miércoles, 2 de diciembre de 2015

seguimos


verso breve,
vuelo leve,
tú me lleves
a eso
que tú tienes.

Borges diserta sobre imágenes familiares a la metáfora en poesías primitivas de Europa. Me acuerdo de un ejemplo, que era llamar al mar ruta de las ballenas. O a la guerra baile de las espadas. Tendría que pasar un tiempo hasta que el albañal ensuciase las antiguas imágenes, Alá es grande, los dos ejes de la rueda del destino humano. Sexo y Dinero. Amor y Guerra. Civilización y barbarie. Ya lo dijo Aristóteles --según el de Hita--: todo animal de cueva por dos cosas trabaja: una buscar mantenencia y otra tener ayuntamiento sexual. La poesía de María Teresa de Vega no sé si alude al dinero. Aún no la he mirado hasta el fondo. Con delicadeza y continuidad. El sexo si que me saltó a los ojos a primera vista, al olfato, al oído, al tacto y al gusto desde que abrí el libro y vi cantar al mirlo, lo ví, lo olí... la sensación fue agradable. Fue descubrir en el libro la vulgar exquisitez de la poesía árabe y la exquisita vulgaridad como secreto de Dios en la Cabala judía.
En el amor y la guerra no se dice el nombre propio sino los matices. No se llama al pan pan ni al vino vino. Las cosas que pasan en la calle tienden a convertirse en eventos consuetudinarios de la vía pública. Pero la referencia al nombre impronunciado es tan evidente que olvidamos el chirrido del nombre vulgar y lo convertimos en oro a través de la imagen que ha construido la poeta. Ha embellecido la cosa, ha arrancado de lo vulgar lo sublime. Ha devuelto a lo vulgar su calidad de oro. Antonio Machado lo hubiese llamado barroquismo, ocaso de una poesía que brilló con luz propia en el medievo. Yo lo llamo regreso al medievo. Cuando las armas, en los emblemas y en la realidad, eran la espada y el escudo. El escudo guardaba la vida y la espada daba la muerte. Lo sublime se alimentaba de lo vulgar. Como en la poesía de este libro de María Teresa de Vega.  


Bueno, esto es lo que estaba en borrador. Y ahora sigo con mi monotema. La pintura. Ya es un vicio. Desde Raiz Profunda algo ha cambiado. Se hace necesaria la presencia de lo real. Lo renacentista, o imitadores de los pintores renacentistas, llaman a la puerta. Sin embargo, también está el camino contrario, no buscar nada sino dejar que el acto de pintar vaya desvelando la escena, el objeto... Cuadros que llamo delirantes, en lo narrativo cercanos a las novelas Cucarachas con Chanel y la de improvisar de Juan Royo, y en lo plástico (que palabra más rara aplicada a esto) al logro de la armonía que aprendí con la pintora Nguyen. Sólo que como siempre me ha pasado con las maestras, aprendo pero le llevo la contraria. Lo que en ella son armonías del Paraíso, en mi caso son armonías del sucio suelo de las ciudades, que a pesar de la mierda tiene color y brillo. Bueno, más cosas.
El viernes seguimos yo y el viejo Tigre.
Que un viento cálido se lleve las apesadumbradas nubes.

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