sábado, 3 de julio de 2010

pueblo (2)

Y Alemania ganó y Mercadona se quedó labios pegados, mudo como la muerte. Ganó la sobriedad de la inteligencia y se fueron a mamarla los payasos bocazas. Holanda y Alemania, dos ejemplos para el independentismo canario. A ver si dejamos de ser zoquetes y sabemos con quién tenemos que aliarnos.
--Los dos gallitos ya se fueron del Mundial --dice mi padre a Salvador, el novio de mi sobrina Famara, por teléfono.
Parte del partido lo vi en el bar de Manolo, en la plaza. Antes pasé por la tasca pero allí no había canal Plus. Lo que había era la dueña todavía enfadada con un tal Pedro.
--Esto no es ni un psicólogo, ni un hospital, ni una casa de putas, sino una tasca, y aquí no tiene por qué venir tu primo, como anoche, a bajarse los pantalones y enseñar sus partes a todos los clientes.
--Primero tengo que aguantar a mi primo y ahora tengo que aguantarle la candela a esta mujer --gruñe Pedro.
--Tu imagina que vaya a tu casa y le eseñe sus partes a tu mujer.
--Eso significaría que mi mujer le gusta, pero no lo creo... esa ya no le gusta a nadie.
Dejo la discusión en la tasca, y en el bar Plaza veo el cuarto gol de Alemania. A mamarla por ahí, argentinos. Y eso que soy devoto de Sábato y medio devoto de Borges, pero conozco a unos cuantos y sé lo que me digo.

Mientras comiamos en casa de mi hermana, antes de llevarla a la cura de la pierna en Urgecias de la clínica La Colina, pensaba en la noche pasada. Noche que vale los 50 euros que le robé en el Ateneo lagunense al novelista Javier Hernández y que escondí en un vaso on the rocker (según Lorenzo), más los 100 euros que Marcelino ganó en la depesca frente a Igueste, todo ese dinero bien vale la noche del viernes pal sábado en San Andrés city. Ni el día que narró Joyce en su Ulises, donde un pobre marido se retira una mañana de su casa para no importunar la fornicación de su mujer con otro, y se da una vuelta por Dublín, sólo para demostrar que Chéspir estaba edipiado por su madre y que Dios es un homosexual pederasta, como, al parecer, un tal JC, educador sindical de la Casa Cuna de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Esta Casa Cuna aparece en en mi novela El negro y en la que estoy trabajando ahora. En ambas, el protagonista narrador pasa los primeros años de su vida en la Casa Cuna. Yo no estuve allí, a pesar de que la maltratadita de mi destino pensara que a mí mi madre no me parió sino que me encontró en un barranco. Conozco la Casa Cuna por una mujer que se llamaba Carmen, con la que yo dormía cuando tenía la edad de doce años. Era una palmera hermosísima y bellísima que vivía en una cueva de Las Llavitas, contiguo barrio al barrio de Barrio Nuevo, por encima de los chalés de los alemanes. Tenía un hijo (Policarpo) en la Casa Cuna e iba a verlo todas las tardes, y yo la acompañaba. Conozco aquello, junto al instituto donde, con el paso del tiempo, conocí a mi primera novia, nunca olvidada, y donde el independentista H odió a una españolista profesora que, según él, hizo cometer pecado de fornicación a casi todos sus alumnos, menos a él y a su amigo Mundo, primo de mi ex amigo Roberto Cabrera, que no quisieron entrar por la ternura de aquella profesora y pagaron su rebeldía juvenil con sendas expulsiones. La dama era de izquierdas.

Ajeno al robo de sus 50 euros, Javier me pasó anoche, para que la leyera, una novela envuelta en plástico. El asqueroso plástico dan ganas de tirarla a la basura, pero comienzo a leerla, y nada de basura. Es una novela que merece el cuidado de Anghel Morales. Javier Hernández es un autor que ha demostrado estar entre los que importan. Sus novelas Factotum y La identidad fragmentada, junto con un impecable libro de cuentos (próximo a salir en la colección Idea-Aguere) muestran a un autor de respeto.

Partido España-Paraguay. Mi padre a favor de España. Yo en contra.
--Se lo pedí a la Virgen de Candelaria --dice mi padre cuando Casillas paró el penalti. Y luego pitaron otro a favor de España...--. Fuerte cabrón el árbitro. ¿No sé por qué coño repitió el penalti. Ese cabrón está contra España.
Y yo también estaba. Hasta que salió nuestro Pedrito. Y aquello ya fue otro equipo. Una España dinámica, colonizada por un canario.
Bajé luego al bar Castillo.
Apareció Orlando.
--Oye, por favor, dile a Lizundia que me perdone, que fue culpa de la borrachera, que su libro seguro que es una maravilla, pero ningún godo tiene que venir a decirnos cómo tenemos que independizarnos.
Le digo que Víctor no es godo. Pero no lo asimila. En fin, noche y día para un Ulises. Y Ramón ausente.

1 comentario:

Ramón Herar dijo...

Pues menos mal que no estuve por allí, porque no estoy para andar perdiendo otros 50€ y ya veo que estabas inspirado esa noche. Sólo los hubiera pagado con gusto por esa insignia roja de estrellas verdes.