martes, 18 de enero de 2022

 Tengo que tener un poco más de orden porque si no, me voy de vareta. Trancar con trabas la bolsa abierta con queso rayado. Hoy vertí una sobre espaguetis fritos y saltó una cucaracha, una cría. Se fue. Ya no mato ni a una mosca. Incluso con los mosquitos intento establecer un acuerdo de no agresión mutua. Con el perenquén pocas conversaciones, él va a lo suyo y yo a lo mío. El alejamiento de Siao Ling, por orden de Wang, me perturba, me obsesiona. Ya se irá yendo la obsesión. Así y todo tengo que ir a San Andrés, a llevarle un cuadro a Chani. Dice que me lo paga en especias. Subo al Komo Komo. Veo al petaco, Mañana a las ocho me deja un botín en el buzón. El ángel que me lleva a seguir trabajando Injertos. Los cuatro cuentos se pueden convertir en novela si sigo así. En uno el bar de Ibrahim sale de una manera tangencial. Narro un suceso inventado. El cuento es una corriente de agua que desemboca en el sumidero de Sade, donde encuentra la noche de Walburgas, la novela de Meyring, el mismo que escribió ese mito moderno, la historia del Gólem. Esa figura de piedra, animada, siempre me ha perseguido. Es el momento de quitarle de la frente el nombre de Dios y dejarla quieta. 

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