiste en capilla al hombre que mató a su hijo pequeño. Pero ve su muerte. Otra vez el azar y su lógica. 
Novela sin desperdicios, escrita con una ingenuidad fingida, delatora. Aparece un catalán. Apropiada la breve estancia del catalán en la novela, en relación con la actualidad española. Ayer España perdió Cuba. La situación humana y política entre la Habana de ayer y la Barcelona de hoy, son totalmente opuestas. El resultado ya se verá. No basta con denunciar a Pujol cuando te interesa. Bárcenas hizo lo mismo. Escandalizó un poco pero al poco lo dejaron callado. Rajoy sabrá lo que hace. Para eso tiene a Merkel de madrina.

Luz, otro personaje de Secretos de Cuba. Me gustaría llegar al corazón de esta mala mujer, dejar que ella cuente la historia. No creo que sea posible. O sí. Sería otra variante en la Colección Animal. ¿Cómo va la cosa, viejo?