sábado, 26 de marzo de 2022

sobre La gesta, novela recién llegada de Juan Ignacio Royo . 1

 Que el general Gutiérrez va a ser un cornudo más cabrito que cabrón, se ve venir. Que su empolvada, coqueta y exigente señora va a follar con el marqués, se ve venir. Magistral construcción de personajes. Es un don que tiene Juan Royo. Y el de saber llevar la historia. ¿Qué más quiere uno? Ramón el cojito (que bien podría ser asunto del marqués en la novela, pero no, es el cojo que se cree el jefe de la pandilla de chiquillos en el barranco. Quien lea la novela entenderá lo que digo. De la Gesta del 25 de julio sé poco. Algunas cosas que me contó Ramón en Taganana, y lo que cuenta en las primeras páginas el libro de una inglesa que estuvo en Tenerife (esposa de un cónsul británico o algo así) en las primeras páginas de su libro sobre Tenerife, donde añade que aquí le dan medallas a cualquiera que no merece ni un responso. Eso dice ella. Cuando a mí me den una medalla, le daré la razón. 

 Por lo pronto dos mujeres salen en La gesta. La bella viuda, a la que el marqués mal paga por follarla, y la engreída y mimosa esposa del general. Otra dialéctica en la novela es la del marqués y el cura (un devoto de Rousseau). El cacique canario y el vasco ilustrado. Una Canarias a la que una decisión política de Madrid (aliarse con los franceses en guerra contra los ingleses) parte a las islas por el eje. El comercio con Inglaterra está parado y hay hambre y necesidad. El cabo furriel Lopo Tocho ya no sabe qué hacer para que la esposa del general coma bien, con gusto para el paladar, mientras el marqués procura darle gusto a su oreja. El marqués follador.

La novela no está todavía en las libreríasLa. Supongo que sí en los almacenes de la editorial Idea Aguere. Yo estoy en la página 39. 

2 comentarios:

Jesús Castellano dijo...

Los del buque francés visitan al general y lo que le muestran es una absoluta falta de respeto. Uno, sin levantarse cuando llega el mandamás, más que darle la mano se la aprieta y se la retuerce, y el otro, que no se quita el gorro frigio, sin reparo ninguno escupe sobre el piso en presencia de la ilustre esposa del general, que se queja de la mala educación de los galos y de que el furriel no le haya llevado el vino que ella le pidió. Menos esta, que aún es formal y no le hace mínimo caso al galante marqués, las mujeres que hasta ahora aparecen se han visto en la necesidad de putear para poder comer. La bella viuda, puta recatada. Sólo con el rácano marqués. La otra, la mujer del carpintero, se ha profesionalizado. Recibe a todo aquel que la solicite y pague. Después de estar con varios marineros franceses, los galos agradecidos le llevan a Iñaki, el sobrino del cura, a que le haga conocer las delicias del pecado de la carne.
--¿Cómo la tenía? --le pregunta Ramón el cojo a doña Rosario, la mujer del carpintero.
--Tremenda.
--Y...
--Nada, no quiso hacer nada. Ese monstruo está enamorado de otra.
Sí, el monstruo está enamorado de otra. De la bella viuda que, pagado por el cura, el tío de Iñaki el gigante, mitad besugo mitad hombre, le está haciendo un vestido aún camisón, para que deje de andar desnudo. Le falta aún poner los botones.
Y a esta novela de Juan Royo le falta que la editorial la lleve a la zona del molino, donde los gitanos se ríen del mundo, los franceses hacen fila para que las del molino les hagan el servicio y el marqués cabizbajo lamenta que la delicada esposa del general no se haya dignado a visitar su bodega, ahora colmada con barriles de láudano. La novela comienza con una situación que recuerda a la que hoy se avecina, si malos presagios no se incumplen, y hasta ahora --ya llegué a la página cuarenta-- La gesta es un antídoto contra los malos tiempos. Sólo la risa (con toda la cábala que encierra la palabra risa) vence el drama. Juan es de los autores que saben montar una comedia en medio de un drama. Incluso alguna que otra errata acentúa ese delirio, ese teatro de aquellos tiempos. Un delirio que está reflejado en la portada de libro. De Ramón Herar.

Jesús Castellano dijo...

Una grave errata es no haber puesto en los créditos el nombre del autor de la portada. La portada, casi de un modo metafísico, anuncia la relación de lector que tengo con el libro. Entra uno en él como un disparo, como bala de cañón. Como ese cañón que empuja hacia la peña el monstruo Iñaki con su amada montada a caballo sobre el tubo del cañón. No hace falta llamar a Freud. La cosa es más complicada. El tema del libro es el amor. La lujuria del marqués conoce el amor cuando encuentra a la blanca señora que nunca engaña. La bella viuda lo encuentra cuando la colma la inocencia bestial del monstruo Iñaki, el sobrino del cura (del abad). El final del cura (la mención a una sandía) es enciclopédico. Esa enciclopedia de los ilustrados franceses que, en esta gesta, derrama pensamientos sobre qué es o debe ser el buen amor. El buen amor lo conoce el marqués en la playa mientras Chito y Ramón quieren quitarle un anillo de oro... bueno, mientras los soldados franceses no dejan de cantar la marsellesa y a los gitanos ya no se les oye rumbiar, hacer con lo que oyen lo que el autor hace con la gesta de julio del año 17... en Santa Cruz...