viernes, 25 de febrero de 2011

Esto no lo cuentes

--Jesús, esto no lo cuentes en el blog --dijo Víctor, habiendo ya masticado medio solomillo, su plato preferido.
El Casino es un lugar de arquitectura interior habitable, amena, racionalista. Si le añades los corazones humanos con que este día el mago tuvo la felicidad de compartir comida, conversación y buen vino, el espacio se puebla con el aroma de lo maravilloso.
Sin embargo el mago no da puntada sin hilo, siempre aprovecha la situación, la coyuntura. El ambiente humano alrededor también era distendido y habitable, ningún detalle en la burguesía criolla que no favoreciese el sentirte cómodo allí dentro, en un territorio amigo, a pesar de lo que le dijo Anghel cuando hablaron por el móvil en la tarde, antes de coger la guagua a Santa Cruz, en un día de brisa que hacía danzar a las palmeras de la avenida y un sol que invitaba a dialogar de amor el color del cielo y el de las aguas del mar.
Ya tenía la tarjeta preparada. "Tienes una historia que contar. Escritor a tu servicio", a lo que añadía el número del móvil. Mientras José Antonio Manzano, Lizundia, Víctor y él, entre bocados exquisitos, repasaban el mundo literario de las islas, con referencia a los autores amados (Marcelino, Ramallo, Ramón Herar, Agustín Enrique, Pepe Rivero, Ezequiel Plasencia, Anghel Morales y pocos más)el mago acechaba a las damas que circundaban la mesa de los eruditos. Hasta que descubrió a aquella cuyo semblante y compostura delataban una interesante historia que contar. Esperó pacientemente, mientras Lizundia narraba cómo conoció a su hermano, y Manzano, machadiano, recordaba un patio de Sevilla, a que la señora, con cierta desgana, signo de un vivir sin emociones, se levantase de la mesa y fuese al baño. También él se levantó, y dejó en el espacío común de los servicios su tarjeta de demanda laboral. Discreta pero suficientemente visible. Ya, a la señales favorables de un día espléndido, se había añadido, en el viaje en guagua,una belleza que, sirviéndose de un pequeño espejo, se arreglaba la sombra de los ojos, el carmín de los labios y cambiaba, con maestría, la forma de su peinado.
Regresó a la mesa. Los contertulios hablaban de mí. Me sentí halagado, añadido a los escritores merecedores de comentarios. Lizundia reducía mis méritos a este blog. El mago intercedió por mis novelas "El negro", "El pintor" (se olvidó de "Agosta") y la inédita "El cuervo de papel" (hoy en manos piadosas de Anghel, en su papel de editor), una novela que, incluso yo, pienso como impecable, ya sin los desperdicios o desechos que encontramos en las anteriores. Y Víctor hacía un canto al esplendor de mi humanidad. Si hubiese estado allí, me hubiese ruborizado y sentido, la verdad, un poco de vergüenza.
Después de la comida, Manzano, excelente anfitrión, mostró todas las estancias del Casino. En una el mago descubrió, en un cuadro, a la misteriosa señora, pintada en el albor de sus fragancias,a la que sutilmente había dejado su tarjeta de demanda laboral. Otra nueva señal favorable. Como lo comprobó después cuando usaron el ascensor de la fábrica racionalista del Casino. Coincidieron en la ascensión con la dama. Su vaga dejadez rutinaria había desaparecido. Su mirada brillaba con la esperanza de algo nuevo y su semblante había recuperado la frangancia y luminosidad de la juventud, regresado al tiempo en que el buen pintor inmortalizó su belleza en este mundo. Supo que había encontrado la tarjeta, y que pronto lo llamará, y él responderá...
Hay lugares, cuando hay buena compañía, que se adhieren al espíritu del visitante. La ciudad de Santa Cruz parecía, al salir del Casino, haberse impregnado de la atmósfera de aquella amable estancia.
Tuvo que dejarlos, en una terraza de la calle Noria, junto a la iglesia de la Concepción, porque su padre ya lo reclamaba. El viaje de regreso al pueblo, añadió giros favorables a la rueda de la fortuna. Corrió a abordar la guagua pero no llegó a tiempo. Y gracias. Un alemán, con la lengua fuera, corría detrás suya y lo llamó (Victor, ¿cómo se dice "señor" en alemán?). En la mano extranjera el móvil del mago, que había caído al suelo en su carrera en pos de la guagua que perdió. En la siguiente, viajaba la señora parienta de Pepe, la autora del libro "El valle de los bandidos" (también ahora en las manos del buen y valiente Anghel Morales.
--Chito, qué gran corazón tiene Chani.
--Yo sé elegir a mis amigos, padre.
Perdonemos al mago sus frases sentenciosas. Buen rato pasamos con él Chani y yo, mientras nos narraba su visita hoy a un Santa Cruz renovado, lo que he contado y más cosas. Aunque no pudo recordar lo que victor dijo que no contara en este blog. Visítabamos con cierta regularidad la portada más visitada de San Andrés.
--Esta muy bien esa revista, Togas y Letras... Leí el cuento del autor de "Las cucas", que por cierto, Ramón aún no me ha devuelto.
No le dije que ese libro lo tengo yo ahora en mis manos. En fin, Ramón ahora puede soportar una crítica más, hasta el martes que viene.

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