lunes, 1 de agosto de 2022

capítulo fallido 3

Dejé el macuto en el cuartito de la azotea, sobre una cama turca que tenía plegada junto a la pared frente a la puerta sin puerta de ese cuartito. Luego lo quité de allí, lo puse en el suelo, y también tubos de óleo y acrílicos y pinceles en cacharros con agua o con aguarrás. Abrí la cama. El colchón estaba seco y viejo. Me tendí encima y contemplé a través de la puerta sin puerta el cuadro con trozos de espejos pegados hacia dentro. Los cristales mostraban a la vista la parte opaca, con una pintura original negra, blanqueada por las cagadas de palomas. Cagadas que hacían juego con la parte de la superficie donde no había cristales, pintada con varias capas de blanco de plomo. Aquello parecía un archipiélago de islas negras con orillas cortantes en un mar blanco, plomizo. Me dormí y si soñé algo no lo sé. Sí que recordé las caprichosas simetrías especulares de la realidad. En la parte oscura de la Luna se escondía la muerte que un machete dio a un padre que violaba a su hija. A la luz del Sol no hacía un mes que el San Andrés un hermano mató a un hermano cuando entró en su casa y lo pilló violando a su madre. Esta vez no hubo abogado competente ni ocultación de pruebas. El muchacho que mató a su hermano está en la cárcel, a espera de juicio, con todo en su contra. Y la madre en un asilo, trastornada la cabeza, sin voluntad ni memoria. El mismo asilo donde yace hace tiempo la madre de Ramiro Rivero y de la hermana de Ramiro Rivero. 

Cuando salía de casa, mi padre estaba viendo la televisión, sin sonido; esa era su costumbre. La casa de la madre que fue violada está enfrente de la casa de mi padre. Ahora está vacía, cerradas ventanas y puertas. Seguí caminando. Cambié el impulso de bajar al bar Castillo y me metí en el barranco. Por encima del puente, caminando diez minutos, está la casa de Melitón. Por una ventana vi a su madre, durmiendo con una radio encendida. Un noticiero. Las noticias del mundo. Lo mismo que las noticias del pueblo pero con una mayor importancia mediática. No es lo mismo descubrir que un jeque le tiende una trampa a un periodista para matarlo que descubrir a un pintor que mata a sus modelos para pintarlas. Es verdad que si me descubren y me detienen, voy a tener quince días de importancia mediática, pero no es lo mismo un pintor del montón, con una fama muy limitada, que un jeque. Sin apartarme de la ventana, llamé a Melitón. Apareció, apagó la radio y cerró la ventana. No me abrió la puerta. Cuando Melitón se cierra en banda, es inútil insistir. Insistí dos días después. Esta vez me abrió la puerta e indicó que fuese yo quien le cambiase el pañal a su madre. Estuve a punto de pedirle que me regalase el pañal cagado, pero a tanto no me atreví. Si quería un pañal cagado de la madre de Melitón, tendría que robarlo. Con nocturnidad. Cuando Melitón estuviese abajo en el pueblo y no en su casa. Así fue. Una noche festiva, Melitón nos invitó a Hansel, a Ramiro Rivero y a mí a catar una crema recién llegada, oculta en una caja de música aún sin abrir. Fuimos a la caseta en el dique de Las Teresitas. Yo solo estuve el tiempo justo de esnifar dos rayas oblicuas y ver qué tres cartas salían a una pregunta que le hice a Melitón. Asomaron El Loco, La Justicia y El Mundo. 

--Tienes una espada y una balanza en las manos. No pienses. Oye el ladrido de los perros.

--Vale, voy a oír el ladrido de los perros.

Ellos todavía tenían para largo en la caseta. Una botella de ron casi  llena, la caja de música casi llena y llenas sus bocas de un animado palique. A Ramiro Rivero lo que le preocupaba de que su hermana se hubiese separado de su esposo es que ahora era más cuesta arriba saber dónde su cuñado tenía escondido el machete. Que hablara de su hermana, cómo le había cambiado el humor después de largar al marido, me dieron ganas de ir a verla. Pero no me dejé arrastrar por el deseo. Subí la muralla hasta el puente y desde aquí fui derecho por una vereda rente al barranco, en espiral ascendente, hasta la casa de Melitón. La ventana estaba entreabierta. La radio sonaba. La madre estaba despierta. La saludé y por la misma ventana entré en su cuarto. Se dejó hacer. Metí el pañal cagado en una bolsa de plástico, le terminé de limpiar el culo y ella con una mano me cogió del pelo y me llevó el hocico hacia el coño. Una paradoja esa viejita, parecía un vegetal seco de cualquier expresión, seco de palabras, seco de movimientos, pero tuvo la hice sonreír. Le besé la frente y le dije que no dijera nada a su hijo. Una tontería. La madre de Melitón ha dejado de hablar y hace ya mucho tiempo que también está sorda. Los grillos de afuera se pusieron de acuerdo para cantar todos juntos, quizá celebrando una lluvia suave que se oía repicar en el techo de la guarida de Melitón. Ganas tuve de tenderme al lado de su madre, y cantarle una canción de cuna al ritmo de los grillos en contrapunto con la lluvia tranquila, apacible, encantadora. No hay que tentar a la suerte. La tapé para que no tuviera frío y volví al pueblo por la misma vereda. No había otra. Llevé el pañal dentro de la bolsa al cuarto de la azotea de la casa de mi padre. Lo metí en el macuto. Cuando bajé abajo, mi padre estaba durmiendo y con su móvil llamé a la hermana de Ramiro Rivero. La desperté. Su contrariedad de que el móvil la despertara desapareció cuando oyó mi voz.

--Ya era hora --dijo.


  

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