miércoles, 8 de octubre de 2014

con Juan

Cuando iba a casa de Marcelino el otro día, me encontré con T. Hacía tiempo no la veía. Fuimos alguna vez al TEA juntos, a ver películas aburridas. La que no fue nada aburrida fue la del último fin de semana, dándole vida a cuadros de Hopper. Juan Royo también la vio. Lo vi ayer, a Juan. Me convidó al restaurante japonés... cómo se llama? Manjares exquisitos. Camarera guapa pero con problemas existenciales. Una pena. Una camarera más alegre ayuda a hacer la digestión. Pero la gracia si no la tienes, es mejor no fingirla. 
Juan me informó de costuras de la película que a mí se me habían pasado por alto. La mujer estaba en París porque iba a un happening de unos famosos que estuvieron por La Laguna, cuenta Juan, en los años setenta. Yo no estuve, él sí.
También comentamos los entresijos de Bellas Artes. No comparte mi sentir sobre Dulce Xerach. Lo mío debe de ser por el nombre, que tiene gravedad, me recuerda a Chaxiraxi, nuestra madre del Sol, que hoy nos ilumina poco pero bueno, ahí estuvo. A Dulce, cuando era política y tenía un blog, le escribí para rescartar las cuevitas de la ya desaparecida playa de Los Trabucos que fueron viviendas en medio del siglo pasado, y que hoy no las ocupa nadie, sino algún jediondillo que va a dejar allí su basura. De esa zona que era de la playa Los Trabucos, quedan testimonios vivibles: la batería en la curva de la montaña del ojo, de donde, otros tiempos, salió una bala perdida que se posó en el culo de Chita, paz descanse, la mujer pequeña que me cuidó... Por la carretera vieja, no sé si incumpliendo ordenanzas, caminé varias veces hace tiempo. Ir por allí es regresar a otro mundo. En fin, a lo mejor me paso a recordárselo a la dulce Xerach. Nunca es tarde. Y de camino, si al viejo José le parece, le hablo de la Colección Animal. No es moco de pavo esa colección. 
Marcelino cuando se pone obtuso no sabe de qué pie cojea. El otro día, a cuenta de una entrevista a la novelista Mercedes Abad sobre la valía del plagio, confundió Letras Arias, que fabricamos el viejo José y el joven Jesús, con una forma de plagio. Letras Arias es transformación. Llegamos a donde llegó Li-Po pero por otros caminos.  Somos poetas y sabemos lo que hacemos. 
Y no desprecio el plagio. El plagio benigno de La Celestina o El Quijote, y hasta Quevedo, que el nota tanto meterse con Góngora, por sospechoso de judío, y mamaba como un camello. También está el plagio maligno: tú amigo escribe una obra de puta madre, matas a tu amigo, le robas la obra y la publicas como tuya. Esta clase de plagio es heroico, no pasa todos los días.

Aparte de repasar los contornos sociales, le pregunto a Juan sobre su novela en ciernes. Le falta un capítulo. Da un giro copernicano en relación con su obra anterior.
--Es una novela de amor.
--Eso es lo que necesitamos.
En los postres, mensaje de T.

Juan me bota en La Maldad. Bajo del vehículo a la base del triángulo vegetal por encima del campo de fútbol. La noche en los altos es de una melancolía atroz, pero mi amigo me había dado ánimos. Me hacía falta.  

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