martes, 3 de diciembre de 2013

Toda desgracia tiene (o suele) una correspondencia beneficiosa. Y cualquier beneficio, una contrapartida desgraciada. Una enfermedad se cura con la contraria, oí hace poco. Me gustaría saber qué hay detrás de esta sentencia.
Erase una vez, don Nítido, que replica como un niño deshilachado pero le molesta que lo repliquen, me recriminó una recomendación curativa.
--¿Quién eres tú? ¿Acaso eres médico?
No sé si en otra vida lo fui (si esto existe), pero en esta no, no lo soy. Es más, de la Medicina de la Enfermedad sé poco. Cuando hablan de médicos o de enfermedades, procuro escaparme. (Que cada cual encuentre lo que busca, pero lo más corriente es que tarde o temprano tenga que masticar en crudo lo que rechaza.) Ni siquiera leí Un médico rural (de Kafka), por fobia al título.
 Sin embargo, casi siempre he tenido curiosidad por la Medicina Curativa. Pienso que cualquier mal que nos sucede, tiene una curación. Rápida o lenta, eso depende. 
Hago otra conjetura: la regla de la Medicina Curativa es que no tiene contraidicaciones. Esta fue una certeza que tuvo un médico (no recuerdo su nombre, sé que era de un país de América del Sur o de centro Ámerica. (Lo imagino boliviano.) Su medicina era el agua. La curación por el agua. Su libro era un tratado sobre los baños curativos.
En cuanto a la Medicina de la Enfermedad, se limitaba a una idea básica que, si la digo yo, parece una broma: toda enfermedad es fruto de la fogosidad interior. Si ésta no halla escapes, no encuentra salidas. martiriza al cuerpo, lo quema por dentro y lo enferma.
En cuanto al alma, supongo que ocurre lo mismo. 
En fin, hablo de médico porque no he tenido otra alternativa que acudir de nuevo a la doctora Paladín.
Hoy me dijo de nuevo que le enseñara la pata (no literal, es más fina hablando), pero no me ordenó que me quitara los pantalones. Una lástima, esta vez me había puesto unos calzoncillos de diseño. Otra vez será.

Enfermedades del alma son la avaricia. Quien no devuelve un libro que le has dejado un mes (don Tigre, no me refiero a ti, tú no eres el caso que expongo) y ha pasado ya cerca de un año, es como el avariento de La olla, de Plauto. Guarda las uñas que se corta por si el día de mañana toman valor de mercado los restos de uña; se pone un fuelle en la boca para no desperdiciar el aire, y no sé si en el culo un tapón, para que no se le vayan los gases. Este enfermo del alma lo malo que tiene es, que si te obsesionas más allá del chiste, de la comedia, te arrastra por delante. Lo beneficioso que tiene es que conoces peculiaridades nuevas de un personaje ancestral. Venga personajes. Muchos sobran, pero otros son de colección.
En fin, leo el parte de doña Paladín al traumatólogo, y parece un poema. ¿Trágico? En absoluto. Un poema cómico. Plauto lo hubiera convertido en versos yambicos. Yo, también los convierto en versos, pero con ritmo menos puntilloso. Como hice con los de una poeta de la escuela ríducula preciosa, dominio de la variante ejemplar único, de Zo.0.
La cosa es que lo mismo está sucediendo con el libro que Roger Wolfe me envió por correo hace un mes. Ya es hora de que hable de este libro. 
Otro día.
Ahora tengo que bajar a la RUT, al programa La Puerta. Esta vez, con Roberto Cabrera, en otro tiempo gran amigo y ahora respetado autor. 
Y después, quiero ver en el TEA La umbría, de Pepe Dámaso. Este artista no me produce ni atracción ni rechazo. Tiene su cosa. Es decorativo. Pero no conozco su antigua faceta de cineasta. De todos modos, lo que de verdad me incita a ir a ver la película es que narra (al parecer) una estancia del poeta Alonso Quesada en Agaete.
Alonso Quesada es el más grande poeta que he conocido. Si hoy estuviera entre nosotros, no sería invitado a hablar de su obra en un instituto ni a participar en un Encuentro Literario. Hoy, lo que vale la pena (salvo casos aislados) se queda fuera. Los caciques cuidan a los adulones (que se anden con ojo, no sean que estén criando cuervos). Pero Tomás Morales, supongo, era de otro tiempo y ayudó a su amigo, aún sabiendo que era mejor poeta que él como de aquí a Lima. 
Bueno, lo apunto. Hoy Roberto Cabrera y después Alonso Quesada. Otro día, cita con el traumatólogo. No sé yo. El sistema médico puede matar, pero que un veneno. Eso sí, con paliativos. El sistema es bondadoso.
--Vay finalizando.
 Bueno, voy finalizo.

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