jueves, 24 de febrero de 2022

los juegos del azar

 Hoy una entrada de Pamela en fb hizo que me acordara de don Juan Matus. Los que no somos doctores, al menos podemos tener un catecismo. El mío (en el plano social) se abre con "quien esté libre de pecado que tire la primera piedra" (atribuido a Jesús de Nazaret) y se cierra con "estoy en desacuerdo contigo, pero defiendo que puedas expresarte" (al parecer falsamente atribuido a Voltaire) o mejor:  "Estoy en desacuerdo con lo que haces, pero defiendo que puedas hacerlo". La primera versión es sencilla de defender, la segunda es un poco más complicada. No me detendré ahora. 

Pamela habla de la diferencia entre mirar y observar. Don Juan, lo hacía con mirar y ver. Mirar es quedarse en las apariencias de la realidad y ver es entrar en la realidad en sí. Tampoco me voy a poner a explicar esto ahora. No tengo ganas. Un amigo me trajo cogollos de hierba cultivada en el norte, y por lo que vi (o miré) es enteramente índica. Te deja descansar de las matraquillas de las ideas y te nutre con un sopor complaciente. Toda la tarde estuve durmiendo, Y ahora iba a seguir durmiendo pero olvidé comprar "sábanas" (así llama Nicolás a los papelillos de fumar) y lo único que tengo a mano es nieve hollada que me tendrá despierto hasta las tantas. Sigo con Injertos. Esos cuentos que algunos ya se han convertido en relatos y, como me descuide, se convertirán en pequeñas novelas. A veces aparecen casos en la realidad (en eso que llamamos realidad) que fusilan la ficción. En mi caso, en el caso de Injertos, ha ocurrido varias veces, La última el pollo en el PP. El cuento de Injertos donde ocurre un caso similar se titula "El Cernícalo". Tendré que investigar un poco más sobre este pájaro. 

Pero también la ficción imita a la ficción. Lo vi hoy en un cuento de Ana (también en fb), de la serie de Everando. Ella cree haber matado a una amiga y resulta que cuando sale a la calle, la ve viva y coleando. En el cuento son varios los asesinatos. Un personaje cree descubrirlos y llama a la policía, y cuando lo hace, ve llegar hacia ella a las víctimas, a los muertos, contentos como castañuelas. En fin.

Otro amigo me llama para decirme que habló con el editor y este le publica (una obra de poemas) pero que yo le haga el prólogo. Acaricia un tanto la vanidad eso de que piensen en uno como prologuista con valor, pero si fuese un guerrero me daría `por saco que pensaran eso o lo contrario. No lo soy. Me dejo acariciar. Juego a que creo en las musas. Lo importante no es la persona que escribe, sino la musa que lo visita, una musa intemporal que en la antigüedad (por ejemplo) estuvo en Salomón, en el medievo en Villon y en el siglo XX en José Hernández. Pienso en los posibles precedentes de mi amigo, a quién visitó la musa antes de habitarlo a él. Consulto la bola de cristal. El primero que encuentro es a uno que hasta hoy desconocía. De él es esto:

Apuñala a tus demonios.

Sonríele a mi cerebro.

Empápame de coñac, coño y cocaína.


 

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