jueves, 28 de julio de 2022

XIX

 Un viaje a Las Palmas siempre viene bien, un cambio de isla airea el cerebro y desentumece los músculos. Ducho en el arte del acecho, aceché los momentos en que Esther Primavera estaba sola en su habitáculo, que era todos los momentos. Si en su soledad soñaba una visita, el sueño se cumplió. Cuando me abrió la puerta de su piso la vi. Una horrenda figura. Ojos de no parar de llorar. Hedor de no haberse bañado en mil años. Dientes verdes no tenía. No tenía dientes. Así y todo la llevé a su lecho, le quité la sucia bata de felpa, le lamí los pezones, quizá con la esperanza de que soltase una gota de leche. Lo último es tener esperanza de algo. Lo único que me llegaba a la boca era un sudor espeso. Ella, sin embargo, soñaba que los príncipes existen. Vi sus sueños. Le dije tú eres todos los reinos y yo soy todos los príncipes, y la desperté. Se le agitó el corazón. Despertó del todo. Antes de volver al sueño. Al sueño eterno. Ahí la dejé. Me fui con un botito de cristal lleno con su sudor. Cuando volví a Santa Cruz pasé por Favego, compré un lienzo y en la azotea de la casa de mi padre vertí el sudor sobre el lienzo. Llamé por el móvil a Carmen Elena.

--Ya pillé el lienzo de lino para pintarte de cuerpo entero. Necesito semen de Ramiro. Vuelve a follar con él y me guardas el semen en un condón.

--Será en un minicondón. Eso está hecho.

Bajé al bar Castillo, eran la tres de la madrugada, y le pregunté a Hansel dónde estaba Ramiro Rivero. Me informó de que había recibido un sms de Carmen Elena, ven pronto te echo de menos te necesito, y ya seguramente estaba en Santa Cruz entrando en el establo de Dulcinea. Invité a Hansel a un cacharro. Desde la ventana del bar Castillo, el castillo roto parecía el coño descalabrado y oscuro de Esther Primavera.

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