miércoles, 28 de agosto de 2013

Aquí estoy, animales, amigos y mi inocuo enemigo humano. Iré a ver la película filosófica. Ya vi la de Yung y la de Güigestáin. El inglés, la lengua inglesa, el idioma inglés, me persigue como si quisiese ser mi amigo. El que es algo más que amigo es el alemán. La lengua alemana, el idioma alemán. En Cádiz, ciudad amiga --una mujer de carácter me dio un fisco romero y me leyó las manos y le di cinco euros y no me echó maldición por no darle diez. Monedas no quería.
--Estas cosas se pagan con billetes, hijo mío. No te preocupes si lo tienes grande, que yo tengo cambio.
No le pregunté qué me cobraba por leerme los huevos. Pero debió de ver mis intenciones y que yo también soy gitano. Y también con antepasados alemanes (mi hija Sibi cuando se lo conté dijo que seguramente fui alemán en una vida anterior, pero me temo que vidas anteriores no hay, y vidas posteriores no sé, yo no las he visto, aunque en el barco, el Murillo,  tuve la sensación tentación del abismo: cuando me acercaba a la baranda al mar, el Sol me llamaba, las aguas me llamaban, con una alegría tan sonora que casi me ataca la certeza de que si me voy del barco, salía volando sin caerme al mar. No estoy loco. O mejor dicho, no estoy más loco que cuando salí de Santa Pus. La duda, ese escudo que nos hace precavidos, me dijo chito apártate de ahí no seas bobo que cuando te veas metido en el agua si caes vivo te vas a enterar. En fin no me tiré, y seguí, entre biográficos avatares que apunté en la libreta, escribiendo sobre Cucarachas con Chanel, sus relaciones con la literatura que leí y he leído y sus sincronías (ver Jung, ver blog El hombre solitario, de mi amigo Roger) con mi vida pasada y mi vida presente, y en general la vida que nos envuelve, de la que uno es testigo en el 90 por ciento, como Gabriel en la novela).
Lo de las alemanas y el alemán idioma lo tengo también escrito en la libreta. Es curioso porque poco antes de que las chicas alemanas se sentaran donde yo estaba sentado, en una plaza de Cádiz, adormilado, con la maleta sujeta a un pie (el pie de la noche de la leche cabra) y la mochila enganchada al otro. Las oí hablar alemán, empática y dicharachera conversación entre las dos, y entendí lo que decían como si hablasen madrileño, que es el español universal.
--¿Francesas? --les preguntó un belillo.
--¿Qué te importa a ti si francesas o italianas? ¡Venga, vamos pa casa!
--Alemanas --dije yo.
La más cerca de mí me miró y se ríó y me abrazó. 
--Sí, alemanas --dijo--. Acertaste. ¿Te vas a quedar en Cádiz?
--No.
--Oh, lo siento.
Yo sabía que ella estaba hablando alemán, pero la entendía perfectamente, y ella sabía que yo estaba hablando en español, pero me entendía perfectamente. 
Ahora recuerdo otra alemana en otro viaje. En tren. Yo viajaba a Asturias, de noche, y leía Sexus, de Jenry Míler. Me gustaban las hitorias sexuales del americano en París. Su filosofía me sonaba a bandarrias, pero lo aceptaba sin más, como cuando oyes a alguien que en medio de un buen cuento, te quiere explicar el sentido de la vida, como si la vida tuviese algún sentido. Cuando levanté la vista del libro, vi que una joven leía el mismo libro pero en Alemán. Le hice notar la casualidad. Ella me dio el libro en alemán y me pidió el mío en español. Cuando se apeó en un pueblo, me dijo que me bajara yo tambien, me invitaba a dormir a su casa en España. No fui. No por falta de interés. 
En fin, que aquí estoy en Lorca. Viaje en guagua desde Cadiz. Viaje nocturno. Con una negrita oronda a la que sin querer la hacía reir. Cada vez que yo abría la boca, se reía tanto que decidí hablar lo menos posible. Menos mal que a cada momento la llamaban al móvil y eran conversaciones de media hora. Por el móvil, hablaba en una lengua africana. La entendí como a mí mismo cuando me pongo a hablar africano.

En el barco vi la triple relación de "Cucarachas" (paso al entrecomillado, poner aquí en el portátil de Sibi las cursivas pertinentes es un trabajo sinuoso y son las tantas de la madrugada, con Manuel y mi hija durmiendo y uno mirando la enigmática Montaña Análoga de Lorca, con los gitanos guardando sus faldas y un castillo en la cumbre. Lorca, asiento de la política de Alfonso el Sabio, rey bendito,
con antigua convivencia entre moros, judíos y cristianos. (86 nacionalidades viven hoy en Lorca, y el Rey no es sabio). Las comunidades más numerosas son los gitanos, los moros y los "cristianos", unos más ricos que otros. Lorquinos se llaman. 
Desde la terraza se iluminan las casas de los gitanos en la ladera, y me recuerda Barrio Nuevo en Santa Pus. Sólo que aquí esa montaña es el punto teosófico de Lorca. La llamo Montaña Análoga en recuerdo de la novela de René Daumal.  Recuerdo el cuadro (sin terminar) que le hice a maestro Jabalí. Inspirándome precisamente en Barrio Nuevo. Tomo apuntes en dibujo. Anoto los colores. Tres cuadros merece Lorca. Como las tres corrientes que fluyen en Cucarachas con Chanel (mejor sin comillas). 
Varias son las obras cumbre cosechadas en las islas, y tres que están por encima de la montaña. Cucarachas es una. Las otras dos no las digo aún. Una es de Agustín Espinosa y la otra de Alonso Quesada.
(A otro que sabemos, lo dejo aparte. Es un escritor madrileño. Jose, espléndido el libro de Torquemada)

***


Un puente, una montaña, un rey en una plaza: Alfonso X. Y cerca, el Curso de literatura europea, del conocedor de mariposas y de novelas Vladimir Nabokov.  

"Acariciad los detalles, decía Nabokov, haciendo vibrar las erres, y su voz era como la áspera caricia de la lengua de un gato."

 

No hay comentarios: