viernes, 14 de octubre de 2022

de los poemas a los problemas

 El Ramón no me dijo ni que sí ni que no, para ir a la exposición que inauguró Jordi ayer, de miércoles a domingo de 5 a 8 de la tarde hasta el día 23, en la sala en El Sauzal frente al ayuntamiento. No tenía obligación. Y además cuando quieres hacer una cosa, no es bueno depender de nadie. La comodidad en que me educó mi madre de niño no me hizo bien. Todavía me dura. Tantas cosas duran todavía. La puta pelea que perdí en la juventud con Wang a veces me atormenta la memoria, entre otras cuentas de ese rosario de fracasos. Joder, mucho presumir de borrar la historia personal y no solo no la borro sino que cada vez que paso la goma, la letra se vuelve más clara. En fin, habrá que cargar con la propia ineptitud. 

Fui con Dani a la notaría donde arreglé los papeles de la casa, para recuperar las copias que me robaron. La presunta hurtadora estuvo el otro día por casa, sonriente y teñida de rubio. Me dijo que no, que ella no se llevó nada, haciéndose la nueva, como si su madre no le hubiese informado de mis sospechas. Me pidió permiso para ir a mear al piso de arriba. Tardó un rato, por lo que tengo la corazonada --ojalá-- de que dejó arriba los papeles. No he subido aún a comprobar. Y la notaría dijo que tendría la cosa lista en una semana y aún no me han llamado. Tendré que volver por allí y aguantar los siete pisos de subida y bajada en esa caja horrible que es el ascensor.  Los odio. No sé ya si es delito odiar a los ascensores. Delito de odio. Mi madre, ni con Franco había ese delito.

Mañana quedé con Bella y con Eduardo en la plaza de La Paz, a tomar un café. Hoy Juan dio señales y lo invité a apuntarse. Ya regresó de Lanzarote.

Anghel en una entrevista, como siempre, se pone bien puesto. ¿Quién no? Ponerse bien puesto es un deporte. Se quejó de que los autores se implican poco en la promoción del libro. Negocio de recova los fines de semana. El caso de este editor amigo es que el escritor que publica con él se convierte en el principal cliente. El domingo Marcelino le compró diez ejemplares de Balada sin poesía. 70 euros. "Ya no le compro más", dijo. Le dijo que hiciera yo una reseña para el periódico. No me molestaría hacerla pero ahora estoy vacío. También quise escribir sobre el libro de Candelaria pero no me salió sino un disparate que no lo entiendo ni yo. Rompí lo escrito. No valía un bubango. 

Pamela se queja de que le van a romper la paz rústica con un circuito automovilístico. No hay nada que hacer. Destrozarán la isla y si quieres naturaleza virgen --bueno, más o menos virgen-- sube al Teide. Ya le llegara la hora de que construyan en Ucanca rascacielos más altos que la cumbre, para que los turistas gocen del cráter a vista de pájaro.

Fiesta en el barrio. Actuaciones gays. Lo copan todo. Una mujer sale a un escenario insinuándose y la apedrean las feminista. Pero por los visto, los gays tienen patente de corso. Música estridente en la plaza. Si llueve, ¿suspenderán el espectáculo? A Mara ahora cada vez que la veo en Ibrahim me pone la cara para que le dé dos besos. Cualquier costumbre es infame. Soy un cobarde, no me atrevo a decirle que se los dé su novio. Hasta que me canse ya de veras y, en vez de besarle la cara, le bese las tetas. A veces hay que hacer cosas raras para librarte de molestas costumbres. Como con el vecino de Podemos, que cogió la manía, sobrio o borracho, de tocarme a la puerta y entrar en casa a darme la tabarra. ¿Qué hago yo para cortar este vacilón?, me dije. Lo empecé a acariciar como si me propusiera a tener una relación homosexual. Me arriesgué. Se asustó. Ahora saluda cuando lo veo en la calle, porque los maricones son respetables pero él no es maricón. Mano de santo. No ha vuelto a invadirme el tiempo y el espacio.

Lo que ahora me tiene trabado es lo de la notaría. Lástima no poder... bueno, mejor no lo digo, Las pantallas oyen.  


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