martes, 21 de octubre de 2014

Miedo

Nunca había vivido solo. Siempre viví entre bullicio de gente. Tres primeros años en las Cuevitas, Los trabucos, cuando la cocina era un pequeña cueva con dos piedras que sostenían el caldero y leña debajo. Abajo, a dos pasos, la playa y el mar con sus frutos. La infancia en San Andrés, con colegio en Somosierra. La juventud, en el barrio Salamanca, con colegio en la zona de Miraflores y, luego, el instituto... La madurez (después del cuartel)  en la Península, dos años en Barcelona y después en Asturias. La edad del mono la vine a cumplir en Tenerife. ¿Quién no regresa al primer amor? No he vuelto a verla. Encontré a otras. C***, que con buen juicio , después del deslumbramiento artístico, conoció al no artista y le dio el pasaporte; E***, que ganó el juicio y si la veo, bebo vino otra vez en la misma copa. (No olvido pero no me atan las infamias del pasado. Si me ataran, ya me hubiese pegado un tiro. Al contrario, quien ayer me insultaba, si hoy me saluda, lo saludo. Quien ofende es porque le has abonado el terreno.) Y dejo aquí la lista de los romances éfimeros. Lo demás es presente, y con el presente no se juega. Es lo que he estado haciendo en este blog: narrar el presente con alguna intromisión fantástica (también la imaginación busca salidas). Narrar el presente con mezcla de estilos ajenos; verbigracia, Diógenes el griego cínico, Quevedo o Andrés Chaves. He procurado huir de eso que llaman "estilo propio". El estilo propio es una impropiedad, una intromisión vanidosa o sentimental del autor en la obra (como le ocurrió a Eça de Queiroz en La ilustre casa de Ramires; ya diré, en otra entrada, diosmediante). No me interesan los estilos propios. N*** descubrió que "mi arcano" es la carta sin nombre. La continua transformación. La vida nace de la muerte. Quien no mata, no vive. Y el proceso es continuo. El tiempo no se detiene.
Mi naturaleza me llevó a la Poesía. Pero quise ser narrador. Con la Poesía puedes llegar a alturas y profundidades insólitas (si no eres un poeta fingidor o simplemente un poetastro con postines), pero es la ficción narrativa la que te da una idea más cabal de ti mismo y del mundo. Tenía tacto para percibir, pero casi ninguno para comprender.
Me costó dominar un montón de detalles. Las comas, la ortografía, la sintaxis, la semántica... Me esforcé años y años en aprender todo eso. Yo era bueno para los números, pero no para las letras.
La poesía, la más primitiva expresión verbal, está al alcance de cualquiera. La alfombra poética está ahí. Sólo tienes que ser tonto, subirte y dejarte llevar. Lo demás, dependió de la droga que me metiese en el cuerpo. La marihuana: reflexiva. El LSD: visiones futurista. Hierba del diablo mezclada con alcohol: surrealismo telúrico, etc. De los poemas de juventud, algunos conservan cierto vigor y sinceridad. A veces me acuerdo de versos sueltos, pero de poema "entero" sólo me acuerdo de uno.

El enamorado de la estanquera
escoge cinco minutos de silencio
en su día de locura
y se acerca quedo a mirar
el rostro apetecido.

Ahora no me acuerdo cómo sigue.
Quizá debió quedar ahí. Lo que sigue marcó, o previó, mi destino como hombre. Los poetas no fabrican en balde (salvo los fingidores y los intrusos, que incluso a veces aciertan).
Quizá es que lo que sigue es lo que me avergüenza, por eso lo olvido. 
De pronto, lo recuerdo:

La imbuida, ajena a la visita,
es devorada por sueños cansinos.
El visitante compra y huye
de un fantasma ingerminado.

Delicada manera de retratar la propia cobardía. El hombre que huye. El hombre cobarde.

Siempre, cuando niño,
evitaba mirar la Montaña
porque le tenía miedo,
y entre sombras ondulantes
soñaba ser un valiente
pero a la hora de la verdad
huía de la temible montaña.

De joven invoqué a la Muerte,
inexperto artista,
y la santa Muerte
juventud me dio
para salir corriendo
como conejo asustado.

Ahora que regresa,
no con sus conjuros y consejos,
sino señalando el antiguo miedo
en este Miedo horrible,
me dice la Santa:
Hombre, ya eres viejo
y no puedes salir corriendo.

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