lunes, 10 de octubre de 2022

regreso al aquí ahora

 Dejo atrás la novela deshilachada, con los calcetines sin zurcir y demasiada grasa en los pómulos. Regreso a la vida cotidiana, a las armonías y a los ruidos de los días. El interés en la Kabalah se ha acentuado. Casi me ha servido de ayuda hasta para cagar. Cago más sólido y sin estreñimientos ni diarreas. Dios me ayude a seguir así. Dar del cuerpo como se debe de dar y dar del alma. El alma también tiene sus defecaciones. Los sueños lo son. Un sueño incestuoso tuve en la siesta. Javier el cabalista de Córdoba dijo que ese tipo de sueños anuncian riqueza material. Como leer tres veces al día el salmo 145. Cosa que no hago, por ahora. No tengo ahora a mano la Biblia. Está en un cajón (ya la palabra gaveta me empieza a repunar). No hay que ser cristiano ni judío para que la Biblia sea un libro de cabecera, alimento para aprender a escribir como es necesario. Aunque la tomemos como cuentos fatásticos, está entre los más valiosos cuentos de la historia del mundo. Las 1001 noches completan la Torat y los demás Libros. De esto hablaré, si cuadra y me acuerdo, en otro momento. 

¿La vida cotidiana sigue su curso? No del todo. La venida de Sibi y Darío es una oportunidad para serenar mi casa y serenar mi mente. T, el amigo que trabaja de vigilante nocturno, vino el otro día y me invitó a uno de esos refrigerios que había decidido dejar. Ya llevaba quince días sin probarlo. Me ayuda a concentrarme cuando trabajo las obras con que cargo, pero hay que dejarlo. Por diversos motivos.

Nico no sé si al plato de bacalao compuesto, que me trajo el domingo, le puso adormidera. Después de almorzar estuve grogui unas tres horas. Me entró rara somnolencia y me extrañó, pues por la noche había dormido bien, de un tirón, y hasta el momento del almuerzo estaba espabilado. Lo mismo pasó hoy con el desayuno en Ibrahim. Estuve dormido dos horas después de desayunar y desperté plomizo. A ver si me va a entrar paranoia y me obsesiono en tener cuidado con la que considero gente aliada. 

Entre la ordenación de cosas encuentro un borrador, corregido tal vez, de una novela del escritor de Charco del Pino. Lo hojeo. No veo hollín ensombreciendo la piedra preciosa. Todo lo que he leído se mueve como emanación de Kéter. Sería una ironía que la más lograda novela de Ignacio estuviese inédita en una gaveta de un mueble del 85 de la calle del Tanque.  

No me molesta hacer un trabajo para un amigo o amiga si tal no me toma por el pito del sereno. Uno porque pone sobre mí un corrector jefe. Mi humildad no llega a tanto como para aguantar que corrija lo que yo corrijo, un corrector más incompetente que yo. Las subidas al norte a comer estaban bien, pero no a ese precio. En fin. Y ahora me entra otra paranoia, en relación con el negocio de la pintura. Espero estar equivocado. Y si no lo estoy, aprender bien la lección. Incluso loro viejo puede aprender algo nuevo. 

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