sábado, 4 de octubre de 2014

más cosas

Hay obras esporádicas que me gustan. En el momento que la gozo. Pero una vez cierro el libro, rara vez vuelvo a visitarlo. Incluso me olvido de lo que contaba. Y hay otras obras que no son esporádicas, sino que enamoran. Viven con uno o regresan cada cierto tiempo y te alegra verlas. El santo bebedor es una. Inolvidable novela. En semejante intensidad que el cuento de Antonio Bermejo "La fiesta" o "El artista del hambre", de Kafka. En Kafka y Bermejo, la renuncia es ajena a la voluntad. El alimento repugna. Los dos personajes han perdido el hambre. El santo bebedor no ha perdido el hambre, ni la sed. No gasta el dinero que tiene. El dinero de una promesa a un paisano. Ese dinero es sagrado. No es suyo. Un dinero que viaja desde un sitio miserable a un sitio humilde. Hay una gran diferencia entre la miseria y la humildad. Sólo un santo puede conocerla. La Iglesia debía adoptar al Santo Bebedor. El autor también lo fue. Como antonio Bermejo. Bebedores. Y quizá santos. 
El caso es que hay otras obras a las que cuesta entrar. Entro en el libro y me pierdo, no sé por dónde voy, no sé por dónde me llevan. Y además a trompicones. Son libros que abusan de uno. Tienen una voluntad sádica. 
Con Divisa de las hojas me ocurre que, cuando más perdido estoy, qué es esto qué estilo de cartas escribe este Jesús (un personaje), me hallo de pronto con un latigazo que me despierta y me dan ganas de cobijar. 
Dejo Divisas sobre Secretos de Cuba y apago la lámpara. Volví a soñar con ***. Ella hacía cosas en el patio cuando yo entré. Estaba desnuda de cintura para arriba, con una faldita, estilo hawaiano. Pechos según las medidas de Rubem Fonseca. Se ruborizó al verme. Yo hice como si me importase lo mismo que estuviese medio desnuda, desnuda entera o vestida. Se tranquilizó. Siguió con lo que estaba haciendo y yo me puse a hacer otras cosas. Hasta que coincidimos sobre un mismo mosaico, junto a una silla. Nos metimos mano. Qué delicia de mujer. 
Estábamos en los prefacios del juego cuando lo interrumpió una extraña persona que entró de repente en el patio. Como Pedro por su casa. Me devano la memoria intentando ver quién era. Nada. 
Este sueño me recordó cuando yo tenía entre cuatro y seis años de edad. Entonces el pueblo era una prolongación de la casa. Y tenía sentido lo de las blancas casitas. 
En la plazoleta, al aire libre, una pintora pintaba un cuadro. La modelo era una niña sentada en una silla y con una cesta de sardinas sobre los muslos. Me encantó la niña, me encantó la pintora y me encantó el cuadro. Era de técnica puntillista. Todos los colores que yo había vivido estaban en el cuadro.
Otro día, no sé si de tarde o mañana --de noche no era--, yo estaba sentado a la mesa comedor de la casa que, seguramente, la pintora tenía alquilada. En la misma plazoleta. No recuerdo nuestra conversación. Se abrió de repente la puerta de la calle. Una comadre entró seria, tensa, me gritó qué haces aquí Chito, me levantó de la silla, me pegó dos nalgadas y me obligó a volver a la calle. Dios la perdone. Mi perdón ni falta le hace. 
No vi más a la pintora. Pero también borré de mis ojos a esa odiosa y puta... La ignoré. No la vi más. 

Lo que no sé si veré es otro número de una revista. Espero noticias y ver si vale la pena.

Sigo leyendo la novela de María Teresa. 
El principio me recuerda a Marcelino. Vive la misma disyuntiva. Ya vendió el buque. ¿Qué podrá hacer ahora? Quedarse aquí esperando una plaza de profesor o irse a La Gomera a encalar una pared.
Lo vi ayer viernes. En la presentación de un libro de Cristo Marrero, que va de un taxista. Curiosidad tenía Marcelino. La portada no está mal. Javier Hernández un rosario de preguntas, que el autor Cristo contestaba mirando para Javier, y no se le oía y las repuestas parecían oraciones. 
El libro parece interesente. 
--Mucha filosofía. demasiada.
Ni Pepe Marrero ni Marcelino ni yo compramos un ejemplar. Gastamos unas birras con una chica. Planeamos el asalto a un banco y recordamos cómo son las estrellas cuando los hombres viven en el mar. Recuerdos de antiguas jodiendas en esta ciudad donde mi antigua admirada Dulce Xerach será la bella en Bellas Artes. A lo mejor la acecho, a la pata coja, a ver si coincidimos en el mismo mosaico.  

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