sábado, 4 de abril de 2020

Entre los catastrofista que ven en esto un dominio político --una deriva hacia la dictadura-- y los que ven una oportunidad de recapacitar y entrar en mejor relación con la naturaleza, estoy en tierra de nadie. Sí recuerdo algunas cosas que se hicieron en nombre de la ciencia --hoy la ciencia es usada como en otros tiempos la religión--: el ataque a la medicina holística y a la acupuntura. En fin, los charlatanes de la ciencia son como los policías de balcón, que se entretienen vigilando a quien pasa por la calle. El panóptico perfecto. El ciudadano vigilando al ciudadano. Esto siempre ha sido así. Pero si la desconfianza se hace rutina, mal vamos. O bien. Nunca se sabe. Uno de los filósofos que me ha dado por leer o escuchar, critica el afán acomodaticio, que lleva a la flojedad, que ha marcado el mundo de hoy en Europa, por poner un solo ejemplo. Esto se está rompiendo: el sexo fácil, usado como quien cambia cromos, o el dinero ganado sin esfuerzos  (en ciertas capas sociales, no en todas).
Bueno, no estoy ahora para filosofar.

Es de madrugada. Estoy despierto porque dormí por la tarde un sueño profundo.

Hoy (o ayer, mejor dicho) Quico me recordó que no me gustaban los elogios. La verdad es que no. Prefiero los insultos. El insulto, si lo oyes con serenidad, puede hablarte de ti mismo. El insultador, pienso, se delata y conoces a la persona por los insultos que genera, pero también hay algo --o más que algo-- en el insulto que también habla de ti. En esto creo que soy estoico.

El elogio en cambio, aparte de que sea justo o no, te ata a sus premisas. Si te dicen que eres inteligente o buen escritor, te están obligando a ser, por decreto, inteligente o buen escritor. Una jodienda.

En fin. Madrugada. Luna llenando. Voy a sacar la basura.

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