jueves, 27 de enero de 2022

El Talento

 Me puse a pensar y pensé. Pensé y luego pensé otro poco. Por fin llegué a una conclusión: en cuanto a saber qué hacer, no sé más que cualquier otro piojoso ser humano. ( 1280 almas. Jim Thompson )


Sueño cambiado otra vez. Deben ser cerca de las cuatro de la tarde. Estoy en el sillón. Sueño con África. Estamos en un hotel decididos a follar con hambre atrasada. Su cuerpo es de un tacto que da gusto. Rostro lozano. Mujer madura en su apogeo. Se queja de que eche este polvo y luego adiós muy buena. Voy a decirle que no será el único polvo, y que estaremos juntos en los días venideros. Me callo. Lo de que no será el único polvo sé qué es verdad. Lo otro es mentira. Con ella me apetece follar hoy y mañana y pasado. Lo de estar juntos todos los días, eso es pura mentira. Mentira para echar el polvo y que se calle. Ella se encoge de hombros. Su ganas de trajín se imponen. Me dice que vaya a buscar una viagra para que el ayuntamiento sea más potente y duradero. No estoy muy conforme en demorar la cosa, pero dudo de mí mismo y salgo a buscar eso. Salgo del hotel y comienzo a caminar por una ciudad de edificios del siglo XIX. Son mastodónticos, feos y sucios. Camino por una calle alta y los veo casi desde por arriba de los techos. En una azotea a media altura, desde donde estoy, hay un niño que juega con una pelota. Está solo. Me dan ganas de bajar a esa azotea e ir a jugar al fútbol con él, pero no hay por dónde. Ni siquiera encuentro el camino al hotel. Tengo que preguntar a la gente. Al fin llego al hotel. Pero también allí dentro es una complicación de estancias y pasillos. Busco, casi desesperado, la habitación donde África me espera. En un recodo con escaleras de pocos peldaños, una limpiadora, de pelo rizado y claro, de cara risueña, se levanta la camiseta y me enseña una teta. Preciosa incitación pero anhelo más a África. Sigo buscando. Ya me doy por perdido cuando vuelvo a ver a la limpiadora y le pregunto. Me indica y sé por dónde ir. Le doy las gracias y comienzo a bajar otra escalera de pocos peldaños. Me llama. "¿Qué?", le pregunto. "Tienes que venir conmigo a firmar que te di la información correcta". Le doy un palmada en el culo y le dijo que no sea boba, que otro día firmo. El anhelo por Africa es más fuerte. Llego a la habitación. Salta de alegría cuando me ve. Pero un conocido suyo, casi familiar, interrumpe. Eso pasa por no cerrar la puerta con llave, pienso. El individuo advierte a Africa que tenga cuidado conmigo y que me ha estado acechando y va a contarle lo que vio. Temo que sea lo de la mujer de las escaleras. No. Lo que le dice es que me vio pervirtiendo a un niño. Me dan ganas de romperle la boca y arrancarle la lengua. "Miserable", le digo. Le importa un carajo cómo yo lo llame. Le dice a Africa que allá ella con las consecuencias y se va. Africa me mira como si yo fuera un leproso. La mentira del individuo me cabreó, pero que ella la crea me ofende más. Le digo adiós y estoy abriendo la puerta para irme. Me retiene. Me dice que no me vaya. Me pregunta si conseguí las pastillas. Por lo que sea, tengo tres en el bolsillo. Son tres llaves verdes. Eso me extraña. En fin, hay que aceptar lo incomprensible. Por lo que sea, despierto. Sin polvo.

Me levanto a mear. Me vuelvo a acostar. Si seguí soñando no me acuerdo. Me despierto. Nicolás se acerca a la ventana. Me dice que ayer murió Hilario, de un infarto.

--Vamos a ver qué va a hacer ahora el hijo --dice. 

--Qué nos importa lo que haga el hijo.

... 

--A la señora no la he visto más.

La señora es una rata que vimos el otro día por la noche caminando por el muro de los jardines. 

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