martes, 2 de agosto de 2022

notas al margen

 El secreto de la verdad y la vida está en un pozo de mierda. Lo que se hacía en las casas cuando no había alcantarillado. Lo que comemos se lo debemos a la mierda que fertiliza la tierra. La mierda literaria estaba en los albañales donde fabricaron los cuentos de las mil y una noche. Con esos cuentos sucedió como con los cuentos infantiles; la bestialidad y la brutalidad como elementos inherentes a la costumbre de las cosas, quedaron afeitadas, acicaladas cada vez más. Perrault aún conserva la antigua esencia, el perfume a mierda, del cuento original. En los hermanos Grim esa mierda ya ha sido convertida en Mercurio.

La mierda es la que nutre el árbol de la vida. Y el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal son los que nutren la literatura. "Bienaventurados los que están en la mierda porque ellos verán el oro". El fruto (la palabra) del árbol de la vida es verdad y belleza. Probar el fruto del árbol de la ciencia es ver la mentira y la fealdad de la que se alimenta el árbol de la vida. Ver eso causa horror. El paraíso se transforma en un infierno. Yavé no los expulsa del sitio donde están, sino de la visión de la verdad y la belleza de ese sitio. Los expulsa del árbol de la vida. Yavé solo teme a Lilith, que es el único ser que lo puede eclipsar, la primera mujer, la que se alejó por su propio deseo del paraíso y se alió con los demonios, los ángeles caídos, los ángeles de la mierda, Tal vez Caín, el hombre que convierte una quijada de burro en arma de matar, fuese hijo de Lilith. El primer inventor de un instrumento de guerra.

La madeja está enrollada pero poco a poco vamos hilando. Donde no veo el hilo es en el fin último del narrador: dejar de ser hombre y convertirse en mujer. ¿Por qué quiere hacerlo?, es la primera pregunta. En una novela retorcida, los motivos tienen que ser retorcidos. En la película Psicosis, los motivos del asesino estaban ligados a la madre muerta, que él veía como si estuviese viva y hablaba con ella y ella con él. En el caso del narrador (no sé si llamar a la novela Hombre sin número y sin nombre, un título que es un eco del título de una novela japonesa antigua: Hombre lascivo y sin fortuna).

Al contrario que el protagonista de Psicosis, el hombre sin nombre no habla con su madre ni la tiene presente, ¿O sí? Pienso que, de un modo misterioso y retorcido, cuando pintó a la doctora María Guzmán y a la estudiante de danza, pintó a su madre. En el cuadro donde la doctora fue la modelo, su madre tiene la edad que ahora tendría de no haber muerto. Una madre muda y sorda como la madre de Melitón. Y la modelo Elba Padrón le hizo pintar a la madre con la edad de entonces, la edad en el último día de su vida, sentada en un taburete de tres patas. En el cuadro la banqueta está sobre las aguas y el reflejo recuerda el famoso cuadro de Ofelia. Creo que debo detenerme más en ese capítulo. Lo que sintió el hombre sin número cuando pintaba uno y otro cuadro. En el primero está el deseo terrenal, babilónico, Las referencias al Pentateuco deben ser constantes en ese crimen, Y el Cantar de los Cantares en el de la estudiante de danza. El éxtasis de la voluntad lo ocupa todo, la inteligencia y la intuición están a su servicio. En el de María Guzmán no hay éxtasis, hay adrenalina. Una adrenalina de rechazo y deseo absoluto a la figura de la madre.      

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