Hasta los cuentos infantiles se están volviendo terroríficos. Video algunos que están, youtube, en Testigos del Horror. Espeluznante el de Hansel y Gretel. El de Caperucita no parece menos agobiante. Y ya casi prefiero no ver el de la Bella y la Bestia. Estética expresionista muy bien dibujadas y bien contadas. Busco en otros sitios versiones eróticas, explícitas, que se hicieron famosas en las revistas satíricas de los finales de los 70, versiones picaras y amables que eliminaban los símbolos y desnudaban la realidad. Las que he visto ahora son tan chabacanas que dan vergüenza ajena. Paso de ellas.
El de Caperucita de Perrault es, de los que conozco, el más cercanos a esos terroríficos. La niña se come carne de la abuelita y bebe su sangre que el lobo le dice que es vino. El lobo la manda desnudarse y que se acueste con él, y se la come. El comerse a la niña, en cierta semántica, es follarla. Ahí se acaba el cuento de Perrault.
Lo que me interesa a mí, es el de madre e hijo que se comen. El primer amor de Genjis, de la antigua novela japonesa, es con la madre. Amor consentido. No consentido, en la religión yoruba, el de Oggún, orisha que abre los caminos, con su machete, cuando viola a Yemayá, su madre. Aquí en pantalla no he localizado contenido amplio de esos relatos.
Me manda Ramón, variando de tema, una intervención de Sánchez aplicando el discurso del espejo, el que contesta a otro que lo que le está diciendo, en realidad se lo esté diciendo a sí mismo. Un ejemplo, el que te insulta se está descubriendo a sí mismo, desnudándose. Ese espejo no sé si es el de la madre de Blancanieves o el del callejón del Gato. En el caso de Sánchez, cuando se decía limpio, el primero. Cuando se refiere a su partido, el segundo.