domingo, 5 de marzo de 2023

un día domingo

 Regreso a casa después de las nueve después de estar con Marcelino en S/C. Cansado me acuesto y ahora despierto. Me queda noche en vela. Escribo para matar el tiempo.

Marcelino se quejó de que El Perseguidor censurara parte de la entrevista. La parte en que hablaba de su humor por las drogas y el pasaje en que admira a las mujeres que caminan con los pezones erguidos por el puente Serrador a las once de la mañana. Me preguntó por Anghel. No sé nada. Aún no me ha enviado la versión corregida de la novela. Espero que no sea la censura el motivo.

Caliento un café, lío un cigarro y recuerdo el día. 

Fin de semana solo en casa. Desperté cuando asomó el día. Subo al carrito de Vicenta a comprar el pan. Dejo pasar la mañana sin nada que contar. Por la tarde quedo con Marcelino y bajo a Santa Cruz. Paso por la zona de Miraflores y hago una foto de la pintada que hice allí cuando andaba con los animales pintando la ciudad. El último bailarín. El tiempo ha mejorado la obra de arte. Tres mujeres sentadas en la calle esperan la llegada de un cliente. Una se me acerca y le digo que lo siento, que ahora no puedo. No le explico por qué no puedo.

Caliento un café, lío otro cigarro y sigo recordando. 

La imagen de la calle en declive la tengo en la memoria visual. El sol sereno de la tarde y la estoica espera de las tres mujeres. Atrás quedaron, envueltas en recuerdos antiguos, un ayer con el sol de la mañana y la calle con un esplendor que hoy ya ha desaparecido. Lo que tuvo vida ya está casi muerto. No del todo. Tres mujeres esperan y un machango alegre, la pintada, El último bailarín, baila en una pared que se derrumba.

Camino hacia la plaza El Príncipe. Aquí me encuentro con una compañera del club de lectura; se alegra de verme, me alegra verla. Guayaba madura colmada de verde zumo. Me alegra su presencia, su figura, su voz, y el fulgor de su sonrisa en la mirada y en los labios. Me pregunta si ya leí el libro que tenemos ahora. El baile, de Irene Némirovsky. Le digo que estoy cerca de la mitad. Hablamos de la intensidad narrativa que hay en ese libro, y ella me habla de la impecable venganza de la niña a la que su madre no dejó ir al baile.

Me dice que va al Tea a ver la película. Le pregunto qué película. No sabe. Le digo que no la acompaño porque quedé con un amigo.

--Hubiera sido un placer --dice.

Diablos, eso me anima el alma. Pero no tengo la picardía de invitarla a que deje el cine, y que yo dejo al amigo, y que vayamos a cualquier lugar donde estemos solos, a ver cómo llega la noche y brilla la luna. Nací torpe. Torpe sigo. 

Con Marcelino, vestido de verde claro y azul oscuro; bajamos al Atlantis. No hay vino del país pero el que hay no está mal. Y la compañía alimenticia tampoco está mal. Hablamos de esto y de lo otro mientras parejas desvaídas pasan por la acera. El teatro de la calle es constantemente monótono. Llega la noche. Como a nuestras vidas ha llegado el ocaso.

Nos despedimos. Subo al barrio. Y aquí estoy.  


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