sábado, 22 de septiembre de 2018

Mi amiga extraña me incita a continuar. Ya estaba incitado. Quien hace el cuento arrima el ascua a su sardina. Cuando esto no sucede, cuando el autor no intenta defenderse a sí mismo, e incluso ese sí mismo importa poco, el autor se llama Kafka o Rulfo. Dos estilos diferentes que se encuentran como macho y hembra.
Hoy vi al Actor. Casi recién llegado de Vilaflor. El otro día vi un recuerdo en fb en que yo lo ponía muy bien. Fue mi maestro de teatro. Decía que sólo me faltaba una bola en la nariz. Hacía reír hasta cuando quería hacer llorar. Era un elogio.
Recuerdo que Aroma no vio de buena manera el meterme en el teatro con Tacoronte. No lo comprendí. Recordé a mi primera novia, cuarenta y tantos años atrás. Una vez elogié a uno que tocaba la cítara, y ella no vio bien el elogio. Lo vio equivocado. Nguyen también vio equivocado que yo me metiese a actor. Y el otro día cuando la vi, no le gustó --sentí que no le gustó-- que siguiera en lo mismo, que fuese al ensayo porque otra vez estoy metido a actor. Aunque, en honor a la verdad, Juan Carlos Tacoronte no es sólo buen actor sino también buen director de escena. Te deja hacer y te dice lo justo para que hagas mejor lo que quieres hacer. Buen maestro. Por ahí, tengo deuda con él. Agradecido.
Con lo que no tengo deuda es con algo que se equivocó, desde mi punto de vista. Intervino en una acción en mi contra en vez de intervenir en mi favor, o por lo menos permanecer neutral. Quien sea lector atento --¿hay uno?-- de esta florymierda sabe de lo que hablo.
Hoy lo vi en la rambla. Le pedí permiso para sentarme y hablar.
Me habló del deseo.

Hay algo que es más poderoso que el deseo.

Me habló de viejas disputas.

Entre dos amigos que riñen, nadie debe meterse, ni a opinar.

Llegamos al quid de la cuestión.

Y este es un cuento a medio contar.

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