viernes, 24 de junio de 2011

primera clase de creación grafomaniaca

Un poco ya fatigado de contar, haré como un futbolista que deja de jugar partidos y se mete a entrenador. Ya no es bueno para competir con otros diez compañeros, pero sigue siendo valioso para enseñarnos latín o lo que haga falta. Así que cambio el destino de este blog y me paso, hasta que aguante, a la preceptiva. No me dén las gracias, sino sean puntuales en todos los aspectos. Se abre el curso.
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(La pedantería es un reduccionismo pretensioso, así que si es posible disculpen la pretensión.) En este primera semana de clases, odiados alumnos, les hablaré de las relaciones simbióticas, parasitarias o esclavizantes entre el narrador y el personaje. Ustedes --que ya han superado con entendimiento o con trampas el curso anterior, donde mi sádica compañera en esta escuela les puso al corriente sobre herramientas, materiales, diseños y decoraciones que debe dominar cualquier trabajador-- no tienen permiso para hacerme perder el tiempo volviendo a explicar lo que ya deberían saber.
El episodio del miércoles pasado, en la plazoleta de ese parnaso mamotrético de San Andrés, me ha hecho meditar sobre ese personaje que de un momento a otro comieza a hacerse odioso, y el autor ordena al narrador que lo elimine cuanto antes. ¿Débe el narrador obedecer al autor? No, en absoluto. Cuando el narrador obedece al autor, la obra se trunca y si no es mediocre poco le falta. Si alguno de ustedes es orgulloso, ególatra, etc., que se dedique a la pintura o a la música, esas artes donde el ego está en su medio natural, pero de ninguna manera en este oficio, donde lo menos que interesa es el autor, al que debemos tomar como un accidente inevitable, no más, y en la medida de lo posible hay que evitarlo, hacer que desaparezca. Si alguno no se siente capaz de esa proeza, le ordeno que se levante ahora mismo, pase por administración a que le devuelvan el dinero de la matrícula, y se dedique a otro oficio.
En fin, quería hablarles de ese personaje que el autor quiere borrar, pero que se rebela. Su modo de rebelarse pocas veces es heroico. El personaje reacio a no ser nombrado en lo sucesivo, tiene que hacer algo, algo que se vea, que se note, para volver a aparecer en el curso de la obra.
Bueno, que ya tocó la campana. Me voy al bar que allí estoy mejor, y si alguno quiere clases particulares en el bar, ya sabe. Y si no, que espere a mañana, si hay suerte y salud.

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