domingo, 1 de diciembre de 2013

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Día 29

Tengo amigos, familia y afectuosos vecinos. Gracias a todos por darme ánimos en esta entrada en la edad provecta, con tantos misterios y tantas aventuras por venir.
Por la mañana temprano a la médico, a que me mirara el tobillo.
--Quítese los pantalones.
Me recordó a un antiguo curandero que iba una a arreglarse un hueso de la mano y la mandaba desnudar.
--Disculpe que le haya hecho quitarse los pantalones.
--No se preocupe, ya estoy acostumbrado.
La enfermera, Raquel, me miraba como si yo fuese marciano. Creo que le agradan los marcianos. Mañana a las ocho vuelvo a verla. Peligro afectuoso.

A mediodía un plato potage en casa mi hermana, en San Andrés. Luego a Tome Cano, a hacerme una radiografía. Enfermera seca. 
--Ponga el pie ahí, no lo mueva.
Puse el pie, la máquina me hizo la foto, me calcé otra vez el tenis izquierdo y me fui.

Por la tarde, siesta. Reparadora.

Por cerca la noche, Juan Royo me da un drive  con copia de Vertical blues. Luego veo a Eduardo García Rojas y nos tomamos unas cervezas. Repasamos el abanico. Empezamos por Jim Thompson y acabamos con Antonio Charlín. En medio, nuestro Anghel. Pesca una sardina, cuenta que fue un tiburón y nos contagiamos. La exageración al poder.

 Por la noche, comida festiva en casa mi hermana. Mi cuñado lo mismo. Sigue con la pelma de arreglar el castillo de San Andrés, enderezar la torre de Pisa, ponerle el brazo y la mano a la Venus de Milo y aprender chino. Otro exagerado. 
 Buena comida, buenas hembras, todas con el pegote del marido. Nada que rascar.

Noche: Me cuenta Jesús que Nally embarcó a Santo Domingo. Estuvo todo el día intentando localizar al cacique del bar, para cobrar 500 euros. El tío no asomó ni la sombra.
Gente puesta hasta los tuétanos. Pillo medio. Voy a trabajar toda la noche.

Más tarde, en casa, abro el drive. Vaya con don Juan. Sí, corrigió el primer capítulo. Quitó las repeticiones de "edificio". No dejó ni uno. 
El resto, se perdió el hombre. Demasiada purulencia.
Toda la noche estuve quitándole verrugas y pus a la novela, cortándole puntas y flecos al manantial verbal. Dejé una selva amazónica convertida en jardín de Versalles. No sé pa qué. Por todas partes jardines, y yo lo que quería hacer es un estercolero. Al final me quedó un orden cartesiano. 
Lo bueno que tiene dejar un borrador a un amigo, es que sucede como si le hubieses dejado a la novia (de tenerla). Cuando regresa, las ves con más distancia, con más frialdad, la frialdad que necesito para trabajar sin ninguna autoestima, sin piedad.

Día anterior:
Oyendo a María Teresa de Vega. No perdí el tiempo. Me manda un mensaje que si le hubiese dicho lo del cumpleaños me hubiese dado un montón de besos. Arrepentido de no habérselo dicho.

Y ustedes, animales de Zo.O... bueno, iba a decir algo que debe quedar entre nosotros. No lo digo.
Y mañana, eso. Ocho de la mañana, Raquel. Enfermera enamorada de los marcianos que se quitan los pantalones. A ver si me baño, me afeito y me perfumo. Nunca se sabe. 


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