viernes, 16 de agosto de 2013

se acercan los animales

Si pudiera, tengo que preguntarle a Martín cómo hace para inventarse comentaristas cuando no le llegan comentarios. Los comentarios son la sal de los blog. Pero también el no comentario. El de Roger no admite ninguno. El de don Nítido sólo los que él permita. El de Ramón ya parece que no admite nada. El autor no tiene calma que le permita rodearse de libros. Libros a raudales en El orden del día. La primera parte. En la segunda cambia la cosa (a partir del capitulo IV, cuando Abel deja de llamarse Abel y pasa a llamarse Eduardo, y se parece más a Gabriel, y el estilo es más cercano a Cucarachas). En una situación en que el tiempo es oro, no hay tiempo que perder, en situaciones límite el humano sabe que no puede pedirse ayuda sino a sí mismo. Gabriel parte de esa premisa desde "Taxi Driver"; Abel se entretiene en demandas, en filias y fobias fuertes, pero a veces sin más. Es curioso cómo El orden del día da un giro y de repente Ezequiel Pérez Plasencia elimina o reduce sus defectos narrativos. A partir de que Piedad, que parecía boba, una poetastra que está todo el rato engatusando al ingenuo Abel con sus versos de calcomanía, se revela como mujer con peso, de pronto. Ese paralelismo de la mujer que quiere ser poeta, resueltos de distinto modo en ambas novelas, no es el único que existe en estas obras de JRamallo y Ezequiel Pérez Plasencia. Piedad de pronto llega a ser digna de personaje, mujer inteligente, capaz de ocultar con descaro la mayor afrenta. Digna personaja. Como la mujer de Pitas Payas en el romance del Arcipreste de Hita, o de la esposa del Celoso Extremeño en la obrita de Cervantes. Y entre nosotros, en nuestra ficción escrita en las islas, recuerdo un episodio de la penúltima de Charlín, la de las sirenas, con una belle de jour encantadoramente cruel. De esto escribiré otro día. Ahora tengo que ir a Ifara, a pedirle un libro a Cielo de los Brezos. El curso de literatura europea, de Nabokov. El de literatura rusa --donde pone a Dostoievski como si fuese Corín Tellado, manía que le tenía a su compatriota por las ideas políticas contrarias-- se lo pido a Marcelino cuando conecte otra vez con mundo físico. Nabokov era un aristócrata, ya saben. Y en su saber, Freud poco menos que un charlatán de Viena. Ay, Nabokov y sus fobias. El caso es que sus cursos son iluminadores. Hay que releerlos. Urgente releerlos. Aunque al autor le faltase una lolita iluminada por el genio de Dostoiesvki, un poco pesado en algunas veces pero se le puede perdonar. ¿O no, Cucaracha?

Ayer, a Jesús en el bar de Nally, le oí decir cucaracha como fenómeno (quise escribir sinónimo y me salió ese lapsus freudiano, lo dejo) de borrachera. No descuadra de nuestra novela. Gabriel es un corazón (o espíritu ¿cuál era la palabra?) alcohólico. 

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